La columna judicial de Graciana Peñafort
¿CÓMO
HACEN PARA DORMIR? (*)
El 26 de diciembre
de 2019 volvía de San Juan, después de festejar Navidad con mi familia. Ese
mismo día
El caso lo conté
varias veces, pero necesito reiterar la historia. El 28 de julio de 2001 una
vecina de Cristina Vázquez fue encontrada muerta, con signos de haber sido
brutalmente golpeada. Esa noche Cristina declaró haber estado en la casa de
unos amigos a
A Cristina Vázquez
la condenaron por tener un estilo de vida “promiscuo y marginal” (fs. 48), ser
“adicta a la marihuana” (fs. 49); “tener como modo de vida cometer delitos
contra la propiedad para obtener dinero a los fines de adquirir –entre otros—
estupefacientes y, así, satisfacer sus adicciones” (fs. 51); tener padres
desinteresados (fs. 55); ser “mentirosa” (fs. 70).[1] Esas
consideraciones hizo el Poder Judicial que la condenó.
Lo que se olvidó de
consignar ese Poder Judicial fueron las pruebas para condenarla. Como señala el
fallo de
A Cristina Vázquez
la condenaron, junto con Lucía Rojas y Ricardo Jara. Pero no sólo la
condenaron, sino que además y sin sentencia firme, la enviaron a prisión. Y ahí
pasó 11 años hasta que en diciembre de 2019
Días después de
dictado el fallo absolutorio de Cristina Vázquez, en uno de esos eventos
sociales que solía tener antes del Covid-19, salí a fumar a una terraza,
huyendo de la tiranía antitabaco de los ambientes acondicionados y me crucé con
uno de los funcionarios judiciales que tuvo intervención en el expediente. Y le
pregunté quién reparaba los 11 y 14 años que Cristina Vázquez y Lucia Rojas
habían pasado presas sin sentencia firme. “Nadie, Graciana, nadie”, fue su
respuesta desolada, de alguien que no suele demostrar su humanidad.
Ese es el espanto,
las consecuencias irreparables de ejercicio irresponsable del poder. Es
precisamente por ello que el ejercicio del poder está sujeto a reglas y
principios que buscan darle racionalidad y razonabilidad. Y que quienes ejercen
el poder no pueden desconocer, porque las consecuencias del ejercicio
irracional e irrazonable del poder son irreparables.
El fallo que
absolvió a Cristina Vázquez expresa en sus considerandos algo que resulta
imprescindible no olvidar: “ese principio [garantía de la doble instancia y el
beneficio de la duda] como el del in
dubio pro reo —ambos de trascendencia en el caso— guardan una
estrecha relación con la presunción de inocencia constitucional (artículo 18).
Que cuando ese artículo dispone categóricamente que ningún habitante de
Nunca pude entender
del todo qué fue exactamente lo que les pasó a los funcionarios judiciales.
Digo, entiendo las relaciones y los intereses, somos todos humanos, también
ellos. Pero no puedo entender cómo viven con su conciencia quienes sabiendo que
desconocieron las reglas y principios, provocaron daños irreparables en la vida
de las personas. ¿Cómo hacen para dormir?
Porque en algún lado
deben pesarle las sentencias arbitrarias, los pobres tipos en prisión por
pobres, por negros, por marginales, sin más pruebas que su propia humanidad
castigada de antemano. Valen tanto un ascenso o el aplauso para ordenar la
prisión de alguien sin pruebas o sin haber cumplido con las reglas y principios
que regulan el ejercicio del poder que tienen conferido por
Me escucho explicar
cómo son los mecanismos del Poder Judicial y puedo enunciar relaciones e
intereses y explicarlas, de hecho lo hago habitualmente, pero siempre hay un
momento en el que el estupor me supera, Tal vez porque no entiendo el poder
como pasión. A mí me alcanza con que me escuchen las razones, lean lo que
escribo y si lo consideran válido me den la razón. Me gusta más la esgrima
argumental de razones que la orden sin razones. Que por general me resulta
insoportable. Pueden putearme, enojarse conmigo o estar en absoluto desacuerdo,
pero prefiero decir las razones.
Por eso mismo,
porque prefiero la esgrima argumental, es que en otros ámbitos me causa el
mismo estupor cuando las personas declinan de ella. Me pasó estos días con la
negativa de la oposición a debatir la reforma judicial.
Cuando voy a un
juicio, como abogada sé que puedo ganar o perder, Pero lo que jamás haría ni
hago es claudicar del debate. Analizo los argumentos, contrapongo los míos,
propongo, insto, solicito, requiero. Lo saben hasta los jueces que han visto, en
casos en los que estaba el resultado ya escrito, que no dejo de revisar
minuciosamente los expedientes y alegar las razones, mis razones. Aun sabiendo
que tal vez sea inútil. Me resulta incomprensible que los legisladores no hagan
algo similar, cuando se diseñan políticas públicas. Porque se juega ahí el
destino de miles o de millones. ¿Cómo puede ser que no les importe o que no
quieran dar el debate?
Recuerdo cuando
tratamos
Resultó
paradigmático lo previamente escrita que estaba la negativa de la oposición. En
la sesión del jueves, a uno de los senadores opositores la presidencia de
Como lo establece un
autor, “la palabra articulada es la representación perfectamente original del
pensamiento”; “la palabra escrita es representación perfectamente original de
la palabra articulada, pero no del pensamiento” y “entonces la oralidad por sí
sola no conduce sino a descartar esta expresión escrita, porque es
manifestación no exactamente original del pensamiento”.
Porque se oponen
así, sin pensar, sin conocer a qué se oponen. Sólo se oponen y por eso tal vez
exista apenas un asesor –con suerte— que haya leído el proyecto al que se opone
el senador que recorría un texto ya escrito en voz alta. Una oposición de
cartón pintado.
Y voy a ser honesta:
aun cuando debatir es trabajoso y a veces enloquecedor, lo sigo prefiriendo a
cualquier otro modo de resolución de conflictos. Porque no hay nadie que sea
dueño de la verdad de modo absoluto, y sólo en la confrontación de ideas adquieren
estas la fortaleza para concretarse en el mundo… o la pierden.
No es esgrima verbal
exponer a personas a contagiarse de una enfermedad que puede ser mortal. Eso es
demostración de fuerza. Y sé que las demostraciones de fuerza son válidas en
las sociedades democráticas, por ejemplo las manifestaciones públicas en apoyo
o rechazo de alguna iniciativa. No seré yo quien limite el derecho a protesta,
porque estoy convencida de que la libertad de expresión es constitutiva de las
sociedades democráticas, de modo tal que, sin ella, no me atrevería a hablar de
sociedad democrática. Pero no hay sociedad democrática sin ciudadanos vivos.
Por eso las fuerzas políticas deben ser responsables al determinar los modos de
protesta. No se trata de si molesta la protesta —puede molestar, pero la
obligación democrática es tolerarlas—, sino de encontrar formas de protesta que
no traigan aparejados riesgos para la salud de quienes protestan. Las escenas
de personas amuchadas sin barbijo se contraponen con los 11.717 argentinos
contagiados, con los 8.271. muertos y con la creciente lista con la lista de
personal salud contagiado de Covid-19. Los contagios y las muertes no
sustituyen el debate democrático. El resultado de esa conducta es también
irremediable. E inapelable.
Mientras tanto,
afuera de los palacios de la democracia (el judicial y el legislativo) pasaban
escenas también bizarras. Un ex Presidente declaraba que preveía un golpe de
Estado y la suspensión de las elecciones legislativas del 2021 en nuestro país.
Lo hacía ante la televisión y pasamos días discutiendo esa descabellada idea,
hasta que terminó reconociendo que había hecho esas explosivas declaraciones en
una suerte de estado confusional, un desenganche de la realidad que asimiló a
una psicosis. Su retractación tuvo mucho menos prensa que su temeraria
afirmación inicial.
Me pareció
particularmente desopilante el episodio cuando vi este titular en un diario.
Pero más allá del
absurdo, señalo, Duhalde primero hizo una evaluación deplorable del rumbo del
país con la actual gestión y luego dijo que no iba a haber elecciones. Lo
extraño es que, si fuese tan mala la gestión del país, la oposición debería
simplemente presentarse a elecciones, no hacer un golpe de Estado. Por lo que
la tesis de Duhalde descartaría que el golpe de Estado lo hiciese la oposición.
Debo señalar que desde Juntos por el Cambio no salieron a defender la
preeminencia de
¿Quién daría el
golpe entonces? Duhalde señaló que sería el Ejército, aunque rápidamente
salieron tanto el Ministerio de Defensa como el Jefe de las Fuerzas Armadas a
desmentir cualquier posibilidad de que ello sucediese.
Voy a decir esto,
haciéndome cargo de lo que digo. De un tiempo a esta parte, el famoso “círculo
rojo” ha declarado una suerte de guerra contra el actual gobierno del país.
Desconozco cabalmente las causas, pero veo todos los días cómo se desarrolla la
batalla en los ámbitos políticos y mediáticos.
Pocos días antes de
las declaraciones de Duhalde, el Poder Ejecutivo había dictado un decreto de
necesidad y urgencia para preservar los derechos a la comunicación de un país
asolado por una pandemia y que en los últimos meses ha descubierto hasta qué
punto dependemos como sociedad de las comunicaciones. Para estudiar, para
trabajar, para ver a nuestros afectos. Para seguir vivos como seres sociales.
Por eso mismo declaró como servicios públicos las comunicaciones móviles (el
celular), la internet y la televisión por cable. Ello importa una regulación en
los precios que pagamos por esos servicios. Servicios que hoy son
imprescindibles y que además resultan el vehículo por el cual ejercemos
muchísimos de nuestros derechos.
La iniciativa generó
revuelo en un sector del “círculo rojo” poco acostumbrado a aceptar
regulaciones de cualquier naturaleza. Y menos aún acostumbrado a no enterarse
de lo que decide el Estado antes de que lo decida. Desde el fracaso económico,
la frustración de los acuerdos con el FMI y miles de jinetes del apocalipsis
aparecieron como promesas seguras de lo que vendría de continuar con dicha
regulación.
A veces sospecho que
el circulo rojo comenzó a ejecutar hace unos meses el plan “disparen contra los
Fernández”. No sé si los dichos de Duhalde son parte de ese plan, y tiendo a
creer que no, pero es precisamente en ese contexto donde las poco serias
afirmaciones del ex Presidente encontraron terreno fértil para crecer y
multiplicarse. Aun sin fundamentos, aun sin razones.
Cristina Vázquez se
suicidó esta semana. Porque las víctimas del ejercicio irrazonable e irracional
del poder por fuera de las reglas y principios que pretenden regularlo a veces
no sobreviven a ese daño que nadie repara. Le pasó a Cristina y debería
hacernos reflexionar, acerca de cuánto daños estamos dispuestos a tolerar
como sociedad.[1] http://www.observatorioapp.org/2019/07/las-claves-de-la-inocencia-de-cristina-vazquez/
(*) El cohete a la
luna, 30/8/020
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