La elección de octubre y un dilema trágico
La elección de octubre y un dilema trágico
Sergio Sinay
Hay
dos grupos de ciudadanos que no tienen problemas frente a las elecciones de
octubre próximo. Unos son los fanáticos kirchneristas, otros los furiosos
antiperonistas. Los primeros votarán a Cristina (en caso de que se presente),
los segundos a Macri (en caso de que se presente). A ninguno de los dos grupos
les entran balas ni argumentos. Es inútil recordarles a los primeros la obscena
corrupción kirchnerista, con la violencia moral e institucional ejercida
durante la década pérdida. Es en vano mostrarles a los segundos la brutal
carencia de sensibilidad social, la imperdonable mala praxis económica que
destruyó personas, esperanzas, confianza, Pymes y proyectos o el patológico
optimismo, cercano al embuste serial, del actual gobierno. Quien lo haga será
inmediatamente etiquetado como enemigo, descalificado y discriminado. Estos dos
grupos no dudan, desprecian la duda y la reflexión. Ya tienen resuelto su voto.
El problema es de quienes no integran esos bandos. De quienes se resisten a la
opción binaria, simplificadora y primitiva que se presenta como única. De
quienes no quieren situarse en una orilla de la grieta so pena de ser arrojados
al fondo de ésta. Este grupo no sigue a líderes providenciales, no se pinta de
un color excluyente, huye de los chantajes y los sofismas, propone mirar más
allá del horizonte inmediato, se hace preguntas existenciales acerca de su
futuro, del futuro colectivo, del porvenir de sus descendientes y de la
comunidad, no ve la política, la vida y el acontecer social como un
enfrentamiento entre barras bravas.
Más
que un problema, este grupo enfrenta un dilema trágico. De un lado le dicen que
si no vota a Macri será responsable del retorno furioso y vengativo de una
horda de corruptos que convertirá al país en Venezuela. Y del otro lado le
vaticinan que si no vota a Cristina se hará cómplice de su propia destrucción,
del aniquilamiento de lo que queda del país y de que éste se convierta en el
feudo de un club de ricos inmorales. Los argumentos en ambos casos son de un
simplismo patético y elemental, se plantean como dogmas, apremian con
metáforas, videos y abundantes noticias y datos falsos que revelan una falta de
escrúpulos y de principios que se acentúa a medida que avanzan el tiempo y las
encuestas. Todo vale y, cada vez más, todo valdrá. Quien es víctima de un
dilema trágico se encuentra ante una situación cuyas dos alternativas son
excluyentes. Tomar cualquiera de ellas significa un daño y una confrontación
moral con los propios principios. Aristóteles y los dramaturgos fundadores del
teatro griego clásico (Esquilo, Sófocles y Eurípides), así como Shakespeare más
tarde, plantearon y reflejaron esta cuestión como nadie. Y la vida nos pone
continuamente ante dilemas de este tipo, que nos prueban como agentes morales.
En Etica a Nicómaco, piedra basal de su pensamiento filosófico, Aristóteles
plantea que de estas situaciones no se sale optando por aquello que uno no
habría elegido en otras condiciones. Pero no por eso la elección deja de ser
voluntaria, dado que el humano es un ser que elige. Un ser responsable. Posee
lo que Víktor Frankl llamaba la libertad última. Es decir, la libertad de
elegir su actitud aún en las situaciones sin salida.
¿Cómo
resolver el dilema trágico cuando las dos ofertas electorales oscurecen, por
diferentes motivos, el futuro del país, o, peor, lo sustraen? ¿Cómo responder a
la extorsión permanente y abrumadora de una y otra parte? Si solo existe la
polarización (como el Gobierno propone desde el vamos en otra muestra de
torpeza, y el kirchnerismo acepta cada vez con más agrado), se niega la
libertad. Si hay obligación de elegir a uno o a la otra, no es una elección y
no existe la libertad. Quizás sea tiempo de no dejarse espantar por la amenaza
del cuco (o la cuca) y del viejo de la bolsa, y se trate de usar la razón (ese
don humano) para tomar decisiones responsables. El voto, en todas sus formas
posibles, aún nos pertenece y responderemos por lo que hagamos o dejemos de
hacer con él. Como están las cosas, es preferible el dilema trágico a la
respuesta pavloviana, condicionada e irreflexiva.
(*) Perfil, 28/4/019.
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