El enfoque de Jorge Elbaum
El enfoque de Jorge Elbaum
Misiles en el golfo pérsico
LA
GUERRA Y
LA PAZ (*)
Las elecciones en Israel del último 17 de septiembre y
los bombardeos en las refinerías sauditas de Abqaiq y Khurais sitúan a Medio
Oriente, nuevamente, en el epicentro de la conflictividad global. En el primer
caso porque la votación vuelve a poner en evidencia la situación irresuelta de
la ocupación colonial de Palestina, y en el segundo porque la disputa entre la República Islámica
de Irán y la monarquía arábica evidencia una escalada sin precedentes, desde
que ambas teocracias se disputan el control y la autoridad política y
espiritual sobre la totalidad del mundo musulmán.
El triunfo del candidato de la lista Azul y Blanca
(Kajol Labán) –liderado por el ex jefe del Estado Mayor Benny Gantz– por sobre
el Likud (histórico partido de la derecha israelí comandado por Bibi
Netanyahu), plantea la posibilidad de conformar una nueva alianza dentro de la Kneset , el parlamento
israelí. El modelo parlamentario unicameral de 120 bancas requiere 61 escaños
para postular un primer ministro. Gantz obtuvo 33 escaños mientras que
Netanyahu alanzó los 31 diputados, guarismos que no permiten alcanzar la
mayoría necesaria para conformar gobierno.
Más allá de los debates entre las diferentes listas, que
se sucederán en las próximas semanas para nominar al primer ministro, el dato
más sorpresivo de las elecciones es el tercer lugar alcanzado por la Lista Unida (o
Conjunta, Ra´am), liderada por Ayman Odeh, un abogado comunista proveniente de
la ciudad de Haifa, quien alcanzó los 13 escaños. Ra´am alcanzó la tercera
bancada en importancia en el parlamento, con votos provenientes de la izquierda
israelí y del 20 % de los ciudadanos no judíos que habitan Israel.
Los partidos mayoritarios suelen jactarse de que Israel
es la única democracia del Medio Oriente, pero ese postulado suele eludir la
realidad incontrastable de que 4 millones de palestinos están privados de
derechos ciudadanos plenos y sus tierras –sobre todo dentro de Judea y Samaria—
vienen siendo usurpadas por colonos identificados dentro de la ultraderecha
israelí.
La suspensión unilateral de las negociaciones destinadas
a garantizar una solución pacífica a la ocupación militar ha sido respaldada
por el gobierno republicano de Donald Trump, quien además impulsó el traslado
de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, ciudad que también forma parte de la
disputa territorial. La derecha israelí considera a esta ciudad como su capital
indivisible mientras que los palestinos y la mayoría de la comunidad
internacional la consideran como un centro urbano que debe albergar a ambas
capitales (la de Israel y Palestina), en el marco de una división urbana consensuada.
Las elecciones vuelven a poner en agenda la cuestión del
recientemente proclamado Estado Judío y las amenazas de Netanyahu respecto a la
anexión arbitraria y unilateral de porciones de territorio palestino. Estos
anuncios, reñidos con el derecho internacional, obligan a los israelíes a
plantearse la encrucijada central que las elecciones no pueden eludir:
- la integración de los
territorios palestinos en un país multicultural y plurinacional, con el
consiguiente otorgamiento de ciudadanía plena a los 4 millones de
palestinos (aceptando que una lista Árabe Unida pueda convertirse en una
potencial mayoría o primera minoría a futuro),
- el reforzamiento del carácter
de apartheid social y territorial sobre la población de Cisjordania y
Gaza, y
- el reconocimiento de la
soberanía palestina con el consiguiente abandono de la ocupación militar y
colonial.
Misiles en el golfo pérsico
El conflicto entre Arabia Saudita e Irán no es ajeno a
este otro conflicto. Teherán promueve un estado islámico y avala la
confrontación de Hamas (sunitas ligados a los Hermanos Musulmanes, instalados
en Gaza) y de Hezbolá (chiitas, ubicado en el sur del Líbano) contra la Autoridad Nacional
Palestina. Esa división es utilizada por la derecha israelí y Donald Trump para
darle continuidad a una política colonial sobre quienes continúan privados de
derechos soberanos y permanecen como víctimas de la justicia militar de
ocupación.
La confrontación de Irán con Estados Unidos, de todas
formas, no se expresa únicamente en el conflicto palestino-israelí, sino que
reviste aristas geopolíticas de otro tenor: los ayatolas han defendido una
política autónoma de las imposiciones de Washington en la región y eso les ha
ocasionado un hostigamiento permanente cuya expresión actual es la
multiplicación de sanciones económicas y financieras. Arabia Saudita, en ese
marco, se ha constituido en el socio privilegiado de Washington dentro del
mundo musulmán, utilizando el antagonismo de Irán con Estados Unidos para
limitar la expansión chiita que se produjo en la región, después del triunfo de
la revolución de Jomeini en enero de 1978. Para hacer más efectiva la disputa,
tanto Riad como Teherán apelaron a ancestrales rivalidades religiosas
vinculadas al enfrentamiento entre sunitas y chiitas. El Islam, fundado por
Mahoma en el siglo VII, tiene dos ramas principales: los que siguen la Sunna (tradición que se
referencia en los seguidores de los primeros califas) y los chiitas,
partidarios del yerno de Mahoma, Alí. Sus diferencias son doctrinales, pero se
expresan en términos políticos: los chiitas creen que la sociedad civil debe estar
regida por la autoridad religiosa, mientras que los sunitas descreen de este
principio.
El ataque con drones y misiles contra las refinerías
arábigas se vincula con la lucha que sunitas y chiitas desarrollan en Yemen,
Siria y El Líbano. En esos tres países, Irán y los sauditas rivalizan por el
control o la hegemonía. En Yemen, en el marco de una guerra civil que ya lleva
15 años en la que la minoría de los zaidíes (conocidos como hutíes) son
perseguidos y bombardeados en forma sistemática por una alianza comandada por
los sunitas saudíes. En Siria, después de una década de enfrentamientos en la
que Irán defendió al gobierno de Bashar al Assad (ligado a la identidad
alauita, cercana al chiismo), mientras que los saudíes apoyaron a varios grupos
insurgentes. Según cálculos de los organismos de las Naciones Unidos, este
conflicto produjo, hasta la fecha, 5 millones de desplazados, medio millón de
muertos y un millón de heridos. Teherán y Riad también se enfrentan desde hace
tres décadas en el Líbano, donde los sauditas acusan a Hezbolá (partido
político de la minoría chiita) de asesinar al ex presidente Rafik Al Hariri en
2005.
Las elecciones en Israel y el conflicto entre Riad y
Teherán, sumados a sus respectivos socios geopolíticos, requieren un pormenorizado
análisis no apto para simplificaciones. Es un escenario de complejidad
singular, cuyos protagonistas han demostrado una absoluta incapacidad de
alcanzar soluciones duraderas, más aún cuando el negocio de las armas continúa
construyéndose como redituable. Aunque parezca ingenua, la remanida afirmación
de Thomas Mann sigue evidenciando lucidez: “La guerra es la salida cobarde a
los problemas de la paz”.
(*) El cohete
a la luna, 22/9/019.
Comentarios
Publicar un comentario