The Washington Post y la Argentina
The Washington Post y la Argentina
Contundente editorial
del Washington Post sobre la situación de
Contundente editorial
del Washington Post sobre la situación de la Argentina
28/1/020
No hay drama mayor para una nación. Vivir en
permanente frustración por lo que no son otra cosa que las consecuencias de sus
preferencias constituyen una encerrona de la cual es muy difícil salir. La Argentina no tiene un
problema económico o social o político. Tiene un problema médico; un problema
de orden psicológico profundo que le impide resolver lo que no son otra cosa
que los efectos de esa causa madre.
Que un país viva en
conflicto por lo que son las consecuencias de sus preferencias libres,
constituye una dificultad de tal magnitud que, sinceramente, no sé si la
cuestión tiene solución.
Pues bien, ¿y cuál es esa maldita preferencia?, ¿qué es lo que los argentinos
secretamente prefieren y contra lo que luego se enojan cuando efectivamente esa
preferencia se materializa? Esa preferencia no es otra que la pobreza: los
argentinos prefieren la pobreza. Por supuesto no van a admitirlo a viva voz. De
hecho, viven enojados contra la pobreza. O al menos eso dicen.
Porque lo que en
realidad les ocurre en materia de “enojos” es algo bien distinto. Si uno
analiza las corrientes que imperan consciente o inconscientemente en el
espíritu argentino verá que lo que mayoritariamente sobresale, lo que
culturalmente predomina, es una oposición a la riqueza.
En efecto, el
argentino está en guerra contra la riqueza. La corriente mayoritaria que emerge
desde las entrañas más profundas de la cultura nacional consiste en una
resistencia impenetrable contra la riqueza, contra la idea de ser rico.
El Papa Francisco es
quien mejor ha expresado la esencia de esa corriente con su frase “la riqueza
es el estiércol del diablo”. Quizás no haya un resumen más perfecto de la
morfología social que distingue a los argentinos que esas palabras de
Bergoglio. La riqueza es un pecado.
Sin embargo, en un
retorcimiento que complica aún más el problema, es un determinado tipo de
riqueza y un determinado tipo de rico el que el argentino desdeña y por el que
siente un profundo asco. La riqueza que los argentinos repugnan es la que se
produce como fruto del éxito lícito. Paralelamente entonces al tipo de “rico”
que el argentino odia es al que obtuvo su riqueza por la vía del triunfo en la
vida laboral legal.
Contrariamente, no se observan condenas firmes contra los que, incluso
obscenamente, pavonean la riqueza que hicieron como consecuencia de actividades
ilícitas, provengan ellas de la corrupción pública (funcionarios ladrones,
sindicalistas mafiosos) o de actividades delictivas “privadas” como los
narcotraficantes o los delincuentes comunes.
El prototipo del
argentino que es resistido socialmente (“resistido” viene de “resentimiento”)
es aquel que tuvo éxito material en la vida por la vía del trabajo lícito. Es
ése el que defeca el “estiércol” del diablo”.
Por lo tanto, a ese
personaje hay que bajarlo de donde está y, por supuesto, no es un modelo a
imitar o a emular sino un arquetipo al que envidiar, maldecir y destruir.
Obviamente la
persecución y eventual destrucción de los que generan riqueza hace que no se
genere riqueza (es una perogrullada, pero en la Argentina parecería
necesario aclararlo) y al no generarse riqueza, se obtiene pobreza.
Parecería que,
siguiendo un silogismo normal, los argentinos deberían estar felices porque
finalmente consiguieron lo que buscaban: derrotar la riqueza, destruir al rico
y materializar la pobreza (que siguiendo, a su vez, el razonamiento del Papa
debería ser el estado de gracia más cristalino del ser humano por ser el
opuesto al “estiércol del diablo”). Pero no. Cuando llegan a lo que debería ser
su éxtasis, estallan en queja y buscan a más ricos a quienes ir a robarles lo
que les queda por la vía de entronizar gobiernos que expolian con impuestos
confiscatorios la riqueza lícita generada por otros.
Parecería que lo que los argentinos buscan, finalmente, es una pobreza
tolerable igualmente distribuida. Es decir una pobreza “hasta ahí”, igual para
todos. (Excepto para aquellos “ricos” a los cuales los argentinos no resisten
–es decir, no tienen “resentimiento” contra ellos- como los funcionarios
corruptos -que dicen que vienen a sacarle a unos lo que ganaron “injustamente”
a costa de otros- los sindicalistas mafiosos, los que “encontraron un curro o
un yeite” -el típico “vivo” argentino que “le encontró la vuelta”- u otros
personajes del submundo ilegal respecto de los cuales el argentino no muestra
un nivel de ofensa ostensible)
Como se ve, la
profundidad de la enfermedad sociológica del país es de tal dimensión que las
dudas sobre su verdadera solución son muy grandes. El nivel de deterioro mental
masivo que sufre el país implica un retorcimiento tal de los valores
constructivos de la vida pacífica y progresista que uno duda seriamente de que
tal extravío tenga vuelta atrás.
El enamoramiento del
pobrismo ha llevado a la
Argentina a ser una sociedad completamente conflictuada,
encerrada en una encrucijada de la que le será muy difícil salir. Vivir en
queja por las consecuencias que trae lo que se venera representa un problema de
una complejidad tal que las soluciones no vendrán de la aplicación de tal o
cual programa económico sino de un proceso de introspección que lleve a cada
argentino a darse cuenta del nivel de contradicción en el que vive.
Mientras ese
complejo severo no sea removido del alma argentina, el país no tendrá solución.
Nadie vivirá mejor, venerando vivir peor. Y si se considera que vivir
monacalmente es mejor que vivir en la abundancia, los argentinos deberían
renunciar a la abundancia y acostumbrarse a los límites materiales de la vida
monacal.
Ahora, recurrir al
delito, a la corrupción, al robo o al narcotráfico para producir ilegalmente lo
que se niegan a generar bajo el imperio de la ley no hará que el país sea rico.
Lo que probablemente surja (o mejor dicho, se consolide) es una nueva nobleza
compuesta por mafiosos, funcionarios corruptos, narcos amparados por el poder y
revolucionarios de pacotilla que vivirán como reyes. Pero los argentinos
honrados se hundirán en la pobreza. En esa misma pobreza que el Papa argentino
tanto les enseñó a reverenciar.
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