López Rega: un siniestro titiritero
López Rega: un siniestro titiritero
Isabel Perón concurrió a la casa del mayor Alberte en Yerbal 81, en el barrio de Caballito. La acompañaba el joven médico Pedro Eladio Vázquez, dirigente justicialista y también un estudioso de las ciencias ocultas. En la casa, Isabel conoció al jefe de la logia Anael, el doctor Julio César Urien.
Traiciones, amenazas y la
proyección de Isabel: cómo López Rega cortó los vínculos de Perón con la logia Anael (*)
Isabel Perón concurrió a la casa del mayor Alberte en Yerbal 81, en el barrio de Caballito. La acompañaba el joven médico Pedro Eladio Vázquez, dirigente justicialista y también un estudioso de las ciencias ocultas. En la casa, Isabel conoció al jefe de la logia Anael, el doctor Julio César Urien.
"'Al
fin conozco al famoso doctor Urien –me dijo Isabel, recuerda Urien-. Perón me
habló bien de usted'. Y luego me dijo: 'Doctor Urien, quiero pedirle que asuma la Secretaría del Partido
Justicialista'. Yo le dije que no. No tenía la ambición de ser secretario.
¿Como secretario cuánto podía durar? Tres o cuatro meses. Yo tenía otra misión.
Mi idea era trabajar por la unidad de América Latina, esperar la vuelta de
Perón y hacer un gran movimiento nacional. Y que Perón volviera como Líder de Latinoamérica. Sería una suerte
de Mao Tse-Tung, un Gran Timonel, un filósofo, un consejero, un
viejo sabio, y que el gobierno lo manejáramos nosotros desde acá", explica
Urien.
Pasado
el atardecer, la reunión estaba llegando a su fin y la presencia de José López Rega en la casa de
Alberte había pasado inadvertida. Hasta que reclamó un minuto de atención para
decir unas palabras. Se presentó como un ser espiritual, alejado de los
avatares de la política, pero dijo que tenía una visión y quería transmitirla
en público.
-El regreso del General es una misión eminentemente espiritual que
resplandece bajo una fase política. Debemos
vencer a las fuerzas que lo están dejando postrado en el exilio, como también
fueron abandonados Rosas y San Martín. Nuestra única misión es traer a Perón a la Argentina , para
reivindicar su figura junto a la de Evita. Su regreso será nuestro triunfo
espiritual –dijo López Rega.
Pocos
días después, la logia Anael le
alquiló un departamento a Isabel en la calle Córdoba 1111. Era de un matrimonio
polaco que partía de viaje. Galardi y Alberte solventaron los gastos y
entregaron la escritura de una propiedad en garantía. Allí se instaló Isabel.
El capitán Morganti se ocupó de llevar un televisor. Fue precisamente a él a
quien Isabel le comentó que le gustaría
conversar unas palabras en privado con Daniel. Durante unos
segundos, Morganti buscó en todos los archivos de su memoria y finalmente
respondió que no conocía a nadie
de la logia de ese nombre.
-Ese petisito de ojos claros… -insistió Isabel
-¿López Rega? –preguntó Morganti.
La
audiencia entre López Rega e Isabel se concretó en la casa de Alberte. Isabel
le agradeció por revelar su visión en la reunión anterior. Sus palabras le
habían hecho recordar al profeta
Daniel, que con su sabiduría había logrado salvar a una mujer,
casada como ella, de ser lapidada por culpa de las calumnias.
Esa tarde, Isabel le pidió a López Rega que la protegiera de los
males de la política que la acechaban. Quería que fuese su secretario privado. El impresor de
Suministros Gráficos se sintió reconfortado, aunque después, cuando relató el
encuentro a sus amigos Vanni y Villone, prolongó el suspenso sobre cuál sería su
decisión.
-Si acepto, cambia todo. Acá se bifurcan los caminos que
emprendimos hasta ahora. Pero ahora estoy viendo el final de este camino.
-¿Cuál
es? -preguntó Vanni.
-Perón vuelve –dijo López Rega, solemne.
Y
luego agregó: "Este show lo
vamos a ganar nosotros".
El
Gordo Vanni soltó una carcajada.
En
forma simultánea a mis entrevistas con el doctor Urien, contacté a otro miembro
de Anael y del Conasub, el suboficial Héctor Sampayo, que había participado del encuentro de
Isabel con la logia en la casa del mayor Alberte. Me indicó que lo pasara a
buscar por su taller mecánico de Barracas y fuimos almorzar a un bodegón en una
esquina del barrio.
Por
curiosidad, le pregunté cómo había conocido a Urien. Me dijo que había sido por
intermedio del suboficial Juan
Carlos Galardi, que a su vez había conocido al juez en una
playa del sur de Mar del Plata, por los años '50.
A
partir de entonces, Galardi, Sampayo y otros suboficiales peronistas comenzaron
a visitar a Urien en su despacho de la calle Callao.
"Coincidíamos,
digamos, en la idea de refundar nuevamente la Argentina. Nosotros
–los suboficiales del Conasub- veíamos
a Urien como el sucesor de Perón, un hombre capaz. Lo llevamos
en una oportunidad a Córdoba, a Bahía Blanca, a La Plata , que era la parte más
fuerte que nosotros teníamos. Lo hicimos andar para que conociera al verdadero
pueblo argentino".
Después
de casi ocho meses de gira por el país, en la que contó con la asistencia de
López Rega, y poco antes de regresar a Puerta de Hierro, Isabel le ofreció a
Urien la posibilidad de que un miembro de la logia trabajara junto a su marido
en Madrid.
El
primer ofrecimiento, por cortesía, se lo ofreció al propio Urien, quien se
negó. Urien delegó la distinción en la persona del suboficial mayor Rafael Munárriz. Pero esta vez
la que se opuso al viaje fue la esposa de Munárriz.
Entonces
Isabel preguntó por qué no
enviaban a Daniel.
Los
miembros de la logia aceptaron con cierta resignación. López había sido el
último en llegar.
"La
idea era que López Rega fuera por tres meses, hacer el enganche, venir acá e ir
a la segunda fase de la planificación, que era la toma del poder –dice Sampayo-.
Cuando la señora (Isabel) se dispone a viajar a Madrid, López Rega dice que necesita ropa, porque él no
tenía. Entonces
"Tito" Apolonio (mueblero) me dice, 'andá a acompañalo a Tabera', una
sastrería que estaba en la calle Tucumán o Viamonte. López nos pidió la ropa a
nosotros porque no tenía. Y después que encargó un traje pidió otro traje, y
después dijo 'como ya entra
octubre va a ser frío, necesito un sobretodo'. Y Apolonio
aceptó y le pagó todo."
Como
presidente del directorio de Suministros Gráficos, López pidió licencia por
seis meses para irse a España, pero los problemas de la empresa continuaron en
su ausencia. El 17 de febrero de 1967 se decretó la quiebra fraudulenta.
Según
el contrato que firmó con el Estado, la empresa debía pagar doce millones de
pesos en diez años por el valor de las maquinarias y los insumos. Esa suma
nunca fue cubierta y las deudas se acumularon. La papelera Hermida pidió la
quiebra por un pagaré incumplido de 50.000 pesos que tenía las firmas de Vanni
y Carlos Villone, hermano de López Rega de la casa de la Madre Espiritual
Victoria Montero.
También
reclamaron sus pagos varios obreros de Suministros Gráficos. El inmueble fue
devuelto a Ferrocarriles Argentinos.
Cuando
el juez Francisco Bosch procesó a Vanni y a Villone por la quiebra fraudulenta,
los dos ya habían desaparecido del mapa.
Después
de su paso por Suministros, mientras López Rega estaba concentrado en su misión
en Madrid, Vanni y Villone sobrevivieron como pudieron.
Aprovecharon
la oficina que les prestó un abogado para refugiarse y crearon una agencia de contactos matrimoniales para
señoras. Entre los dos se repartieron las tareas
gerenciales. A veces Carlos Villone entrevistaba a las interesadas para evaluar
el perfil del candidato que más se adecuara a sus pretensiones, y su elección recaía sobre el Gordo Vanni.
Y en otras ocasiones, Vanni las recibía en la oficina y era Villone quien oficiaba de gentil caballero.
Vanni
y Villone representaron un importante, sino el único, sostén de López Rega en
Buenos Aires, y quienes más creyeron en el sentido de su viaje a Madrid.
Estaban a sus órdenes, ya fuese para encontrar algún producto de exportación o
para buscar contactos dentro del peronismo que pudieran proporcionarle algún
dinero.
En
forma irregular, también continuaron sus relaciones con los miembros de la
logia Anael. El dúo aprovechaba cada encuentro para recoger sus impresiones de
la actualidad política con el argumento de transmitírselas a Perón.
Sin
embargo, a ojos de los anaelistas, todas sus explicaciones eran argucias
esgrimidas para ganarse un almuerzo o un dinero para salvar la semana.
Pero
ni Vanni ni Villone daban información clara respecto de los resultados de la
misión de López Rega, que había excedido largamente su promesa de retornar tres
o cuatro meses después de su partida.
Los integrantes de la logia Anael le habían perdido la confianza. Apenas se fue,
tuvieron la convicción de que el ex director de Suministros Gráficos los había utilizado como plataforma de acceso a Perón,
y que había decidido emprender su propio camino.
Los había traicionado.
"López
Rega manda cartas para mí –afirma Sampayo-. Me decía siempre que después de
leerlas las quemara. En una de ellas, que la tengo grabada a fuego, me dice que de Perón no ha quedado nada y que lo
único que va a quedar es Isabelita. 'Ustedes deberán convertirse en mosqueteros de la
reina'. Eso fue un trago amargo para mí. No me lo olvido
jamás. Creo que cuando logró su objetivo no precisaba a nadie más".
Hacia
octubre de 1971, la logia Anael decidió enviar a Sampayo a Madrid para
contactarse en forma directa con el General Perón.
"Se
hace una reunión de todo el equipo y se decide enviarme a mí para ver qué
pasaba. Se preparó de un día para el otro. El contacto con Perón se había
perdido. Sólo venían cartas de López Rega. El absorbió todo allá. Mi objetivo
era verlo a Perón".
Para
entonces, López Rega ya había
montado una barrera muy difícil de franquear para los que deseaban
entrevistarse con el General.
El
suboficial Héctor Sampayo llevaba varias cartas guardadas en los bolsillos de
su saco. Una de ellas contenía un informe de Urien. El juez había elaborado un
esquema de gobierno que ponía a disposición del Líder para la reconstrucción,
dignificación y perfección del hombre. En otra carta precisaba un plan de
operaciones para tomar el poder.
La
logia había juntado unos pocos pesos argentinos para que el enviado cumpliera
su misión.
Sampayo
se alojó en una pensión cerca de la avenida José Antonio. "Era un hotelito
en una calle angosta, que se hablaban de balcón a balcón", recuerda
Cuando
llamó a Puerta de Hierro, una mucama derivó el teléfono a López Rega.
El
secretario de Perón le reprochó que hubiese llegado a Madrid sin avisarle.
Sampayo le explicó la urgencia: se
estaba gestando un golpe de Estado contra Lanusse. Dos
generales habían alzado a las tropas de los regimientos de Azul y Olavarría.
Ninguno de ellos era peronista.
López
Rega le preguntó si traía algún mensaje de Urien. Sampayo le aseguró que no.
Entonces
le pidió que viera a Vanni, quien, tras varios años de incertidumbre en Buenos
Aires, estaba acomodándose en Madrid.
Vanni
se había hospedado en un hotel de cuatro estrellas. Sampayo lo encontró en
bata, recostado en una cama de dos plazas y con el almuerzo servido en la
bandeja. Enseguida sonó el teléfono. Era López Rega. Le dijo a Vanni que
llevara a Sampayo a un hotel cercano a la residencia, sobre la calle
Navalmanzano, a las seis de la tarde. Lo atendería en el lobby. Era el lugar
donde se reunía con los que pretendían ver a Perón.
Vanni
empezó a preguntarle a Sampayo sobre los motivos del viaje y dónde estaba
alojado. Sampayo le dio el nombre de la pensión y volvió a su preocupación: la
inminencia del golpe de Estado. Antes de despedirse, le pidió al Gordo que le
recomendara un buen museo. Era la primera vez que viajaba a Europa.
Horas
más tarde, de regreso a su pensión, Sampayo tuvo la impresión de que las cosas
no estaban dispuestas como él las había dejado. La tapa del bolsillo derecho de
su saco estaba metida adentro. Jamás la dejaba así. Sospechó una intrusión
furtiva, algo raro.
Pasó
a buscar al Gordo Vanni por su hotel y marcharon hacia el encuentro con López
Rega.
El
secretario de Perón estaba exultante:
-Pidan
lo que quieran -invitó-. Yo tomo un cognac. Te dejo entrar a la casa sólo para demostrarte quién
manda ahí adentro –le aclaró a Sampayo-.
Después
se puso de pie y les dijo que los esperaba en veinte minutos en la residencia.
Cuando el guardia lo autorizó a entrar, Sampayo vio a Perón parado en el último
peldaño de la escalera del porche. Sonreía. A su lado, también sonreía López
Rega.
Mientras
avanzaba hacia su encuentro, Sampayo
imaginó el abrazo que le daría el General. Le habían advertido que le
estrujaría los huesos. Sampayo era peronista desde 1943 y era
la primera vez que lo veía en persona. Llevaba casi treinta años siguiendo a
ese hombre.
—Acá
está Sampayito. Éste es mi muchacho —le comentó López Rega, orgulloso.
La sonrisa de Perón se apagó de golpe. Le dio la mano a Sampayo
con frialdad y lo invitó a pasar al estudio de la planta baja. López Rega
se sentó en una banqueta al costado izquierdo del General y a su lado se ubicó
Vanni. Pero López Rega lo cambió de lugar y lo hizo sentar enfrente, al lado de
Sampayo, para cortar la cadena de
fluidos malignos, según dijo.
—¿Qué lo trae por acá? —preguntó Perón, seco.
—Esto
—afirmó Sampayo.
Sacó
un sobre del bolsillo de su saco y se lo entregó. El General lo abrió, contó
las páginas —eran cuatro— y comenzó a leerlas. López Rega se acercó y leyó en
el membrete el nombre "Julio
César Urien". Se enfureció.
—¡¿De Urien?! ¡Qué carajo tiene que decir ese pelotudo! —dijo el
secretario, y fulminó a Vanni con la mirada.
El
Gordo, sorprendido, alzó los hombros y bajó la cabeza. López Rega siguió
descalificando a Urien. Perón le pidió por favor que parara porque sus gritos
le dificultaban la lectura. Leyó dos veces la carta. El silencio en el estudio
era sepulcral. Sólo lo interrumpía algún bramido de López Rega, que oscilaba
entre espiar el texto y estudiar la cara de Sampayo.
El
hombre de Anael se mostraba imperturbable.
—¿Qué más tiene? —preguntó Perón.
Sampayo
le dio la otra carta de Urien. El plan de operaciones para la toma del poder.
El General volvió a leer dos veces. López Rega se ofreció a llevar las dos
cartas de Urien al escritorio del primer piso. Perón dijo que no, y subió las
escaleras con la agilidad de un gato.
—Vos creés que me cagaste, ¿no? —le dijo el secretario a Sampayo,
cuando volvieron a estar solos—. Pero ahora vas a ver quién es el jefe de todo
esto.
Cuando
el General volvió de su escritorio, López Rega y Vanni se fueron.
Sampayo imaginó que podría hablar a solas con Perón. Debía
contarle los planes de Anael y la manera en que López Rega había engañado a la
logia para llegar a Puerta de Hierro. Pronto se dio cuenta de que sería imposible. Perón no escuchaba. Empezó a
hablar sobre la penetración imperialista y la tragedia del dólar. Sampayo sabía
que su discurso iba a durar cuarenta o cuarenta y cinco minutos, no más.
Un
mes atrás, por intermedio de Américo
Orts —piloto de Aerolíneas Argentinas y uno de los
conductos secretos del General—, había recibido la copia de una cinta grabada
de Perón y la había escuchado en su casa dos o tres veces.
La
recordaba de memoria.
En
un momento los caniches entraron a juguetear al estudio, pero el General
continuó con su discurso, sin modificar una línea. Sampayo admiraba a Perón.
De
joven había sido cautivado por sus ojos brillantes, penetrantes como dos
puñales. Pero ahora la luz del
General estaba apagada. El rostro sombrío, la boca blanca. Cada
tanto se limpiaba la baba que crecía, tímida, en la comisura de sus labios.
En
un momento, el eco vivo de la cinta empezó a fallar. Perón preguntó de qué
estaban hablando. Sampayo se lo recordó y, en una pirueta verbal, Perón se
recompuso y concluyó el discurso acerca del dólar con referencias a Nixon, y de
allí pasó a relatar anécdotas graciosas sobre los sindicalistas que se sentaban
ante su escritorio.
Sampayo
empezó a notarlo más sereno, con el semblante compuesto, cuando desde afuera se
escuchó un grito de López Rega.
—¡General! ¡Ya está la comida! ¡Van a ser las diez!
Perón
le preguntó a Sampayo si le apetecía quedarse a comer un churrasco. Pero antes
de que pudiera contestar lo interrumpió el secretario.
—No, no, no General. Sólo hay comida para nosotros.
En
ese momento apareció Isabel. Entre delicada y molesta, saludó a Sampayo y le
preguntó por qué había llegado a Madrid así de sorpresa.
Perón
sacó al suboficial del escritorio y lo hizo salir hacia el parque para
acompañarlo hasta la calle. Lo llevaba del hombro. "Valor y adelante", le
dijo.
Sampayo
sintió que, en el fondo, seguía siendo un militar. López Rega y Vanni los
seguían algunos pasos atrás.
—Deles
un abrazo a todos los compañeros y no me vaya a movimentar un solo suboficial
si no es por orden expresa mía. Usted ya conoce el conducto —le advirtió Perón,
con voz grave. Luego, cambiando de tono, le dijo que no tropezara con la banda
de hierro del portón de entrada, y cuando
lo abrazó para despedirlo, le susurró al oído.
—Hijo, cambie de hotel.
Vanni
se ofreció a acompañarlo a pie hasta la ruta. A esa hora ya no había más taxis.
Sampayo lo mandó al diablo y se fue. Mientras iba por la calle insultando a
viva voz a López Rega, se cruzó con Juanita
Larrauri, dirigente de la rama femenina, que iba de regreso al
hotel donde se hospedaba. Larrauri lo dejó pasar y luego le preguntó al
secretario quién era ese loco que estaba gritando en la otra cuadra.
—Es
Sampayito, un amigo mío —comentó López, mirándolo irse—. Yo lo dirijo y lo protejo desde aquí.
"Pagué
el hotel y me mandé a mudar –recuerda Sampayo-. No podía cambiar los pesos
argentinos y no tenía nada de plata. Sólo el pasaje de vuelta. Al día siguiente
estaba otra vez en Buenos Aires. A los dos meses viene el coronel Osinde a mi
negocio de Bernardo de Irigoyen 1350 para ofrecerme un lugar en la custodia,
porque Isabel iba a venir en diciembre. Y me muestra una tarjeta de López,
dirigida a él, que decía 'te pido que movilices a los amigos y prepares la
custodia'. Pero yo me negué a participar. Y a partir de ahí comenzó la clave PEPSI".
-¿Qué significaba?
-"Perón Estará Pronto Según Isabelita".
Pocos
años después, algunos de los miembros de Anael, que estudiaron y difundieron el
poder de los vértices magnéticos del triángulo de la Triple A en la evolución
del hombre y la sociedad, fueron
amenazados y perseguidos por la
Triple A , la organización terrorista
paraestatal enquistada en los sótanos del gobierno peronista.
Rubén Sosa escapó a México, un día antes que un
comando armado irrumpiera en su casa de Mar del Plata, donde se había
refugiado. Sampayo debió escaparse a Mar del Plata por un tiempo. Lo hizo
cuando el ex suboficial del Conasub Marcelino
Sánchez, contratado para la custodia en Olivos y la Casa Rosada , le avisó
que encontró su nombre en una
larga lista guardada en una carpeta del Área de Seguridad e Inteligencia de la Casa de Gobierno. Presumía
que "era gente para liquidar".
De
regreso a Buenos Aires, Sampayo supo que dos hombres habían ido a buscarlo a su
casa. Julio Troxler,
sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez en 1956, y luego
profesor de la división Criminalística de la Facultad de Derecho, fue
secuestrado justamente en la
Facultad , apenas bajó del colectivo, y lo fusilaron en un paredón de Barracas.
El mayor Alberte fue amenazado por la Triple A , aunque luego lo tiró por la ventana un grupo militar que irrumpió
en su departamento en la madrugada del 24 de marzo de
1976.
Recuerdo
la tristeza que todavía mantenía el doctor Julio César Urien en el bar de
Callao y Juncal, sobre el destino que López Rega le había dado a la evolución
de los tres vértices magnéticos para la liberación del hombre, los vértices de la Triple A , y que luego
convirtiera en las siglas de una organización de terror.
-López Rega era un traidor. Traicionó a todo nuestro movimiento.
Eso está claro. Cuando volvió al país –en 1973- me mandó un mensaje y me dijo
que me quedara quieto. No me pasó nada. Pero traicionó todo el proceso. Nos
arruinó todo un trabajo de 20 años –dijo Urien.
(*) Marcelo Larraquy,
Infobae, 31/1/019
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