Editorial
Editorial
En poco tiempo ingresaremos en
el cuarto oscuro. Se respira un ambiente muy tenso, cargado de ansiedad e
incertidumbre. Las encuestas florecen por doquier. Algunas hablan de una
rotunda victoria de la fórmula Fernández-Fernández, otras aseguran que dicha fórmula
ganará pero por escaso margen, y otras (muy pocas) vaticinan una victoria del
oficialismo. La crispación reinante parece ejercer una gran influencia sobre
algunos políticos, quienes en las últimas horas han emitido opiniones
disparatadas, impropias de personas que pretenden conducir el timón de la república
los próximos cuatro años.
Miguel Angel Pichetto,
sorpresivo acompañante de Mauricio Macri en la fórmula presidencial del oficialismo,
acaba de manifestar un slogan histórico del macrismo: las enormes coincidencias
entre el kirchnerismo y el chavismo. “El país de Fernández sería parecido al de
Venezuela”, enfatizó en las últimas horas. Esta frase no resiste el más mínimo
análisis. En estos momentos Venezuela está en manos de un presidente y una élite
político-militar acusada de estar estrechamente ligada con el narcotráfico. Protegido
por los regímenes cubano, chino y ruso, Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Chávez,
está hundiendo a Venezuela en una gigantesca ciénaga. Los venezolanos resisten
como pueden los embates un gobierno inepto y autocrático, que no duda en
reprimir con extremo salvajismo a quienes utilizan la vía pública para expresar
su descontento. Con una inflación estratosférica y con sus sistemas educativo,
social y de salud absolutamente colapsados, Venezuela es hoy un país que marcha
a la deriva, maltratado impunemente por un dictador y por una oposición que está
al servicio de la república imperial.
Según Pichetto de ganar Alberto
Fernández muy pronto la
Argentina se desmoronaría como el país caribeño. Fernández
sería capaz, siguiendo el “razonamiento” de Pichetto, de reprimir sin piedad a
los opositores, de encarcelarlos sin juicio previo, de perseguirlos día y noche.
La inflación se dispararía sin control y habría escasez de alimentos y medicamentos.
Los apagones totales serían moneda corriente y no habría posibilidad alguna de
que la libertad de prensa tuviera vigencia. ¿Cómo es posible que un dirigente
tan experimentado como Pichetto de por hecho semejante desatino? Porque lo que
insinúa es que el peronismo, de retornar al poder, no haría más que seguir los
pasos de Chávez y Maduro. ¿Pretende hacerle creer al pueblo que el peronismo,
movimiento al que perteneció toda su vida, nada tiene que ver con la
democracia, con el liberalismo, con la república? Lo que busca Pichetto es
reforzar la antigua y nunca abandonada táctica del miedo. Atemorizar a los
votantes, hacerles creer que el adversario es un “cuco”, siempre fue utilizada
por los gobiernos habidos y por haber, no sólo en nuestro país sino en todo el
mundo.
Alberto Fernández está molesto
con Martín Lousteau, candidato a senador nacional por el oficialismo porteño. Sus
últimas críticas a su figura y a la fuerza que representa lograron sacarlo de quicio,
algo que evidentemente le sucede a menudo. Muy ofuscado, Fernández manifestó: “ahí
lo escucho a Lousteau que nos dejó el muerto de la 125 y ahora nos da clases de
economía”. En marzo de 2008 Martín Lousteau era el ministro de Economía de Cristina
Kirchner. Fue el autor intelectual de la resolución 125 que establecía un
incremento de las retenciones a la soja, al girasol, etc. La reacción de las
grandes corporaciones agropecuarias fue de una violencia inusitada. Durante
cuatro meses hubo cortes de rutas (los piquetes de la abundancia), cacerolazos
y manifestaciones. El gobierno nacional quedó en la cuerda floja luego del voto
no positivo del vicepresidente Cobos en aquella dramática madrugada del 17 de
julio. Su decisión tumbó la resolución 125 y dejó malherida a la presidente de
la nación. Según Alberto Fernández, toda la responsabilidad de ese escándalo le
cupo pura y exclusivamente a Lousteau. Ahora bien, una resolución de semejante
magnitud debe contar sí o sí con el visto bueno de las máximas autoridades del
gobierno nacional. En marzo de 2008 Cristina era presidente y Alberto Fernández
era jefe de Gabinete, es decir el número 2 dentro de la jerarquía
gubernamental. Lo que pretende hacernos creer el candidato presidencial del
peronismo kirchnerista es que Lousteau impuso esa resolución por su cuenta, sin
contar ni con su aval ni mucho menos con el aval de Cristina. ¿Alguien puede
realmente suponer que Lousteau se hubiera atrevido a tomar semejante decisión
sin tener el apoyo expreso del gobierno nacional? ¿Alguien puede sensatamente
imaginar que Cristina y Alberto Fernández no conocían el contenido de la
resolución? Si esa resolución provocó semejante escándalo fue porque fue
sancionada por la Presidente ,
el jefe de Gabinete y el ministro de Economía. Sin el visto bueno presidencial
y de la Jefatura
de Gabinete Lousteau jamás hubiera podido lanzar al ruedo semejante resolución.
Pero quien se lleva todos los
premios al mejor delirio discursivo es Alejandro Rozitchner, un filósofo
cercano al presidente Macri. Muy suelto de cuerpo afirmó que las críticas que
recibieron los intelectuales y artistas que publicaron una solicitada apoyando
al oficialismo eran similares a las torturas y los secuestros de la dictadura
militar. “Antes era peor, antes se secuestraba, se torturaba; hoy esa misma
fuerza, que es la fuerza que se encarnó en el “Proceso”, es la que te insulta
si firmás una solicitada que no le gusta”, sentenció. Vale decir que para Rozitchner
los kirchneristas que criticaron a los intelectuales y artistas macristas se
asemejan a los miembros de las fuerzas represivas que secuestraban personas,
las torturaban y las arrojaban vivas al fondo del Río de La Plata durante la última
dictadura militar. Para el filósofo criticar a los intelectuales y artistas
macristas es igual que torturar y asesinar a personas indefensas. Seguramente
Rozitchner se dejó llevar por un enojo pasajero y que por estas horas debe
estar muy arrepentido de haber cometido semejante atropello verbal. Porque con
la tortura y la desaparición de personas no se juega. Banalizarlas es inmoral,
innoble, espurio. ¿Qué necesidad tenía Rozitchner, un hombre formado, de caer
tan bajo? ¿Pretendía congraciarse aún más con el macrismo? ¿No pensó un segundo
en el daño que sus declaraciones causaron a los familiares de las víctimas de la
tortura y desaparición durante la última dictadura militar? Como el gobierno
nacional ha guardado hasta ahora un profundo silencio pareciera que decidió
avalar semejante exabrupto. Nadie duda de todo lo que está en juego en agosto,
octubre y noviembre. Tanto el oficialismo como la oposición están desesperados
por ganar. Pero no es necesario hundirse en un lodazal para apuntalar una
candidatura que no las tiene todas consigo.
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