La reflexión de Jorge Elbaum
La reflexión de Jorge Elbaum
MIEDO
Y NEGACIONISMO (*)
Del virus al cáncer
MIEDO
Y NEGACIONISMO (*)
En los últimos días se acrecentó la violencia discursiva
de la oposición. Las causas profundas de esa efervescencia se relacionan con el
porvenir post-pandemia. Existe una identificación manifiesta entre quienes
desvalorizan los efectos luctuosos del Covid-19 con quienes buscan en forma
desesperada recuperar una normalidad basada en el esquema
existente antes de la crisis sanitaria.
Mientras las personas contagiadas alcanzan los 10
millones en todo el mundo y las muertes rondan el medio millón, diferentes actores
políticos y empresariales insisten en atenuar y/o desvalorizar su efecto
dramático mediante la instalación de una agenda alternativa. Para cumplimentar
esa tarea recurre a un conjunto de dispositivos comunicacionales orientados a
divulgar la probable ineficacia de las soluciones colectivas, con el objeto de
imponer esquemas de desconfianza en relación a las decisiones estatales. Para
hacer más fructífera su labor se ejercita la desinformación, se multiplican las
noticias falsas (fake news) y se propagan teorías conspirativas.
El virus tiene capacidad de mutación. Las sociedades
también. Y esa potencialidad de transformación empieza a ser percibida como un
riesgo aterrador para quienes observan un resquebrajamiento del orden
pre-pandemia. Más allá de las probabilidades ciertas o potenciales de que las
medidas de emergencia obtengan modificaciones significativas a futuro, el solo
hecho de conjeturar esquemas de gobernabilidad diferentes a los considerados
seis meses atrás, genera intranquilidad entre quienes gozaban de privilegios
naturalizados. Aquellos que detentan la comodidad de un orden social que los
beneficia se sienten desconcertados frente a una calamidad epidemiológica que,
en forma paralela, deja al descubierto inequidades antes solapadas detrás del
velo de la normalidad y la costumbre. Su inquietud distingue un hipotético
reordenamiento del mosaico social. Un orden que fue construido sobre la base de
la imposición sistemática de un sentido común, funcional a los intereses de las
corporaciones trasnacionales y sus tentáculos financiarizados.
A este pánico
subrepticio se le suma un potencial crédito relativo –beneficioso para los
Fernández– respecto a la forma de administrar la crisis. Si los números finales
de la pandemia terminan evidenciando una adecuada política de reducción de
daño, en forma comparativa con otros países análogos, el golpe sobre el
macrismo residual podría ser significativo. El correlato de ambos recelos
aparece como obvio: la versión local del neoliberalismo busca/necesita más
contagiados y muertos. Eso fue lo que formuló una de sus operadoras de prensa,
Silvia Mercado, al contestar una inquietud retórica del consultor Raúl
Timerman: “¿Los cansados, estresados, aburridos y angustiados por la
cuarentena, se sentirían más aliviados si en lugar de 1.000 muertos tuviéramos
20.000?” Mercado, en honor a su apellido, no dudó: “La verdad que sí.
Encontraríamos más sentido a las restricciones. Así, es muy difícil”.
El negacionismo aparece como una respuesta a lo que en
Ciencias Sociales se conoce como la Ventana de Overton, es decir,
el rango de políticas pensables por un sistema político en un momento
determinado. También se lo denomina la ventana del discurso, por su
disponibilidad para hacer viable (o por lo menos debatible) una seria de ideas
determinadas, sin que sus voceros sean considerados anacrónicos o delirantes.
La pandemia ha entreabierto esa ventana de oportunidad a nuevas reglas del
juego e innovadoras disputas. La pandemia rasgó el andamiaje inercial sobre el
que se debatía. Esta ventana provoca aprensión e incluso espanto al interior de
la oposición.
Del virus al cáncer
Las evidencias internacionales muestran que banalizar el
riesgo del virus influye directamente en el aumento de los contagios. La
negación del peligro epidemiológico conlleva una menor disponibilidad para
respetar el distanciamiento social. El caso de Brasil es paradigmático en este
sentido: la desatención por el aislamiento impulsada por el Presidente Jair
Bolsonaro aumentó la cantidad de enfermos. A su vez, los sectores más
perjudicados fueron aquellos que se vieron obligados a utilizar el transporte
público o que tuvieron que continuar con sus tareas en espacios de alta
aglomeración de trabajadores. La apertura indiscriminada que buscan los
contratantes de Mercado, Majul, Leuco, etc., es la que implica –como sucede en
Perú, Ecuador y Brasil– el acopio de cadáveres en los crematorios sin
familiares capaces de despedir a sus deudos. Esa propuesta, verbalizada
diariamente desde las usinas neoliberales, permitiría a los empresarios y sus
acólitos –una parte de los sectores medios altos– darle continuidad a sus
habituales rituales de transporte privado y teletrabajo, capaces de reducir la
exposición al contagio. Esta es la razón de fondo por la que gran parte de los
rechazos al cuidado mutuo se articula con posicionamientos refractarios al
discurso científico: cuando los epidemiólogos convocan a mantener el
aislamiento social para evitar la circulación del Covid, los voceros de los
rentistas apelan a una angustia autónoma a aflicción que supone la enfermedad,
la muerte y el eventual quiebre del sistema sanitario.
Quienes continúan contribuyendo a deslegitimar el
aislamiento social mantienen afinidades electivas (y conexiones evidentes) con
otras formas de negacionismo: están emparentados con quienes desechan las
evidencias empíricas respecto al cambio climático (porque sus negocios
forestales o agroindustriales empezarían a ser cuestionados); a quienes
desvalorizan el efecto pernicioso de la desigualdad social (porque plantea
originales formas de redistribución de la riqueza, la renta y la propiedad); a
quienes consideran irrelevante la prevalencia del racismo (porque contradice su
pretendido supremacismo); e invisibilizan la violencia heteropatriarcal (porque
perciben a la perspectiva de género como una amenaza que postula una anarquía
del deseo).
El andamiaje político-cultural neoliberal advierte que
algo se mueve y que este devenir puede alterar la naturalización de su
privilegio. Además toma nota del reposicionamiento –fortalecido– de un actor
institucional –el Estado– al que se le atribuyen oscuras intenciones de
discontinuar la acostumbrada expoliación de los sectores populares.
El odio es hijo del miedo. Por eso la versión local del
neoliberalismo vuelve a edificar un enemigo al que se le puede atribuir todos
los males: la destrucción de la
República , el quiebre de la división de poderes y la
apetencia populista-autoritaria. Para lograr congregar el odio se dispone a
cosificar a sus referentes, a deshumanizarlo, a convertirlo, por ejemplo, en un
tumor necesario de ser extirpado. Eso explica la apelación de Etchecopar al
cáncer, la misma analogía utilizada por los genocidas en la década del ’70 para
hacer desaparecer activistas, militantes y combatientes sin sentir la más
mínima compasión. Aniquilar un tumor nunca puede ser condenable.
La apertura de una nueva ventana de discusión y el
renovado rol del Estado frente al virus producen paranoias, odios y fantasmas
insospechados. Paradójicamente, el devenir político ofrece oportunidades de
establecer nuevos patrones de funcionamiento social en relación con la
post-pandemia. El Estado será una de las pocas instituciones colectivas que saldrá
de esta catástrofe humanitaria con capacidades de ofrecer alternativas de
cicatrización y proyección colectiva y comunitaria. Séneca predijo la etapa con
precisión: “En la desgracia, conviene tomar algún camino atrevido”.
(*) El cohete a la luna, 28/6/020
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