El análisis de Jorge Fontevecchia
El análisis de Jorge Fontevecchia
Remedio antidistopías (*)
Jorge Fontevecchia
Dos
distopías igualmente aterradoras se adueñan de los pensamientos de no pocos
argentinos. Cuando se regrese plenamente a la nueva normalidad y la lucha
contra el coronavirus no sea el principal problema, la crisis económica será de
tal magnitud que se producirán hechos de violencia y saqueos iguales o peores a
los de finales de 2001. Los incendios y actos de vandalismo y destrucción que
hoy se producen en algunos estados con mayor población de negros en los Estados
Unidos no solo es un problema racial. Al igual que con Kosteki y Santillán en
2002, que la policía haya asesinado a un manifestante negro es apenas la
mecha que activó una bomba gestada por causas que tienen mucho más que ver
con la economía y la pobreza: los negros, y también los latinos e inmigrantes,
son quienes más están sufriendo las muertes por coronavirus y quienes más
sufren el deterioro económico que genera la recesión del parate. Es la
directora del diario Financial Times en Estados Unidos, Gillian Tett, una de
las voces más escuchadas en Wall Street, y no un líder de izquierda quien en el
reportaje largo de esta edición (ver página 38) dice: “Hay una demanda en
Estados Unidos para que los trabajadores ocasionales obtengan mejores
beneficios después del coronavirus. El Banco Mundial y el FMI reconsideran sus
operaciones. En general, habrá discusiones sobre equidad, responsabilidad
social, inclusión laboral y reforma de la asistencia sanitaria. Si eso lleva a
un intento de abordar las reformas de política de manera coordinada, podríamos
pensar en un mundo mejor. Pero también hay que considerar que lo que sucede es
que la ira y el dolor que se han desatado después del shock económico pueden
alimentar una mayor polarización. Será un período peligroso y las cosas pueden
volverse más negativas. Estamos viendo un creciente proteccionismo, una
creciente xenofobia, una creciente sensación de desigualdad entre ricos y
pobres. El Covid-19 no afectó de igual manera a las personas: golpeó mucho a
los pobres y creó resentimiento. Y si ese conjunto de ira aumenta, podría ser
mucho peor.
Cuando
salgamos de la crisis nos enfrentaremos a una economía mala, pero también a una
enorme carga de deuda, particularmente en Occidente. La deuda obligará a los
gobiernos a elegir quién va a pagar esa deuda y cómo. Espero lo mejor pero
también soy consciente de los riesgos de lo peor”. La otra distopía es que,
como los países desarrollados podrían calmar a sus poblaciones con nuevas
formas de New Deal y la recreación de otras maneras de Estados de bienestar, en
la empobrecida Argentina no hay resto y la única forma de no producir ese
incendio será consumirnos el stock de capital y ahorro para asistir cada vez
más a la creciente cantidad de pobres. Consumirnos el futuro castigando toda
forma de generación o stock de riqueza para sobrevivir en el presente nos irá
empobreciendo estructuralmente, como le pasó a Venezuela, que alguna vez fue un
país rico. La vulgata de esta distopía es por un lado Susana Giménez, quien se
fue a residir a Uruguay y tiene “terror de que nos quieran convertir en
Venezuela” y por otro Dady Brieva, que dijo: “Si tarde o temprano vamos a ser
Venezuela, seamos Venezuela ahora”. Frente a ambas distopías aterradoras, el
primer remedio es del orden de la voluntad: rebelarse frente a la idea de la
inevitabilidad de la decadencia. El segundo remedio es del orden de la razón:
lo contrario a la decadencia es el progreso, que tiene como dínamo el
conocimiento. Solo el saber –expresado luego en sus múltiples consecuencias,
desde el poder hasta la legitimidad pasando por toda forma de producción de
valor– crea soberanía, como ya titulé una columna anterior donde se anunció la
creación de la Asamblea
del Futuro, prometiendo esta semana dar a conocer el nombre y las credenciales
de quienes la integrarían. Esto se hizo ayer en PERFIL (https://bit.ly/asambleadelfuturo),
lista que vuelve a acompañar esta columna. Rebelarse a la inevitabilidad de
toda forma de miseria, asociando mayoritariamente el error a la ignorancia más
que a la maldad, exige incorporar saberes de los otros: “El conocimiento es
siempre un proceso dialéctico que precisa del disenso mutuo para producir
síntesis y progresar”, escribí ayer ante la censura de la conferencia de Sérgio
Moro en la Facultad
de Derecho (https://bit.ly/moroenargentina). La posición antigrieta y
positivista que PERFIL siempre defiende puede resultar ingenua. El fundador de
la psicología humanista y creador de la famosa pirámide de las necesidades que
lleva su nombre y se enseña tanto en Economía como en Sociología, Abraham
Maslow, definía esa ingenuidad como una “regresión al servicio del ego” (volver
a ser niño). Es decir, hacer como si el mundo fuera bello para poder
embellecerlo.
(*) Perfil, 31/5/020.
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