La columna de historia de Ceferino Reato
Por qué tantos
jóvenes salieron a matar y morir en los 70 (*)
Extraído del Capítulo 1 del nuevo
libro de Ceferino Reato: Los 70, la década que siempre
vuelve, de Editorial Sudamericana.
La vida no vale nada si no es para
perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama. Pablo Milanés, 1975.
La década del 70 fue una orgía de
sueños, ideales, sangre y muerte; una escalada de pasiones sin freno; de amor y
entrega a la causa de los pobres y a
Entre los guerrilleros, uno de los
que más me impactó fue Roberto Mayol, un santafesino de 21 años que
cumplía con el servicio militar -era obligatorio y duraba un año- cuando
Montoneros atacó el cuartel al que había sido trasladado, en los suburbios de
la ciudad de Formosa, el 5 de octubre de 1975.
Es que Mayol tenía asegurada una
vida buena y tranquila en la capital de la provincia de Santa Fe. Pero, no:
como tantos jóvenes de su época, primero se hizo peronista y, casi
inmediatamente, abrazó la lucha armada, convencido de que la violencia sería la
partera de una sociedad sin clases, de hombres y mujeres iguales, liberados de
la oligarquía criolla y el imperialismo yanqui.
¿Qué pasó? ¿Qué se les cruzó por la
cabeza a Mayol y a miles de chicos y chicas como él?
La última foto de Mayol fue
publicada en mi libro Operación Primicia y lo muestra tendido
en el pasto ralo del Regimiento de Infantería de Monte Número 29, los ojos y la
boca bien abiertos, una cicatriz de sangre que le partía la cara, y el número 8
pintado de negro en su torso desnudo; estaba muerto luego de haberle abierto la
puerta del cuartel a sus compañeros montoneros.
Lo habían acribillado sus compañeros
soldados, jóvenes como él, que estaban de guardia aquel domingo a hora de la
siesta. El combate duró treinta minutos y hubo veinticuatro muertos: doce
guerrilleros y doce defensores del cuartel; diez soldados, un subteniente de 21
años y un sargento primero, de 31, padre de dos hijos.
Un traidor, “el soldado entregador”
para los soldados y militares que impidieron la toma del regimiento; un héroe,
un mártir, para los guerrilleros y sus simpatizantes. Y una víctima del
terrorismo de Estado en muchos otros ámbitos, por ejemplo en
Allí, Mayol figura como uno de
los veinticuatro “alumnos, profesores y egresados muertos, desaparecidos y
perseguidos durante la última dictadura militar”, a pesar de que murió en
combate y atacando un cuartel casi seis meses antes del golpe, durante el
gobierno constitucional de la presidenta Isabel Perón, la viuda del General.
En 2006 fue homenajeado durante
cuatro jornadas, que comenzaron el lunes 28 de agosto con una conferencia a
cargo de Ricardo Lorenzetti, santafesino, en aquel momento miembro
y luego presidente de
El recordatorio incluye una foto de
Mayol en un acto y un párrafo escrito por el abogado Jorge Pedraza, que dice:
“El compañero más querido y paradójicamente más olvidado. Su vida fue una
completa entrega hacia los demás, especialmente los humildes. Se formó muy
joven con los jesuitas, su lectura de cabecera fue la revista Cristianismo
y Revolución de García Elorrio y Casiana Ahumada. Era como un cura
laico de la militancia, una personalidad atrapante. Fue orador del Ateneo de
Derecho y muy pronto la universidad le quedó chica. Antes había fundado en
Santa Fe el Movimiento de Acción Secundaria, que confluiría luego en
Pedraza, que estuvo siete años preso,
fue compañero de estudios de Mayol en el histórico Colegio de
“De Roberto Mayol -me dijo- tengo el
mejor de los recuerdos. Fuimos compañeros durante toda la escuela secundaria.
Sufrí mucho su desaparición. Cuando me enteré, no le encontré razón a esa
decisión de tomar el cuartel para recuperar armas. Me pareció una locura, pero
el país ya estaba inmerso en una espiral de violencia imparable. Yo también
tenía un nivel de militancia, pero el de él era evidentemente más elevado y
hacía un tiempo que le había perdido el rastro. El Colegio de
Mayol refleja la trayectoria típica
de tantos jóvenes de buena posición social que, a partir de un compromiso
católico, se fueron convenciendo de que la lucha armada era la única salida
para terminar con “la violencia de arriba” y liberar a “los explotados”, a los
sectores populares que, por su lado, seguían teniendo una fe casi religiosa en
Perón.
Cuando Mayol llegó al cuartel en
Formosa, en mayo de 1975, se destacó rápidamente, recordó el entonces
subteniente David Cabrera Rojo: “Mayol resaltaba enseguida porque era un rubio
al lado de los otros soldados, que eran todos morochos, de cabellos duros.
Muchos eran pobres: no estaban acostumbrados a más de una comida al día, y en
el regimiento había aulas para enseñarles a leer y escribir”.
Mayol fue destinado a
Es que a los 21 años, Mayol ya era
un “cuadro” relevante de Montoneros en Santa Fe, en cuya estructura militar
había alcanzado el grado de “oficial segundo” y donde había dirigido ataques
contra la corresponsalía de la agencia Télam y el Club del Orden, que había
sido fundado en 1853 por la elite provincial partidaria de la nueva Constitución
y del vencedor de la batalla de Caseros, el general entrerriano Justo José de
Urquiza.
A partir de la segunda mitad de los
Sesenta, los hijos de muchos padres de ideas conservadoras, liberales o
radicales -en varios casos antiperonistas o “gorilas”- se hicieron peronistas,
y con esa fe que suelen tener los conversos, se volcaron a la lucha armada
contra los sucesivos gobiernos militares. Y contra sus propios padres.
Eso ocurrió en todo el país y Mayol
no fue la excepción: su papá era un prestigioso abogado que luego del golpe
contra el presidente Juan Domingo Perón, en 1955, había sido titular de
Había todo un clima de época amasado
en los 60, que impugnaba al capitalismo y a Estados Unidos, suponía que el
mundo avanzaba al socialismo y enfatizaba el impacto global de las guerras de
liberación nacional en Asia y África, las enseñanzas de Mao Tse-tung y Ho Chi
Minh y la onda expansiva de
Eso en el plano externo; dentro del
país, ese clima de época se potenciaba con el descontento popular por el exilio
del general Perón, fuera del país desde
Para colmo, esos gobiernos tampoco
se mostraban exitosos en los planos económico y social, por lo menos para
satisfacer las expectativas de los sectores populares, que seguían
añorando los años felices del peronismo.
Claro que hasta mediados de los 60
ese descontento político se limitaba a los sectores populares y a lo sumo
trascendía esporádicamente en actos de sabotaje conocidos en la liturgia
peronista como
Habían habido sí algunas operaciones
guerrilleras, tanto en el campo, en 1959, en Tucumán, como en la ciudad; la más
importante tuvo lugar en 1963: el asalto al Policlínico Bancario, en
Todo se aceleró a partir del golpe
de Estado que derrocó al presidente Arturo Illia y depositó en
Fue a partir de aquel momento cuando
miles de jóvenes de la vasta clase media argentina se politizaron y se
radicalizaron; irrumpieron diversos grupos guerrilleros hasta que en 1970
fueron fundados los dos más importantes: Montoneros y el Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP), como brazo armado del Partido Revolucionario
de los Trabajadores (PRT).
Tal vez sea difícil de comprender
ahora, pero en los 70 había en el país un consenso social bastante
extendido a favor de la violencia política. Para buena parte de la sociedad,
una bomba, una emboscada o un secuestro pasaban a formar parte de la liturgia política.
La muerte adquiría legitimidad; era aceptada, en general, como un recurso
político, tal como sucede hoy con un acto, una solicitada, una propaganda o un
discurso.
Es que no puede haber violencia
política sin que un número importante de ciudadanos la acepte como un recurso
más de la lucha por el poder.
Claro que existían diferencias entre
los dos grupos guerrilleros más fuertes: si los montoneros brotaban del
catolicismo y se ubicaban dentro del heterogéneo movimiento peronista, los
“erpianos” provenían del marxismo o del radicalismo, como una suerte de
vástagos desencantados de
Por ejemplo, el fundador y líder del
PRT y del ERP era el contador santiagueño Mario Roberto Santucho; su padre,
Francisco, había sido un caudillo radical en Santiago del Estero. “Roby” no se
referenciaba en
Cuando Santucho murió, en 1976, en
un enfrentamiento con una patrulla militar, fue reemplazado por Luis Mattini,
cuyo verdadero nombre es Juan Arnol Kremer Balugano.
Mattini me dijo que Santucho
era “el más cabal heredero del Che”, y que ellos
siempre fueron más terminantes en sus opciones que los montoneros, “con una
ética guevarista del revolucionario. También, claro, éramos más sectarios. No
sentíamos ninguna reverencia por Perón ni por el peronismo; había, además,
mucho gorilismo (antiperonismo) en el ERP; no era mi caso, pero muchos
camaradas venían del antiperonismo; éramos más afines, en general, a
En cuanto al peronismo, Santucho
seguía al pie de la letra a su admirado Che Guevara. “Trabaja
con los grupos provenientes de la izquierda, con los escindidos recientemente
del Partido Comunista, no hagas ningún acuerdo con grupos peronistas, aunque
tengas contactos con ellos; por el momento, no podemos absorberlos. Es
demasiado riesgoso, están demasiado infiltrados”, le recomendó el Che a
Ciro Bustos en Bolivia en 1967, cuando lo envió a
En su libro El Che quiere
verte, Bustos agrega: “El Che veía un peligro latente en
la heterogeneidad del peronismo, que volvía inseguras todas las vinculaciones
funcionales, además de los riesgos derivados de su nombre mezclado en ello”.
De todos modos, montoneros y
erpianos compartían la lucha común contra la dictadura militar y sus soportes
civiles, y todo un clima época, en el que descollaba la figura desafiante
del Che Guevara, que para la guerrilla peronista, más allá de
sus críticas puntuales al peronismo, se convirtió en una suerte de Cristo
laico.
El mesianismo católico, por un lado,
y la utopía guevarista, por el otro, convirtieron la vida del buen cristiano y
del buen revolucionario en algo relativo. La vida del otro también dejaba de
tener un valor absoluto; pasaba a formar parte de un cálculo político y podía
ser sacrificada si así lo exigían los ideales superiores de la liberación y la
revolución.
Sólo así, alimentados por ese
combustible espiritual e ideológico, tantos jóvenes pudieron salir a matar y a
morir.
(*) Infobae,
30/9/020
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