La naturaleza del populismo

La naturaleza del populismo


¿Qué características tiene el populismo? (*)

Daniel Muchnik


El diccionario a cargo de Norberto Bobbio y colaboradores señala que las definiciones sobre esas formas de poder padecen de ambigüedad conceptual. De todas maneras se puede generalizar diciendo que "es un credo y movimiento basado en la siguiente premisa principal: la virtud reside en el pueblo auténtico que constituye las tradiciones colectivas". Y agrega: "El pueblo es asumido como mito y el líder elegido para conducir es 'la voz' del pueblo". El francés Pierre Rosanvallón considera que el populismo es una patología política, la antidemocracia. El intelectual de centro izquierda italiano Enzo Traverso juzga: "El populismo es una cáscara vacía que puede llenarse con distintos contenidos. Es un arma de combate político que apunta a estigmatizar al adversario". El filósofo alemán Jurgen Habermas es más terminante: "el populismo es la antidemocracia". Se entiende por democracia aquel sistema de respeto a las instituciones, que permite el control de las acciones del gobierno. No faltaron otros pensadores que lo consideraron "una enfermedad" de las sociedades periféricas o con imperfecciones en su evolución y posible crecimiento.

El populismo de cualquier signo se basa en un discurso político que es capaz de poner sobre el tapete demandas de distintos grupos sociales. Es un problema, un atavismo, una irracionalidad para los pensadores del mundo. Pero no es un obstáculo gestado en el mundo moderno. Ya en Grecia solía aparecer un pueblo movilizado, con un líder que separaba el "nosotros", que "somos auténticos", de la "élite" de poder. En Latinoamérica el fenómeno se consagró como populismo a secas, el "pueblo al poder" y tuvo como representantes a Lázaro Cárdenas quien modeló el PRI en México, Getulio Vargas creador del Estado Novo en Brasil en la década del treinta, Juan Domingo Perón y Eva Duarte, Carlos Ménem y Hugo Chávez. En los últimos años se sumaron el PT de Lula en Brasil, Correa en Ecuador y Morales en Bolivia. Ahora, el más importante eslabón que queda es López Obrador ( AMLO) en México. Ese populismo, pese a sus ambigüedades y teñido por momentos de izquierda tuvo su momento cumbre con la elección de Hugo Chávez en Venezuela y su declinación en el juicio político al ex presidente Fernando Lugo en Paraguay, en 2012.

El populismo también es un instrumento sólo para ganar elecciones. Es el caso de Nigel Farage en Inglaterra con el Brexit y de Donald Trump en Estados Unidos. El primero ha producido un terremoto que lleva a que Londres deje de ser el centro financiero del mundo y coarte las relaciones comerciales con Europa. En el caso del segundo se ha volcado a justificar indirectamente a la Supremacía Blanca, a la xenofobia y el odio al inmigrante junto con un proceso de desigualdad económica nunca visto en los Estados Unidos. Todos los populismos comparten sus bases. Llegaron al poder en un contexto de complejas crisis políticas y sociales y la fractura del sistema neoliberal. Todos accedieron a la presidencia por la vía electoral democrática. Pese a todo, los líderes y militantes populistas odian a los medios de comunicación, bajo la acusación de mentirosos e interesados. Por ejemplo: el ascenso de Chávez al poder no puede comprenderse sin el derrumbe de los partidos venezolanos (Acción Democrática y COPEI). ¿Quien es el principal enemigo de los pueblos latinoamericanos? Para todos los populistas es el "imperialismo norteamericano", Wall Street, el sistema financiero internacional. ¿Cuál es el modelo más admirado? El cubano, comandado por los Castro. En Europa se expande el populismo de derechas, fundamentado en la xenofobia, el racismo, el neofascismo, el retorno de admiradores del nazismo y el antisemitismo. Ya en los años 80 echó raíces y tuvo apoyos el Front National (FN) en Francia de Le Pen padre, luego desplazado por su hija Marine. Después aparecieron el Partido Popular Danés, el partido de la Libertad en Austria, el Bloque separatista flamenco en Bélgica, el Partido del Progreso en Noruega.

Ya en la segunda década del siglo XXI están gobernando los partidos de ultraderecha racistas, excluyentes, que rompen con la esencia del Mercado Común Europeo, creado para que no hubiera más guerras, para que todos los europeos se conocieran y se eliminaran prejuicios a través de los intercambios comerciales y culturales. Los partidos de ultraderecha gobiernan o han participado de coaliciones de gobierno en Austria, Dinamarca, Finlandia, Holanda, Noruega, Suiza y Hungría. Todos atacan a la inmigración, al islamismo. Todos odian a los funcionarios de Bruselas, sede donde se reúne el Parlamento Europeo y los funcionarios que administran el presente del Mercado Común. En 2017 fue elegido primer ministro de Austria Sebastián Kurz, ultraderechista con nostalgias del fascismo. En Polonia, el Partido Ley y Justicia, aprueba medidas para limitar la acción de la justicia, desobedeciendo las reglas básicas de su reciente integración al Mercado Común. Marine Le Pen del Frente Nacional en Francia ha subido a la superficie como segundo partido en cantidad de votos en las presidenciales. En Suecia, con una vieja historia social-demócrata gana en caudal electoral el Partido Demócrata, que de demócrata no tiene nada en tanto pregona el odio al inmigrante y un pensamiento cotidiano de ultraderecha. En Hungría apareció en la presencia de Viktor Orban (partido Fidesz), pese a su pasado liberal la figura del autócrata racista que ampara toda la corrupción y las maldades del mundo empresario de su país, a semejanza de Putin en Rusia y de varios países que pertenecieron en su momento a la Unión Soviética desaparecida entre 1992 y 1993. En España, Vox, de extrema derecha y nostalgia del franquismo ocupa una posición expectante. Paralelamente, el grupo Podemos surgido en las manifestaciones populares de protesta fue financiado por Chávez y Maduro y si bien no se consideran habría que agruparlo en el populismo de izquierda.

¿Por qué han surgido estos populismos con delirios neofascistas y antisistema? Sin duda las instituciones democráticas y liberales no han podido satisfacer la demanda de soluciones. La crisis mundial financiera del 2008 empobreció a gran parte de la población europea. La entrada masiva de inmigrantes de Medio Oriente y de Africa alimentó el racismo y el miedo a perder el empleo. Se sintieron disminuídos con la presencia de los "otros". Ya no hay recuerdos del pasado histórico en Europa. Las guerras, producto de la xenofobia y mandatarios y generales "sonámbulos", el hambre, los bombardeos, las persecuciones, las migraciones de millones de seres humanos después de las guerras.

(*) Perfil, 26/4/019.

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