El escrito de Enrique Aschieri
SÍ,
SE PUEDE (*)
La difícil coyuntura
de los trabajadores cargada de pandemia se oscureció algo más con la corrida
con la vaina de que aumentar los impuestos a los que más tienen haría que se
fueran del país; y también porque a mediados de la semana
Esto segundo es lo
que efectivamente afecta a los trabajadores. Lo primero no, porque ninguna
empresa o empresario abandona un mercado solvente cuando le suben las
erogaciones mientras haga algún billete, si al relocalizarse para bajar los
costos no puede seguir vendiendo en el mismo lugar del que se fue. El mismo
Estado que democráticamente sube los impuestos tiene potestad para inhibir al
que se va de usufructuar el mercado que dejó. No encontrará dificultades en
agenciarse una empresa reemplazante, porque en el capitalismo tal cual es nunca
escasea capital y siempre hay faltante de proyectos rentables.
Los hechos
coyunturales de la parodia ridícula y la mala hora descripta por
En esencia estos
lugares comunes son variantes del más puro ofertismo, que por un lado denota el
laberinto en que está atrapada la cultura nacional al no registrar que la
inversión es una función creciente del consumo, con todas las penosas
consecuencias políticas y económicas que tal insuficiencia conlleva, y por el
otro que el sentido común no tiene del todo claro que el mayor poder es para
desarrollarse más rápido; en cualquier caso no es una estrategia que enfrenta
un juego de suma cero en el que la violencia es previsible porque lo que gana
uno lo pierde otro. Entonces, ¿dónde crece sano el poder nacional? En la
tendencia al igualitarismo de la sociedad, en su cotidianeidad atravesada por
la dinámica efectiva de la integración nacional geográfica y económica. En
consecuencia, el interrogante de por qué
Rara vez, si es que
alguna, cuando se debate geopolítica aparece el salario como eje. La verdad
incontestable es que una nación que en promedio paga bajos salarios es una
nación sin poder, es una pobre nación. Puede tener submarinos nucleares,
incluso enviar sondas al espacio exterior, pero eso no quita que sea una nación
intrínsecamente débil debido a que la estructura social que sostiene el
andamiaje tiene pies de barro. Sus clases dirigentes se aficionan a esos artefactos
ínclitos para seguir haciendo como siempre, mientras se hacen los modernos y
agitan la bandera espuria del poder nacional, que nunca van a alcanzar mientras
sean mercados de morondanga. En el capitalismo, el predominio es del mercado.
Los ofertistas lo vociferan para justificar el daño a los trabajadores. En
realidad, el salario es el mercado y lo irónico es que menos salario es menos
mercado pero más que proporcional por las economías de escala que se ven
torpedeadas. Durante el gatomacrismo, a
raíz de la ofensiva contra los salarios, se cerraron más empresas de las que se
crearon, tal como en los ’90 cuando nunca se les caía de la bocota la
apelación al buen clima de negocios.
Financiar el
aumento de salarios
El desarrollo
desigual maduró a fines del siglo XIX cuando en los países ahora conocidos como
centrales la lucha política de los trabajadores en el seno de la democracia
posibilitó que aumentara el poder de compra de sus salarios, mientras en el
resto del mundo o bien retrocedían o bien se estancaban. Así es como esos
países podían absorber todo el capital disponible y un extra proveniente de la
periferia, sin tener que recurrir al éxodo de esos valores cuando los visitaba
el ciclo. El intercambio desigual generado por los bajos salarios de la periferia,
los altos del centro y la igualación a escala mundial de la tasa de ganancia,
expresado en el deterioro de los términos del intercambio, completan el cuadro
asimétrico del mundo tal cual es. Ahora bien, una vez instaurado el desarrollo
desigual (y el intercambio desigual) se reproducen como mecanismos
impersonales. Romper el círculo vicioso para aquellos países que están en
condiciones de hacerlo, unos pocos entre ellos
Subir
los salarios implica un serio proceso de sustitución de importaciones que
requiere una gran espalda política únicamente suministrada por el frente que
exprese la integración nacional. De lo contrario, la explosión de la balanza de
pagos ahoga cualquier buen prospecto. No obstante, no hay que perder de vista
un tema clave: que a corto plazo, como un aumento de salarios los pagan mayores
precios se desata un proceso inflacionario que la reacción aprovecha para
asestarle el golpe de gracia al gobierno que osó dar ese paso. La única salida
es que el Estado les financie a las empresas el aumento de los salarios contra
un bono a –digamos— una década, durante la cual la inflación adelgace el peso
de su pago y eventualmente se evite canjeándolo por inversiones.
Un
ejemplo hipotético ilustra sobre el funcionamiento de este mecanismo. La masa
salarial que debe pagar una empresa es de, digamos, 1.000 pesos anuales. Se
acuerda en la paritaria una suba del 30% o sea 300 pesos anuales. Esa cifra,
pero mensual, se la presta a la empresa el Estado y el Estado recibe un bono en
reconocimiento de deuda a 10 años, con una tasa que se capitaliza puesto que la
idea es que no solo no se le incrementen los costos a la empresa sino que se
bajen por efecto del aumento de la escala. El subsidio implícito a las empresas
mediante el bono del aumento salarial implica reasignar partidas que fueron
establecidas como incentivos a la oferta, ciertamente inútiles. Por otra parte
la presión impositiva por el efecto multiplicador recauda una parte importante
de la diferencia que resta financiar. La monetización de ese gasto que resta
financiar cierra el círculo. Eso posibilitará llevar las paritarias a tres años
y por sobre todo conseguir el logro estratégico de que
Es
esperable que el odio gorila se desate en gran forma mientras el país se vuelve
más poderoso. Atender esas muy espinosas demandas de la transición es el gran
desafío político del frente nacional. Al respecto, incluso, los incrédulos
deberían saber que hubo experiencias en el pasado que funcionaron muy bien.
Además, se trata de hacer en forma directa lo que de manera indirecta
históricamente se hizo con la aduana. La alternativa es hacer esto o seguir
como siempre con la impotencia de siempre guitarreando con la obra pública y el
subsidio a la tasa de interés, que no sirven para otra cosa que ser una especie
de botín de guerra.
Imperio
Y tiene pleno
sentido recuperar una gran dosis de poder nacional, si nos atenemos a que el
multilateralismo posiblemente haya quedado en el recuerdo lo que se desprende
de ciertas visiones de la actualidad del imperialismo. Por ejemplo, el
historiador escocés Niall Ferguson, allá por 2006, en un ensayo sobre los
imperios —en realidad sobre lamentarse por la desaparición de los imperios en
el siglo pasado, lo que explicaría el grado de violencia que alcanzó el manejo
de la anarquía del sistema internacional—, infiere que actualmente el Imperio
esta tan degradado como evitado, pero la historia sugiere que los cálculos de
poder pueden devolverle la vitalidad en un futuro próximo. Su necesidad
surgiría en un mundo superpoblado, donde ciertos recursos naturales están
destinados a ser más escasos. Aclara que Norteamérica, con sus instituciones
republicanas alicaídas pero intactas, no tiene aires de nueva Roma. Y eso lo
lamenta. Observando que el mundo actual es tanto un mundo de ex imperios y ex
colonias como de Estados-Naciones, refiere que incluso aquellas instituciones
que fueron pensadas para reordenar el planeta después de 1945 tienen un marcado
regusto imperial.
Se pregunta si los
cinco miembros del Consejo de Seguridad son algo más que un club privado de
pasado imperial. Asimismo, si las intervenciones humanitarias no son otra cosa
que la farsa de la trágica misión civilizadora de los viejos imperios. Haciendo
cálculos de la duración de los imperios a lo largo de la historia, estima que
la declinación se evita en tanto y en cuanto imperialistas y dominados
encuentren razonables los costos de soportarse y los beneficios subsecuentes.
Propone recrear la solución imperialista para sosegar un orden mundial rebelde.
Por la mano
izquierda, el teórico del sistema-mundo Salvatore Babones, en un ensayo de
2015, advierte que la solución imperialista está en la orden del día. Dice
Babones que en el núcleo de la lógica de la economía política global, las
respuestas a las dos preguntas fundamentales: ¿quién explota? ¿y cómo?, han
cambiado desde las viejas respuestas «aquellos con capital económico» y «a
través del intercambio desigual en los mercados estructurados políticamente» a
las nuevas respuestas «los que tienen el poder político» y «a través de la
influencia desigual en sistemas políticos estructurados económicamente». Si
para el dueño de una fábrica la forma arquetípica de hacer dinero en una
economía-mundo capitalista es la de influir en el gobierno para reprimir a las
organizaciones de los trabajadores, la forma arquetípica de hacer dinero en un
imperio mundial postcapitalista es para el dueño de una fábrica la de sobornar
a funcionarios del gobierno para repartir contratos inflados sin licitación. El
dinero ya no se hace apretando los trabajadores. El dinero se hace mediante la
adquisición de prebendas.
Babones sostiene que
el capitalismo ya no es la lógica macro-sistémica dominante que gobierna la
economía política global. La lógica macro-sistémica dominante que gobierna la
economía política global contemporánea es el imperio. El 11 de septiembre de
2001 es la fecha simbólica y asimismo significativa de la transición de los 500
años de la economía-mundo capitalista, a un nuevo imperio mundial centrado en
la esfera estadounidense. La estructura política del imperio mundial
estadounidense es muy sólida. El capitalismo y la economía-mundo capitalista
salieron de la escena cuando el mercado global se endogeniza, al ser subsumido
dentro de una sola entidad política. Esa entidad política es un Estado mundial
centrada en Washington que consiste en un complejo sistema de maquinaria
estatal interconectada con los cuatro aliados de angloparlantes: Australia,
Canadá, Nueva Zelanda y el Reino Unido. El imperio estadounidense y cuatro
aliados, en opinión de Babones, será la característica dominante de la economía
política global del tercer milenio.
La frecuencia que
sintoniza Trump desde que asumió la presidencia, de la mano del sector político
que expresa, es la de frenar la sangría de capital norteamericano a China,
vuelco que no es objetivamente necesario y que dejó de serlo hace un siglo y
medio, cuando subieron los salarios en el centro. Si la consecución de tal meta
interna lo obliga a retomar las prácticas imperialistas de sugerir amablemente
el comportamiento a otras naciones, sería una de las tantas paradojas a las que
nos tiene acostumbrados la historia. Sea como fuere, en términos de política
externa norteamericana concreta y de las hipótesis académicas sobre el largo
plazo del sistema internacional, la prudencia sugiere que no hay mucho margen
para seguir esquivándole a las demandas de la igualdad y la integración
nacional, cuyo medio de materializar es el aumento del poder de compra de los
salarios y con ello el del poder nacional. Eso refuerza el círculo virtuoso de
la inversión externa. No es la radicación de capitales extranjeros lo que
impide el desarrollo de los países atrasados. Lo que juega en contra de los países
subdesarrollados es la interrupción y la regresión de ese flujo de capitales.
Si no se pueden emplear esas inversiones externa en la forma más deseable para
nuestros intereses, la causa no radica en la nacionalidad del capital sino en
la estructura subdesarrollada que no hemos logrado superar. El hecho singular
es lo limitado del mercado interno en comparación con los de los países
desarrollados. Ampliarlo es ampliar el poder de
(*) El cohete a la
luna, 27/9/020
Comentarios
Publicar un comentario