El escrito de Enrique Aschieri
MOVEREMOS
ENERGÍA (*)
Con la pandemia suelen estar en boca de todos, además de
los barbijos, los lugares comunes. Tiene su público el del ideograma chino que
expresa el concepto de crisis como encrucijada: la difícil gloria o el
inmediato Devoto. La apuesta a Devoto de Eduardo Duhalde trueca al dramaturgo
Luigi Pirandello y pretende ser uno de los seis o más autores en busca de un
personaje que encarne la jefatura del coup d’État que augura inevitable.
El compromiso y la responsabilidad de alguien que ocupó la primera
magistratura, bien gracias. Los ciudadanos que se sienten solos y no tienen
quienes les escriban son el alimento de los golpistas. En consecuencia, la
esperanza de que la vida propia esté en camino a ser mejor en un tiempo más o
menos distante y la de los descendientes mucho más todavía, es la condición
necesaria para la fortaleza de la vida democrática.
La gloria de la democracia la consolidan las medidas que
se tomen para maximizar las potencialidades de la igualdad, conforme son
identificadas en las tendencias más relevantes en danza; aquellas que se mueven
por debajo de la vida cotidiana. Entre tales tendencias viene al punto
considerar algunas facetas de lo que acontece en torno al connubio de la
energía con el medio ambiente, en momentos que por efecto del cambio climático
y la acción criminal ligadxs con la agricultura no sustentable se prenden fuego
territorios tan distantes unos de otros como Córdoba y Australia, pasando por
California, para recalar en el Amazonas o el delta del Paraná.
Hidrógeno, átomos
y petróleo
El hidrógeno como recurso energético no contaminante
tuvo su momento a principios de los 2000. Pero a su obtención a partir del gas
natural hasta el presente nunca le pudo encontrar la vuelta para bajar su muy
alto costo de producción. Esa fue la causa de que vaya perdiendo terreno en un
planeta cada vez más necesitado de bajar las emisiones de carbono. Los nuevos
estudios sobre el proceso del hidrógeno –obtenido a partir de energía
renovable— estarían indicando que en unos lustros su producción a precios normales
sería una realidad. De hecho, es a lo que apuesta el Hydrogen Council (HC), un
consorcio integrado por más de 80 miembros de las más grandes corporaciones;
principalmente de los rubros automóviles, petróleo y gas. Cuando el HC fue
lanzado en el Foro Económico Mundial de 2017 en Davos, Suiza, contaba con
apenas una decena o poco más de adherentes.
Como es normal y esperable en estos casos, la presión
corporativa ejercida sobre el presupuesto público a través del HC, entre otros, se hace sentir y así de
acuerdo a datos de Bloomberg a escala planetaria se contabilizan 54.000
millones de dólares en fondos de estímulo económico que se destinan a energías
limpias, de los cuales el 19% es para hidrógeno. Eso es solo superado por el
transporte electrificado. Por lo que se sabe el grueso de los proyectos sobre
hidrógeno están abocados al almacenamiento de electricidad y su uso como
combustible para grandes camiones y barcos. Lo cierto es que en el balance la
energía renovable no hidroeléctrica (eólica y solar) hasta el presente y por lo
que se avizora a mediano plazo está muy lejos de ser una solución definitiva a
mano para evitar seguir estropeando el medio ambiente sin que se resienta la
tasa de crecimiento del producto bruto.
Así lo entienden y fundamentan Alex Trembath y Seke
Hausfather (Slate 19/08/2020) al centrarse en la incendiada California y
puntualizar que «la transición a la energía renovable no es tan simple”. El 30
% de la electricidad que consume el Golden State la generan el viento
y el sol. La actual situación de apagones por sequías, incendios y demás yerbas
pone de manifiesto “las complejidades y dificultades de las transiciones
energéticas y el imperativo de mantener un suministro flexible y diverso de
tecnologías energéticas”, consignan Trembath y Hausfather y subrayan que por
esas razones se suscitó “un consenso creciente entre los académicos del sector
energía: el de ser poco probable que las tecnologías de energía renovable
satisfagan la demanda de energía de la red eléctrica por sí solas. Desempeñarán
un papel importante, pero se necesitarán fuentes de generación más firmes, como
reactores nucleares de próxima generación, plantas de gas natural con
tecnologías de captura de carbón, geotermia mejorada y otras que puedan
equilibrar las energías renovables”.
La experiencia alemana con energías renovables corre en
el mismo sentido, a
fuerza de frustraciones. El movimiento antinuclear alemán que principió en 1970 devino muy
fuerte y de amplio espectro político. Las promesas de las energías renovables
no hidráulicas le dieron más fuerza. Aunque son insignificantes los gases de
efecto invernadero que emite la energía nuclear, sus detractores hacen hincapié
en la subsistencia por miles de años de los residuos radioactivos, a los que
consideran extremadamente contaminantes y peligrosos. La relación de fuerzas
anti-nuclear llevó al gobierno alemán a proponerse tener cerradas todas sus
centrales atómicas para el 31 de diciembre del 2022. Una ley muy consensuada de
2002 impuso originalmente la meta de 2022. Para 2010 el gobierno de Ángela
Merkel con realismo hizo saber que no se iba a contar para esa fecha con la
infraestructura de energía renovable que reemplazara la generación de
electricidad de las usinas atómicas, por lo que proponía continuar con las
centrales nucleares hasta 2036 .
El 11 de marzo de 2011 el tsunami que arruinó la central
nuclear de Fukushima, Japón, y la contaminación radiactiva que se produjo, dejó
sin espacio a la extensión de plazos propugnada por Merkel y se volvió a 2022.
En el año 2000, el 30% de la electricidad que generaba Alemania provenía de
centrales nucleares y bajó a 12,36% en 2019, conforme los datos el Organismo
Internacional de Energía Atómica. En 2019, el 46% de la electricidad de Alemania
se generaba por energías renovables. La simple suma de esos porcentajes ya deja
claro que la imposibilidad de reemplazar a la electricidad de las usinas
atómicas con energía renovable. ¿Cómo se cerró la brecha? Con energía producida
a partir del carbón y como no alcanzaba aumentando las importaciones netas de
electricidad de acuerdo a lo que indica un estudio del caso del National Bureau
of Economic Research de 2019, en el que se estima que el costo de abandonar la
energía nuclear es mucho mayor a su beneficio.
Estos hechos expresan, además, que las transformaciones
en el sector energía se están llevando a cabo pero no al ritmo que sus fans
trompetean, sino a uno de bastante más baja velocidad y todavía con marcados
problemas de costos y operativos tal como lo ejemplifica el caso hidrógeno, que
no es el único.
Fortnite, jacuzzis y californización
El especialista norteamericano en el mercado eléctrico
Todd Moss advertía el año pasado que “la historia real, la de personas reales,
es el abismo alucinante de la desigualdad energética global. Los que se
entretienen con videojuegos en California pronto consumirán más electricidad
que 100 millones de personas en Etiopía. Bitcoin ya consume más energía que 200
millones de personas en Nigeria. Las piscinas y jacuzzis en California consumen
más energía que toda la isla de Jamaica”, (OneZero 09/10/2019). Por estos días
Moss junto a John Ayaburia, Morgan Baziliana y Jacob Kincerb publicó en la
revista académica The Electricity Journal, un paper en el cual calculan casi la
mitad de los 7.700 millones de habitantes del mundo, carecen de un acceso
razonablemente confiable a la electricidad. La mayoría de esos 3.500
millones de personas se concentran en el África subsahariana y el sur de Asia.
La estimación sale al cruce de la sabiduría convencional basada en los datos de
Volviendo al artículo de Moss en OneZero, allí señala
que para enfrentar la falta de electricidad, “
Ahí el que cae en el saco roto de la romántica
ingenuidad es el propio Moss, pues eso no es posible para todo el planeta. Este
es un mundo de desarrollo desigual y si una minoría de sus habitantes consumen
mucha energía, contaminan y reciclan a gran escala es porque la enorme mayoría
no puede hacerlo por una limitación e imposibilidad físicas que traducen una
desangelada realidad económica de históricas desigualdades salariales entre
centro y periferia, y porque con la tecnología actual el consumo igualitario de
energía que reclama Moss redundaría en una catástrofe ecológica que en
imaginado contraste dejaría como humildes brasas el panorama incendiario
actual. La salida de este atolladero es la única disponible en estos casos: la
de la redistribución del ingreso mundial. Eso, que sí parece una alucinación
dadas las coordenadas políticas actuales, es sin embargo el último y único
grito de la realidad para el conjunto de países.
El japonés Kenichi Ohmae, un sonado consultor de las
grandes corporaciones, allá por 2005 publicó un ensayo en el que presenta como
mandato de la irrefrenable globalización lo que en verdad es una
racionalización de las prácticas de las multinacionales de volcar el excedente
al exterior para zafar de la crisis, gambito que por entonces el capital había
retomado después de haberlo abandonado hacía un siglo y que Trump se empeña en
que vuelvan a dejar a un lado con la historia de su parte. Ohmae daba por
maduradas las tendencias incipientes que había identificado 15 años antes en
otro ensayo, entre ellas la de lo que llamo la californización de las costumbres.
Pero para que todos los consumidores del planeta se
comporten como los de California tienen que tener ingresos parecidos y consumo
de energía similares. No es que Ohmae sea muy distraído y no tuvo en cuenta la
realidad, sino que las multinacionales ocupan los mercados que hay.
El igualitarismo allí donde es posible, le compete al
Estado nacional no a las corporaciones.
(*) El cohete a la luna, 30/8/020
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