El mandamás y su lacayo
El mandamás y su lacayo
Esta mañana, bien temprano, el
presidente de la nación, Mauricio Macri, recibió en la Casa de Gobierno a su par de
Estados Unidos, Donald Trump. Formalmente, se trató de un encuentro entre
iguales, de dos presidentes de países soberanos. La realidad acaba de encargarse
de desmoronar esa suposición. Lo que se vio fue a un mandamás jugando con uno
de sus tantos lacayos que tiene desparramados por el mundo. Más que de dos
presidentes se trató del dueño de una compañía tratando con desprecio a un
subalterno de cuarta categoría. Resultó denigrante para la dignidad de todos
nosotros ver por televisión al presidente argentino reducido a la categoría de
pelele del mandatario estadounidense.
He aquí el precio que la Argentina está aparentemente
dispuesta a pagar para volver a insertarse “en el concierto de las naciones
civilizadas”. ¿Por qué se llegó a esta situación tan ultrajante? Cuando Macri
asumió el 10 de diciembre de 2015 seguramente jamás imaginó que tres años
después quedaría reducido a la categoría de “Chirolita” de Donald Trump. Creía
firmemente que apenas se sentara en el sillón de Rivadavia caerían como maná
del cielo las necesarias inversiones extranjeras que le permitirían al gobierno
tener un financiamiento genuino, es decir, contar con recursos provenientes del
mundo de la producción. Pasaron los meses y las inversiones brillaron por su
ausencia. Entonces el presidente optó por la única vía que encontró a su alcance:
endeudarse hasta el infinito, pedir prestado a las cuevas financieras del mundo
(léase: Wall Street). Los dólares ingresaron al país pero su destino no fue la
producción sino la especulación financiera. Levantado el cepo cambiario, los
capitales financieros se hicieron un festín. La Argentina quedó reducida
a una gran timba financiera que le permitió a un grupo de hábiles
especuladores, tanto nacionales como foráneos, amasar gigantescas sumas de
dinero en muy poco tiempo.
Semejante endeudamiento tuvo
un final abrupto a comienzos de 2018 cuando desde Wall Street le informaron al
gobierno que el grifo se cerraba hasta nuevo aviso. De un día para el otro
Macri se quedó sin esos dólares que le habían permitido sobrevivir hasta ese
momento. De golpe se sintió desamparado, comprendió que no era tan importante
para el mundo. Desesperado, acudió al histórico prestamista internacional de
última instancia: el FMI. Este organismo
multilateral de crédito mantiene con la Argentina una larga
relación y nunca le resultó beneficiosa. Aún están frescos en nuestra memoria
los terribles momentos que pasó el presidente Duhalde en 2002 cuando el país
estaba a merced de las garras fondomonetaristas. Pero Macri seguramente creyó
que a él no lo humillarían de esa forma. Todo lo contrario, imaginó, hasta que
se estrelló contra la dura realidad. Aunque jamás lo reconocerá públicamente,
el presidente le entregó al FMI el manejo de la economía a cambio del salvataje
financiero. Nicolás Dujovne es formalmente ministro de Hacienda. En la
práctica, es un empleado de Christine Lagarde. Su función se reduce a obedecer
sus órdenes.
El gobierno recibió del FMI 57
mil millones de dólares. Una cifra sideral, muy importante. ¿Por qué el FMI fue
tan generoso con la
Argentina , un país escasamente relevante a nivel
internacional? Aquí entra en escena Donald Trump. Como presidente del país más
poderoso del planeta sabía que no podía darse el lujo de ver caer en desgracia
a Macri, un empresario como él y ferviente defensor de la economía de mercado.
En junio el futuro de Brasil era incierto y Trump pensó que una caída de Macri
hubiera arrastrado a Temer, provocando un tsunami de impredecibles
consecuencias en América Latina. El FMI se comportó con tanta “generosidad” con
el gobierno argentino porque a Trump le convenía. Gracias al magnate
norteamericano Macri sobrevivió como presidente.
A partir de entonces Macri
pasó a ser un “che pibe” de Trump, un mandadero. Como sentenció Joan Manuel
Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Las imágenes
de esta mañana no han hecho más que corroborar lo expresado precedentemente.
Seguramente fue Trump el que impuso el horario del encuentro (7 de la mañana) y
los temas de la agenda. Incluso podría haberse dado el lujo de avisarle a Macri
una hora antes del encuentro que no se iba a presentar en la Rosada y Macri no hubiera
tenido más remedio que guardar silencio. Trump es el patrón de la estancia y
Macri es tan solo un peón. Es hora de que el pueblo argentino se percate de
ello.
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