Artículos publicados en El Informador Público
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Popper y la clave de la historia
Popper y la clave de la historia
Hernán Andrés Kruse (26/02/2016)
En el final de su libro “La sociedad abierta y sus enemigos”,
Karl Popper se pregunta si hay realmente un significado en la historia. Su
respuesta es contundente: la historia no tiene significado. La historia, tal
como la entiende la mayoría de las personas, no existe y ello constituye un
motivo más que suficiente para negar significado a la historia. Popper sostiene
que las personas comienzan a hablar de “historia” a partir del momento en que
comienzan a cursar la escuela primaria para seguir profundizando el tema en la
universidad. Las personas que se interesan por la historia leen libros acerca
de ella y es así como se acostumbran a ver una serie de hechos que configuran,
según creen, la historia de la humanidad. Ahora bien, el reino de los hechos es
muy rico, lo que obliga a una necesaria selección. De acuerdo a los intereses
de cada uno de nosotros, se puede hablar de una historia del arte, una historia
del lenguaje, una historia de la matemática, etc. Pero ninguna de estas
historias, que se enfocan en un aspecto de la realidad, sería en verdad la
historia de la humanidad. Cuando las personas aluden a la historia de la
humanidad, en realidad están pensando en la historia de las antiguas
civilizaciones, egipcia, persa, babilónica, griega, macedónica y romana, hasta
la época actual. Esas personas, en realidad, no están pensando en la historia
de la humanidad, sentencia Popper, sino en la historia del poder político, que
es la historia que aprendieron en la escuela. Popper es muy claro: no existe
tal cosa como “historia de la humanidad”. Lo que existe realmente es una serie
inabarcable de historias de sucesos y acontecimientos que se han dado a lo
largo del tiempo y que aluden a aspectos de la vida del hombre. Pues bien, uno
de esos aspectos es precisamente la historia del poder político que las
personas han elevado a la categoría de historia de la humanidad. “Pero esto es”,
acusa Popper, “creo, una ofensa contra cualquier concepción decente del género
humano y equivale casi a tratar la historia del peculado, del robo o del
envenenamiento, como la historia de la humanidad. En efecto, la historia del
poder político no es sino la historia de la delincuencia internacional y del
asesinato en masa (incluyendo, sin embargo, algunas de las tentativas para
suprimirlo. Esta historia se enseña en las escuelas y se exalta a la jerarquía
de héroes a algunos de los mayores criminales del género humano”.
Este párrafo de Popper invita a un análisis de
la historia en este sentido, la historia del poder político, destinado a
promover innumerables polémicas. Dice Popper que la historia del poder político
no es sino la historia de la delincuencia internacional y del asesinato en
masa. Si uno rememora tan sólo el siglo XX y lo que va del siglo XXI, hay que
darle toda la razón a Popper. Basta con mencionar a Adolph Hitler, Benito
Mussolini y Joseph Stalin y la hipótesis de Popper se corrobora en el acto. Que
Hitler y Stalin hayan sido capaces de edificar los Auschwitz y los Gulags lisa
y llanamente eriza la piel. También los Estados Unidos, considerados el emblema
de la democracia capitalista moderna, fueron gobernados durante el siglo XX por
“destacados” delincuentes internacionales, verdaderos criminales de guerra, uno
de ellos galardonado en 2009 con el Premio Nobel de la Paz y que el 23 y 24 de marzo
estará en la
Argentina. Harry Truman ordenó el ataque atómico contra el
imperio del Japón provocando la muerte a centenares de miles de inocentes,
muchos de ellos niños y ancianos. Estados Unidos ha sido el único país de la
tierra que fue capaz de cometer semejante atrocidad. Pero Truman no está solo
en esta lista de delincuentes internacionales que llegaron a la Casa Blanca. Me
vienen a la memoria dos “personajes” como Lyndon Johnson y Richard Nixon, que
no dudaron en enviar a la muerte en territorio vietnamita a miles y miles de
soldados. Más acá en el tiempo, no queda más remedio que hacer mención a George
W. Bush, uno de los presidentes más espantosos de la historia de los Estados
Unidos. El atroz ataque contra las Torres Gemelas en 2001 (un hecho que jamás
fue esclarecido) fue utilizado por este energúmeno para legitimar lo que el
complejo militar-industrial-financiero tenía en mente: invadir a Irak para
apoderarse de su petróleo. La invasión a ese milenario país destruyó la vida de
millones de personas, la mayoría de ellos civiles. Para colmo, G.W. Bush no
dudó un segundo en mentirle al mundo al acusar a Saddam Hussein -otro criminal
de guerra- de poseer armas químicas y de estar vinculado con Osama Bin Laden,
el supuesto cerebro del atentado del 11 de septiembre. Su sucesor, Barack
Obama, se presentó ante la opinión pública mundial como el gran pacificador.
Durante sus ocho años como presidente de los Estados Unidos, la inseguridad y
el terrorismo aumentaron de manera geométrica. Basta mencionar su apoyo a la
destrucción de pueblos enteros como el libio y el sirio para catalogarlo como
un criminal de guerra. Pero sería injusto olvidar a otro gran criminal de
guerra, un gobernante frío y letal, que ejerce el poder sobre un inmenso
territorio desde hace varios años: Vladimir Putin. Su cruzada contra el
terrorismo checheno lo acercó a Occidente hasta que decidió anexar Crimea. Por
último, cabe mencionar a aquellos presidentes europeos que fueron obsecuentes
de los Estados Unidos a partir del 11 de septiembre, legitimando la política
exterior criminal de la república imperial: José María Aznar, Rodríguez Zapatero,
Mariano Rajoy, Angela Merkl, Nicolás Zarkozy, François Hollande, Tony Blair,
James Cameron y otros menos relevantes.
Efectivamente, la historia del poder político
es la historia de los delincuentes internacionales que llegaron al poder para
satisfacer sus ambiciones ilimitadas de poder y para dar rienda suelta a su
instinto criminal.
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