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El bastardeo del liberalismo
El bastardeo del liberalismo
Hernán Andrés
Kruse (16/02/2016)
Pocos términos han sido tan bastardeados en la Argentina como
“liberalismo”. Desde el retorno a la democracia en 1983 a la fecha, desde el
progresismo se ha acusado a los gobiernos de Carlos Menem, Fernando de la Rúa y ahora Mauricio Macri, de
“neoliberales”, por haber aplicado en el terreno económico políticas de ajuste
que no hicieron más que pulverizar el salario del trabajador. El “liberalismo”
ha pasado a ser, pues, una mala palabra, un término que sirve para describir y,
fundamentalmente, condenar, a gobiernos que, pese a haber surgido de la
voluntad popular, han aplicado políticas económicas ortodoxas.
En la Argentina “liberalismo” ha pasado a ser sinónimo
de “ajuste”, lo que constituye, a mi entender, un grosero error conceptual. En
efecto, el liberalismo es una filosofía de vida que abarca diversos aspectos,
todos relevantes. Podemos distinguir el liberalismo político, el liberalismo
jurídico, el liberalismo económico y el liberalismo filosófico. Para que el
liberalismo esté vigente es esencial que lo estén los distintos tipos de
liberalismo recién enumerados. Es por ello que un gobierno como el de Augusto
Pinochet, para poner un ejemplo, jamás podría ser considerado “liberal” por más
que en el ministerio de Economía estuviera un discípulo de Milton Friedman. Por
más “liberal” que haya sido el gobierno de Pinochet en el área económica, fue
una dictadura sangrienta, porque arrasó con uno de los pilares del liberalismo
jurídico: los derechos humanos.
Para que un gobierno sea liberal debe serlo en
todas las áreas: el área política, el área jurídica, el área económica y el
área filosófica. Un gobierno es liberal si los principios fundamentales del
liberalismo político están vigentes: elecciones libres y competitivas, la
separación de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), el derecho a
manifestarse libremente en los lugares públicos, la libertad de prensa, el
derecho a afiliarse y el derecho a desafiliarse. Un gobierno es liberal si la
seguridad jurídica de las personas está garantizada. Con sólo recordar el
artículo 18 de nuestra constitución basta para tener conciencia de la magnitud
del liberalismo jurídico. Para que el liberalismo jurídico esté vigente es
esencial la existencia de una Corte Suprema independiente, tanto del Poder
Ejecutivo como del poder económico concentrado. Un gobierno es liberal si los
principios fundamentales del liberalismo económico están vigentes: la propiedad
privada, la competencia, la libertad de elegir en el mercado, la ausencia de
los monopolios; el liberalismo económico nada tiene que ver, por ende, con el
capitalismo de amigos. Un gobierno es liberal si la sociedad se rige por el
principio de la tolerancia y el respeto a todas las ideologías y posturas
políticas. El liberalismo filosófico es la antítesis del dogmatismo, de la
verdad revelada. Sostiene que no existen verdades absolutas sino relativas, que
cada persona tiene una parte de la razón pero no toda la razón. El liberalismo
filosófico se presenta como la antítesis del autoritarismo, de la dictadura, de
aquellos gobiernos donde impera la voluntad del dictador, que castigan
severamente cualquier intento de desafío a la “verdad” del régimen.
Si el liberalismo se presenta como una
filosofía de vida, como una cosmovisión, cabe analizar si los gobiernos de
Carlos Menem, Fernando de la Rúa
y el incipiente gobierno de Mauricio Macri son liberales, como lo sostiene el
progresismo. La respuesta es, obviamente, negativa. La Corte Suprema no fue
independiente durante los gobiernos de Menem y De la Rúa. En aquel entonces la Corte estaba en manos de la
“mayoría automática” impuesta por el riojano a fines de 1989. Si bien es
prematuro hacer referencia al gobierno de Macri en este sentido, si finalmente
ingresan a la Corte
los dos juristas propuestos por el flamante presidente no sería extraño que en
un futuro no tan lejano la Corte
quede sometida a una nueva “mayoría automática”. El liberalismo económico jamás
estuvo vigente durante los gobiernos de Menem y De la Rúa sencillamente porque en
esa época imperó el capitalismo de amigos, la connivencia espuria entre los
funcionarios gubernamentales y los empresarios amigos. Además, jamás hubo una
genuina competencia entre los diversos actores económicos precisamente porque
al estar vigente el capitalismo de amigos la competencia económica no es más
que una quimera. Por su parte, Macri no está haciendo más que profundizar el
capitalismo de amigos. Si esto no es cierto, que lo desmienta el señor Caputo.
Pero lo más relevante es la ausencia del liberalismo filosófico a raíz de la
incapacidad de los argentinos de tolerar a quien piensa de diferente manera. La
intolerancia política e ideológica adquirió particular virulencia durante los
dos gobiernos de Cristina Kirchner (los cacerolazos) y en el incipiente
gobierno de Macri parece agravarse (la brecha, como se denomina a este
peligroso problema).
Del ‘83 a la fecha jamás estuvo vigente el
liberalismo en todas sus facetas. Todavía somos una sociedad profundamente
antiliberal y no da la sensación de que estemos dispuestos a efectuar el
profundo cambio que se necesita para vivir en un ámbito de tolerancia y respeto
por el libre albedrío.
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