Editorial

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Esta tarde tuvo lugar en la Plaza de Mayo el acto de protesta contra el gobierno de Macri encabezado por el moyanismo y las dos CTA. Fue, como se esperaba, multitudinario y los oradores criticaron con dureza la política del ajuste permanente. La calle puso de manifiesto, una vez más, el malhumor reinante, la frustración colectiva y el miedo a un futuro cada vez más incierto.

Se sabía que cualquier disturbio, por más pequeña que fuera, sería aprovechado por los medios dominantes para presentarlo como lo único relevante de la jornada. Un minúsculo grupo no tuvo mejor idea que atacar la fachada del edificio que el JP Morgan tiene en la CABA. Luego algunos de sus miembros fueron detenidos por la policía. Como era de esperar, las cámaras de televisión de TN y A24 se hicieron un picnic. Sus operadores mediáticos se dedicaron a destacar el carácter violento de la manifestación antigubernamental, como si 50 trogloditas representaran a los miles y miles de ciudadanos que concurrieron a la histórica plaza.

Es probable que la manifestación del día de la fecha no lo haya conmovido al Presidente. Para él los manifestantes, la mayoría provenientes del conurbano, son seres inferiores que están en manos de dirigentes gremiales venales. Esta manifestación de descontento será utilizada, seguramente, por el aparato de propaganda gubernamental para hacerle ver a la ciudadanía que si Macri no es reelecto el país quedará en manos de semejante gente. Para el macrismo Hugo Moyano y su hijo son los enemigos perfectos. Qué mejor que compararse con uno de los dirigentes gremiales con peor imagen del país para hacer campaña electoral.

Hoy el Presidente no estuvo pendiente de la protesta sino de la cotización del dólar. Su suerte en los cruciales comicios de octubre está íntimamente ligada a los vaivenes de la moneda norteamericana. Por eso le rogó, una vez más, a Christine Lagarde que le permitiera modificar de cuajo la política cambiaria para frenar, de una vez por todas, al  dólar. Lo notable es que no se trata de ninguna innovación sino de la ejecución de la política cambiaria que impuso Luis Caputo el año pasado y que terminara siendo la razón de su despido como presidente del Banco Central. Esta política, centrada en la facultad del Central para vender dólares (que son del Fondo) en cualquier momento para frenar cualquier intento de corrida cambiaria, está expresamente prohibida en los estatutos del FMI. Pero a veces las urgencias políticas pueden más que las normas.  Ni a Lagarde ni a Trump les conviene la caída de Macri y el consiguiente ascenso de Cristina. En consecuencia, no queda más remedio que ayudar al presidente argentino a como dé lugar.

Mientras esto sucedía en la Argentina, en Venezuela tenía lugar una sublevación liderada por Guaidó y Leopoldo López (detenido por el chavismo desde hace un buen tiempo) contra el régimen de Maduro. La televisión registró cruentas escenas y un estado de efervescencia muy peligroso. Aparentemente la situación estaría controlada. Pero en el país caribeño está lejos  de imperar un mínimo estado de concordia. El antagonismo entre el chavismo y sus detractores es de tal magnitud que los problemas continuarán y serán cada vez más complejos.

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