Artículos publicados en Ser y Sociedad
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Un novelista comprometido
(segunda parte) (17/6/010)
El manuscrito de un loco
(Charles Dickens)
“¡Sí…! ¡Un loco! ¡Cómo
sobrecogía mi corazón esa palabra hace años! ¡Cómo habría despertado el terror
que solía sobrevenirme a veces, enviando la sangre silbante y hormigueante por
mis venas, hasta que el rocío frío del miedo aparecía en gruesas gotas sobre mi
piel y las rodillas se entrechocaban por el espanto! Y, sin embargo, ahora me
agrada. Es un hermoso nombre. Muéstrenme al monarca cuyo ceño colérico haya
sido temido alguna vez más que el brillo de la mirada de un loco…cuyas cuerdas
y hachas fueran la mitad de seguras que el apretón de un loco. ¡Ja, ja! ¡Es
algo grande estar loco! Ser contemplado como un león salvaje a través de los
barrotes de hierro…rechinar los dientes y aullar, durante la noche larga y
tranquila, con el sonido alegre de una cadena, pesada…y rodar y retorcerse
entre la paja extasiado por tan valerosa música. ¡Un hurra por el manicomio!
¡Ay, es un lugar excelente!”
“Me acuerdo del tiempo en el
que tenía miedo de estar loco; cuando solía despertarme sobresaltado, caía de
rodillas y rezaba para que se me perdonara la maldición de mi raza; cuando huía
precipitadamente ante la vista de la alegría o la felicidad, para ocultarme en
algún sitio solitario y pasar fatigosas horas observando el progreso de la
fiebre que consumiría mi cerebro. Sabía que la locura estaba mezclada con mi
misma sangre y con la médula de mis huesos. Que había pasado una generación sin
que apareciera la pestilencia y que era yo el primero en quien reviviría. Sabía
que tenía que ser así: que así había sido siempre, y así sería; y cuando me
acobardaba en cualquier rincón oscuro de una habitación atestada, y veía a los
hombres susurrar, señalarme y volver los ojos hacia mí, sabía que estaban
hablando entre ellos del loco predestinado; y yo huía para embrutecerme en la
soledad”.
“Así lo hice durante años;
fueron unos años largos, muy largos. Aquí las noches son largas a
veces…larguísimas; pero no son nada comparadas con las noches inquietas y los
sueños aterradores que sufría en aquel tiempo. Sólo recordarlo me da frío. En
las esquinas de la habitación permanecían acuclilladas formas grandes y oscuras
de rostros insidiosos y burlones, que luego se inclinaban sobre mi cama por la
noche, tentándome a la locura. Con bajos murmullos me contaban que el suelo de
la vieja casa en la que murió el padre de mi padre estaba manchado por su
propia sangre, que él mismo se había provocado en su furiosa locura. Me tapaba
los oídos con los dedos, pero gritaban dentro de mi cabeza hasta que la
habitación resonaba con los gritos que decían que una generación antes de él la
locura se había dormido, pero que su abuelo había vivido durante años con las
manos unidas al suelo por grilletes para impedir que se despedazara a sí mismo
con ellas. Sabía que contaban la verdad…bien que lo sabía. Lo había descubierto
años antes, aunque habían intentado ocultármelo. ¡Ja, ja! Era demasiado astuto
para ellos, aunque me consideraran como un loco”.
“Finalmente llegó la locura y
me maravillé de que alguna vez hubiera podido tenerle miedo. Ahora podía entrar
en el mundo y reír y gritar con los mejores de entre ellos. Yo sabía que estaba
loco, pero ellos ni siquiera lo sospechaban. ¡Solía palmearme a mí mismo de placer
al pensar en lo bien que les estaba engañando después de todo lo que me habían
señalado y de cómo me habían mirado de soslayo, cuando yo no estaba loco y sólo
tenía miedo de que pudiera enloquecer algún día! Y cómo solía reírme de puro
placer, cuando estaba a solas, pensando lo bien que guardaba mi secreto y lo
rápidamente que mis amables amigos se habrían apartado de mí de haber conocido
la verdad. Habría gritado de éxtasis cuando cenaba a solas con algún
estruendoso buen amigo pensando en lo pálido que se pondría, y lo rápido que
escaparía, al saber que el querido amigo que se sentaba cerca de él, afilando
un cuchillo brillante y reluciente, era un loco con toda la capacidad, y la
mitad de la voluntad, de hundirlo en su corazón. ¡Ay, era una vida alegre!”
“Las riquezas fueron mías, la
abundancia se derramó sobre mí y alborotaba entre placeres que multiplicaban
por mil la conciencia de mi secreto bien guardado. Heredé un patrimonio. La
ley, la propia ley de ojos de águila, había sido engañada, y había entregado en
las manos de un loco miles de discutidas libras. ¿Dónde estaba el ingenio de
los hombres listos de mente sana? ¿Dónde la habilidad de los abogados, ansiosos
por descubrir un fallo? La astucia del loco los había superado a todos”.
“Tenía dinero. ¡Cómo me
cortejaban! Lo gastaba profusamente. ¡Cómo me alababan! ¡Cómo se humillaban
ante mí aquellos tres hermanos orgullosos y despóticos! ¡Y el anciano padre de
cabellos blancos, qué diferencia, qué respeto, qué dedicada amistad, cómo me
veneraba! El anciano tenía una hija y los hombres una hermana; y los cinco eran
pobres. Yo era rico, y cuando me casé con la joven vi una sonrisa de triunfo en
los rostros de sus necesitados parientes, pues pensaban que su plan había
funcionado bien y habían ganado el premio. A mí me tocaba sonreír. ¡Sonreír!
Reírme a carcajada limpia, arrancarme los cabellos y dar vueltas por el suelo
con gritos de gozo. Bien poco se daban cuenta de que la habían casado con un
loco”.
“Pero un momento. De haberlo
sabido, ¿la habrían salvado? La felicidad de la hermana contra el oro de su
marido. ¡La más ligera pluma lanzada al aire contra la alegre cadena que
adornaba mi cuerpo! Pero en una cosa, pese a toda mi astucia, fui engañado. Si
no hubiera estado loco, pues aunque los locos tenemos bastante buen ingenio a
veces nos confundimos, habría sabido que la joven antes había preferido que la
colocaran rígida y fría en una pesada ataúd de plomo que llegar vestida de
novia a mi rica y deslumbrante casa. Habría sabido que su corazón pertenecía a
un muchacho de ojos oscuros cuyo nombre le oí pronunciar una vez entre suspiros
en uno de sus sueños turbulentos, y que me habría sido sacrificada para aliviar
la pobreza del hombre anciano de cabellos blancos y de sus soberbios hermanos”.
“Ahora no recuerdo ni las
formas ni los rostros, pero sé que ella era hermosa. Sé que lo era, pues en las
noches iluminadas por la luna, cuando me despierto sobresaltado de mi sueño y
todo está tranquilo a mi alrededor, veo, de pie e inmóvil en una esquina de esta
celda, una figura ligera y desgastada de largos cabellos negros que le caen por
el rostro, agitados por un viento que no es de esta tierra, y unos ojos que
fijan su mirada en los míos y jamás parpadean o se cierran. ¡Silencio! La
sangre se me congela en el corazón cuando escribo esto…ese cuerpo es el de
ella; el rostro está muy pálido y los ojos tienen un brillo vidrioso, pero los
conozco bien. La figura nunca se mueve; jamás gesticula o habla como las otras
que llenan a veces este lugar, pero para mí es mucho más terrible, peor incluso que los espíritus que me
tentaban hace muchos años…Ha salido fresca de la tumba, y por eso resulta
realmente mortal”.
“Durante casi un año vi cómo
ese rostro se iba volviendo cada vez más pálido; durante casi un año vi las
lágrimas que caían rodando por sus dolientes mejillas, y nunca conocí la causa.
Sin embargo, finalmente lo descubrí. No podía evitar durante largo tiempo que
me enterara. Ella nunca me había querido, por mi parte, yo nunca pensé que lo
hiciera; ella despreciaba mi riqueza y odiaba el esplendor en el que vivía;
pero yo no había esperado eso. Ella amaba a otro y a mí jamás se me había
ocurrido pensar en tal cosa. Me sobrecogieron unos sentimientos extraños y
giraron y giraron en mi cerebro pensamientos que parecían impuestos por algún
poder extraño y secreto. No la odiaba, aunque odiaba al muchacho por el que
lloraba. Sentía piedad, sí, piedad, por la vida desgraciada a la que la habían
condenado sus parientes fríos y egoístas. Sabía que ella no podía vivir mucho
tiempo, pero el pensamiento de que antes de su muerte pudiera engendrar algún
hijo de destino funesto, que transmitiría la locura a sus descendientes, me
decidí. Resolví matarla”.
“Durante varias semanas pensé
en el veneno, y luego en ahogarla, y en el fuego. Era una visión hermosa la de
la gran mansión en llamas, y la esposa del loco convirtiéndose en cenizas.
Pensé también en la burla de una gran recompensa, y algún hombre cuerdo
colgando y mecido por el viento por un acto que no había cometido… ¡y todo por
la astucia de un loco! Pensé a menudo en ello, pero finalmente lo abandoné.
¡Ay! ¡El placer de afilar la navaja un día tras otro, sintiendo su borde
afilado y pensando en la abertura que podía causar un golpe de su borde delgado
y brillante!”
“Finalmente, los viejos
espíritus que antes habían estado conmigo tan a menudo me susurraron al oído
que había llegado el momento y pusieron la navaja abierta en mi mano. La sujeté
con firmeza, la elevé suavemente desde el lecho y me incliné sobre mi esposa,
que yacía dormida. Tenía el rostro enterrado en las manos. Las aparté
suavemente y cayeron descuidadamente sobre su pecho. Había estado llorando,
pues los rastros de las lágrimas seguían húmedos sobre las mejillas. Su rostro
estaba tranquilo y plácido, y mientras lo miraba, una sonrisa tranquila iluminó
sus rasgos pálidos. Le puse la mano suavemente en el hombro. Se
sobresaltó…había sido tan sólo un sueño pasajero. Me incliné de nuevo hacia
delante y ella gritó y despertó”.
Un solo movimiento de mi mano
y nunca habría vuelto a emitir un grito o sonido. Pero me asusté y retrocedí.
Sus ojos estaban fijos en los míos. No sé por qué, pero me acobardaban y
asustaban; y gemí ante ellos. Se levantó, sin dejar de mirarme con fijeza. Yo
temblaba; tenía la navaja, pero no podía moverme. Ella se dirigió hacia la
puerta. Cuando estaba cerca, se dio vuelta y apartó los ojos de mi rostro. El
encantamiento se deshizo. Di un salto hacia delante y la sujeté por el brazo.
Lanzando un grito tras otro, se dejó caer al suelo”.
“Podría haberla matado sin
lucha, pero se había provocado la alarma en la casa. Oí pasos en los escalones.
Dejé la cuchilla en el cajón habitual, abrí la puerta y grité en voz alta
pidiendo ayuda”.
“Vinieron, la cogieron y la
colocaron en la cama. Permaneció con el conocimiento perdido durante varias
horas; y cuando recuperó la vida, la mirada y el habla, había perdido el
sentido y desvariaba furiosamente”.
“Llamamos a varios médicos,
hombres importantes que llegaron hasta mi casa en finos carruajes, con hermosos
caballos y criados llamativos. Estuvieron junto a su lecho durante semanas.
Celebraron una importante reunión y consultaron unos con otros, en voz baja y
solemne, en otra habitación. Uno de ellos, el más inteligente y famoso, me
llevó con él a un lado y me rogó que me preparara para lo peor. Me dijo que mi
esposa estaba loca (…) ¡a mí, al loco! Permaneció cerca de mí junto a una
ventana abierta, mirándome directamente al rostro y dejando una mano sobre mi
hombro. Con un pequeño esfuerzo habría podido lanzarlo abajo, a la calle.
Habría sido divertido hacerlo, pero mi secreto estaba en juego y dejé que se
marchara. Unos días más tarde me dijeron que debía someterla a algunas
limitaciones: debía proporcionarle alguien que la cuidara. ¡Me lo pedía a mí!
¡Salí al campo abierto, donde nadie pudiera escucharme, y reí hasta que el aire
resonó con mis gritos!”
“Murió al día siguiente, el
anciano de cabello blanco la siguió hasta la tumba y los orgullosos hermanos dejaron
caer una lágrima sobre el cadáver insensible de aquella cuyos sufrimientos
habían considerado con músculos de hierro mientras vivió. Todo aquello
alimentaba mi alegría secreta, y reía oculto por el pañuelo blanco que tenía
sobre el rostro mientras regresamos cabalgando a casa, hasta que las lágrimas
brotaron de mis ojos”.
“Pero aunque había cumplido mi
objetivo, y la había asesinado, me sentí inquieto y perturbado, y pensé que no
tardarían mucho en conocer mi secreto. No podía ocultar la alegría y el
regocijo salvaje que hervían en mi interior y que cuando estaba a solas, en
casa, me hacía dar saltos y batir palmas, dando vueltas y más vueltas en un
baile frenético, y gritar en voz muy alta. Cuando salía y veía a las masas
atareadas que se apresuraban por la calle, o acudía al teatro y escuchaba el
sonido de la música y contemplaba la danza de los demás, sentía tal gozo que me
habría precipitado entre ellos y les habría despedazado miembro a miembro,
aullando en el éxtasis que me produciría. Pero apretaba los dientes, afirmaba
los pies en el suelo y me clavaba las afiladas uñas en las manos. Mantenía el
secreto y nadie sabía aún que yo era el loco”.
“Recuerdo, aunque es una de
las últimas cosas que puedo recordar, pues ahora la realidad se mezcla con mis
sueños, y teniendo tanto que hacer, habiéndome traído siempre aquí tan
presurosamente, no me queda tiempo para separar entre los dos, por la extraña
confusión en la que se hallan mezclados (…) Recuerdo de qué manera finalmente
se supo. ¡Ja, ja! Me parece ver ahora sus miradas asustadas, y sentir cómo se
apartaban de mí mientras yo hundía mi puño cerrado en sus rostros blancos y
luego escapaba como el viento, y los dejaba gritando atrás. Cuando pienso en
ello me vuelve la fuerza de un gigante. Miren cómo se curva esta barra de
hierro con mis furiosos tirones. Podría romperla como si fuera una ramita, pero
sé que detrás hay largas galerías con muchas puertas; no creo que pudiera
encontrar el camino entre ellas; y aunque pudiera, sé que allá abajo hay
puertas de hierro que están bien cerradas con barras. Saben que he sido un loco
astuto, y están orgullosos de tenerme aquí para poder mostrarme”.
“Veamos, sí, había sido
descubierto. Era ya muy tarde y de noche cuando llegué a casa y encontré allí
al más orgulloso de los tres orgullosos hermanos, esperando para verme (…) dijo
que por un asunto urgente. Lo recuerdo bien. Odiaba a ese hombre con todo el
odio de un loco. Muchas veces mis dedos desearon despedazarlo. Me dijeron que
estaba allí y subí presurosamente las escaleras. Tenía que decirme unas
palabras. Despedí a los criados. Era tarde y estábamos juntos y a solas (…) por
primera vez”.
“Al principio aparté
cuidadosamente mis ojos de él, pues era consciente de lo que él no podía siquiera
pensar, y me glorificaba en ese conocimiento: que la luz de la locura brillaba
en mis ojos como el fuego. Permanecimos unos minutos sentados en silencio.
Finalmente, habló. Mi reciente disipación, y algunos comentarios extraños
hechos poco después de la muerte de su hermana, eran un insulto para la memoria
de ésta. Uniendo a ello otras muchas circunstancias que al principio habían
escapado a su observación, había terminado por pensar que yo no la había
tratado bien. Deseaba saber si tenía razón al decir que yo pensaba hacer algún
reproche a la memoria de su hermana, faltando con ello al respeto a la familia.
Exigía esa explicación por el uniforme que llevaba puesto”.
“Aquel hombre tenía un
nombramiento en el ejército (…) ¡un nombramiento comprado con mi dinero y con la
desgracia de su hermana! El fue el que más había tramado para insidiar y
quedarse con mi riqueza. Él había sido el principal instrumento para obligar a
su hermana a casarse conmigo, y bien sabía que el corazón de aquélla pertenecía
al piadoso muchacho. ¡Por causa de su uniforme! ¡El uniforme de su degradación!
Volví mis ojos hacia él (…) no pude evitarlo; pero no dije una sola palabra”.
“Vi que bajo mi mirada se
produjo en él un cambio repentino. Era un hombre valiente, pero el color
desapareció de su rostro y retrocedió en su silla. Acerqué la mía a la suya; y
mientras reía, pues entonces estaba muy alegre, vi cómo se estremecía. Sé que
la locura brotaba de mi interior. Sentí miedo de mí mismo”.
“Quería usted mucho a su
hermana cuando ella vivía-le dije. Mucho”.
“Miró con inquietud a su
alrededor, y lo vi sujetar con la mano el respaldo de la silla; pero no dije
nada”.
“Es usted un villano-le dije-.
Lo he descubierto. Descubrí sus infernales trampas contra mí; que el corazón de
ella estaba puesto en otro cuando usted la obligó a casarse conmigo. Lo sé (…)
lo sé”.
“De pronto, se levantó de un
salto de la silla y blandió en alto, obligándome a retroceder, pues mientras
iba hablando procuraba acercarme más a él”.
“Más que hablar grité, pues
sentí que pasiones tumultuosas corrían por mis venas, y los viejos espíritus me
susurraban y tentaban para que le sacara el corazón”.
“Condenado sea-dije poniéndome
en pie y lanzándome sobre él-. Yo, la maté. Estoy loco. Acabaré con usted.
¡Sangre, sangre! ¡Tengo que tenerla!”
“Me hice a un lado para evitar
un golpe que, en su terror, me lanzó con la silla, y me enzarcé con él. Produciendo
un fuerte estrépito, caímos juntos al suelo y rodamos sobre él”.
“Fue una buena pelea, pues era
un hombre alto y fuerte que luchaba por su vida, y yo un loco poderoso sediento
de su destrucción. No había ninguna fuerza igual a la mía, y yo tenía la razón.
¡Sí, la razón, aunque fuera un loco! Cada vez fue debatiéndose menos. Me
arrodillé sobre su pecho y le sujeté firmemente la garganta oscura con ambas
manos. El rostro se le fue poniendo morado, los ojos se le salían de la cabeza
y con la lengua fuera parecía burlarse de mí. Apreté todavía más”.
“De pronto se abrió la puerta
con un fuerte estrépito y entró un grupo de gente, gritándose unos a otros que
cogieran al loco”.
“Mi secreto había sido
descubierto y ahora sólo luchaba por mi libertad. Me puse en pie antes de que
me tocaran una mano, me lancé entre los asaltantes y me abrí camino con mi
fuerte brazo, como si llevara un hacha en la mano y los atacara con ella. Llegué
a la puerta, me lancé por el pasamanos y en un instante estaba en la calle”.
“Corrí veloz y en línea recta,
sin que nadie se atreviera a detenerme. Por detrás oía el ruido de unos pies, y
redoblé la velocidad. Se fue haciendo más débil a la distancia hasta que por fin
desapareció totalmente; pero yo seguía dando saltos entre los pantanos y riachuelos,
por encima de cercas y de muros, con gritos salvajes que escuchaban seres extraños
que venían hacia mí por todas partes y aumentaban el sonido hasta que éste
horadaba el aire. Iba llevado en los brazos de demonios que corrían sobre el
viento, que traspasaban las orillas y los setos, y giraban y giraban a mi
alrededor con un ruido y una velocidad que me hacía perder la cabeza, hasta que
finalmente me apartaron de ellos con un golpe violento y caí pesadamente sobre
el suelo. Al despertar, me encontré aquí, en esta celda gris a la que raras
veces llega la luz del sol, y por la que pasa la luna con unos rayos que sólo
sirven para mostrar a mi alrededor sombras oscuras, y para que pueda ver esa
figura silenciosa en la esquina. Cuando despierto, a veces puedo oír extraños
gritos procedentes de partes distantes de este enorme lugar. No sé lo que son;
pero no proceden de ese cuerpo pálido, y tampoco ella les presta atención. Pues
desde las primeras sombras del ocaso hasta la primera luz de la mañana, esa
figura sigue en pie e inmóvil en el mismo lugar, escuchando la música de mi
cadena de hierro, y viéndome saltar sobre mi lecho de paja”.
Fuente:
-Ciudad Seva: Hogar electrónico
del escritor Luis López Nieves.
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