La reflexión de Esteban Rodríguez Alzueta
VIOLENCIA
POLICIAL Y VIOLENCIA LABORAL (*)
La sindicalización
policial es un tema rodeado por distintos planteos: el temor por los riesgos
derivados del uso de la violencia —el blindaje de esa violencia, la impunidad–
o todo lo contrario, la sindicalización como elemento que canaliza los reclamos
y ordena. Frente a las primeras posturas podemos decir que tenemos derecho a
ser desconfiados y que, con la historia de
La sindicalización
no es la respuesta a todas las preguntas y tampoco la única garantía. Es un
debate que se inserta en otro más amplio sobre la democratización policial. La
discusión, entonces, debe incluir el análisis del “estado policial” que eclipsa
la figura del trabajador, la necesidad de contar con un sistema de rendición de
cuentas con la participación de organismos de la sociedad civil, la
protocolización del uso de la fuerza letal y no letal de acuerdo a estándares
internacionales de derechos humanos, las capacitaciones y entrenamientos
continuos, entre otros temas. Todas discusiones que deben incluir a las y los
propios trabajadores policiales, quienes son destinatarios directos de estas
reformas. Como vemos, no es un tema nuevo, pero sí pendiente y cada vez más
urgente.
Me gustaría agregar
algunos problemáticas que pueden canalizarse a través de la sindicalización y
que podrían contribuir a poner en crisis también a la violencia policial. Me
refiero a la violencia laboral que ejercen los superiores sobre el personal
subalterno, incluso a veces entre sus propios pares. ¿Cuánta violencia policial
está vinculada a otras violencias sociales? ¿Cuánta violencia de los y las
agentes policiales en la calle y en sus hogares está vinculada a la violencia
que ellos mismos reciben por parte de sus pares y jefes? Sugiero que no puede
pensarse la violencia policial desacoplada de la violencia laboral, y que esta
última es un factor que hay que sumar a otros (militarización o centralización
del arma en la formación en detrimento de la mediación y uso de la palabra,
autopercepción como representantes de la autoridad, miradas prejuiciosas y
estigmatizadoras sobre ciertos actores, falta de controles judiciales y
administrativos, etc.), que crean condiciones para la violencia policial. No
planteo una relación de fatalidad o determinación entre la violencia laboral y
la violencia policial, digo que la violencia laboral crea condiciones de
posibilidad para el hostigamiento que ejercen policías.
1.
No hay que actuar
por recorte sino por agregación, hay que leer un problema al lado de otro
problema. Las violencias policiales no se pueden comprender sin considerar las
violencias sociales: ni el hostigamiento policial sin la estigmatización
vecinal, y tampoco sin tener en cuenta las condiciones laborales que enfrentan
las y los propios policías.
Hace un tiempo
señalamos junto al investigador Nahuel Roldán que había una relación entre el
aburrimiento y la violencia policial, que gran parte del verdugueo se explicaba
en el tedio con el que se miden las policías de prevención. Hablo de aquellos
policías que están emplazados en lugares sobreasegurados, que tienen que
realizar sus tareas todos los días donde no sucede absolutamente nada, que
están parados en una esquina o desplazándose en un radio de quinientos metros
durante cuatro o seis horas, donde no sucede absolutamente nada. Les dijeron
que son dueños de una autoridad que no tienen oportunidad de hacer valer porque
nunca sucede nada, porque ningún transgresor se va a inmolar sabiendo que hay
dos policías parados de floreros en la esquina. Para llenar el tiempo muerto,
se dedicarán a detener a algunas personas. Una detención que no será azarosa,
que no va a recaer sobre cualquier persona sino sobre aquellos actores que
tienen determinadas características que se adecuan a los prejuicios con los que
trabajan, que son tributarios de los vecinos que representan.
Pero hay otros
factores vinculados también a las condiciones laborales. Cuando hablamos de
hostigamiento estamos haciendo referencia al destrato y maltrato que ejercen
sobre la “clientela” que consideran de su propiedad. Porque sabemos que las
detenciones y cacheos en el espacio público suelen llegar acompañadas de
insultos, risas, burlas, provocaciones, imputaciones falsas, preguntas indiscretas,
comentarios misóginos o llenos de doble sentido y algunos “toques” o
“correctivos” que no suelen dejar marcas en el cuerpo pero que se viven con
indignación, que angustian, generan vergüenza, miedo o bronca.
2.
El acoso psicológico
es frecuente en el trato entre pares y, sobre todo desde los superiores. Me
refiero a aquellas situaciones en la que una persona o grupo de personas
ejercen un maltrato modal o verbal, alterno o continuado, recurrente y
sostenido en el tiempo sobre un trabajador o trabajadora. La “familia policial”
es una familia disfuncional, hecha de mucha extorsión hacia afuera pero también
hacia dentro. Tanto los pares como los superiores se la pasan probando el valor
del policía, su lealtad y masculinidad hegemónica. Esos asedios generan
angustia, y en algunos casos pueden sentirse presionados a adecuar sus
conductas a determinadas expectativas que no guardan relación con sus opiniones,
valores o experiencias de vida. Otras veces, las presiones los desbordan,
estresan y, en algunos casos, puede llevarlos a actuar de manera violenta, a
reproducir violencias.
Desde la gestión de
Nilda Garre, las líneas telefónicas que suele habilitar el Ministerio de
Seguridad de
Hay que pensar la
relación entre la violencia policial y la violencia laboral de las que son
sujetos y objetos los policías protagonistas del hostigamiento. Violencias que,
al no ser canalizadas institucionalmente, pueden ir resintiendo a algunos
policías, minando su capacidad de autocontrol, su capacidad para resistir otros
destratos con otros actores que, ahora estando más susceptibles, pueden
descargar su bronca, su impotencia contra otros actores en mayor situación de
vulnerabilidad que ellos.
3.
El destrato y
maltrato forma parte de cultura policial. No hay que perder de vista que
estamos ante instituciones muy poco democráticas, hipercentralizadas y
jerarquizadas y estructuradas en base a un discurso moral que las quiere
separar y blindar del mundo externo. En efecto, el relato de la “vocación” o la
“familia policial” impone un código de silencio que habilita todo tipo de
arbitrariedades por parte de los superiores sobre el personal subalterno y del
personal varón sobre la mujer policía. Como suelen decir algunos policías: “Los
trapitos sucios se limpian en casa”.
El destrato y
maltrato en las comisarías suele ser la continuación del destrato y maltrato en
la formación policial. Si lo que se procura es destruir al ciudadano que llevan
adentro, hay que hacerles entender que forman parte de un grupo y que sus
opiniones personales no importan o importan muy poco. Los policías son objeto
de decisiones que no controlan ni pueden cuestionar. Como les recordó Sergio
Berni meses atrás, cuando arengó a parte de la tropa frente a la jefatura en un
nuevo acting para
la prensa: “Acá no hay lugar para librepensadores. (…) Subordinación y valor”.
El que cuestione o quiera cuestionar a sus jefes será objeto de sanciones
formales y sobre todo informales de muy distinto tipo. Porque las sanciones no
llegan solo de los jefes sino de los propios pares, del vacío que les hacen los
pares a un policía “buchón”. Nadie quiere trabajar con un policía “botón” o
“buche”, porque podrá ser tratado por el resto de sus colegas con los mismos prejuicios.
En cuanto a las
sanciones que imponen los jefes, son varias, entre ellas, la rotación, envío a
patrullar a zonas peligrosas o alejado/as de su residencia y afectos;
acovacharlos en una oficina y retirarles todo tipo de tareas; quitarles los adicionales
y horas CORES que completan el salario y les permite llegar a fin de mes;
llenarlos de faltas menores que ensucian su carrera profesional; pararse arriba
de su expediente para impedir los ascensos normales.
Las condiciones
laborales no son solamente materiales sino morales. No están vinculadas
exclusivamente a la degradación de las comisarías y patrulleros, a la falta de
insumos de todo tipo para realizar sus tareas, sino también a la economía moral
que envuelve las relaciones laborales. Un clima laboral tóxico, lleno de
desconfianza, insultos, gritos, comentarios misóginos y sexistas, con jornadas
de trabajo muy largas, que suelen extenderse arbitrariamente según el antojo de
los jefes, con descansos y francos modificados discrecionalmente afectando la
dinámica familiar y los tiempos de ocio, con jefes que no suelen autorizar las
vacaciones que les corresponden a los policías, todo eso va generando un clima
laboral asfixiante, que estresa, angustia, provoca ansiedades en los agentes.
Por eso, y como ha
señalado el investigador Tomas Bover en un libro que se publicará este año
sobre
4.
Este recorrido no
busca justificar las violencias policiales. Tampoco significa
desresponsabilizar a estos policías que ejercieron sus funciones apartándose de
los criterios de racionalidad, proporcionalidad y legalidad. Pero estas
violencias hay que comprenderlas sin perder de vista aquellas condiciones de
trabajo organizadas según arbitrariedades que se sostienen en un sistema
estructurado con lógicas que no guardan actualidad con la sociedad en la que
vivimos.
Se trata de
comprender las motivaciones que tiene la violencia para los protagonistas. Una
violencia que no se va a desandar simplemente adecuando sus funciones a
protocolos que recojan los estándares internacionales de derechos humanos o con
controles internos o externos. Todo eso es necesario y muy importante. Pero
también propongo intervenir sobre los ambientes laborales, para mejorar las
condiciones donde desempeñan sus tareas. Y la mejor garantía para que ese y
otros cuidados existan es dotar a las organizaciones policiales de un
reconocimiento institucional con todas las limitaciones del caso. No solo para
canalizar sus demandas salariales sino para poner en crisis un sistema
verticalista que resulta muy funcional a las cúpulas policiales. Y sobre todo
para que los y las policías no transiten en soledad muchos inconvenientes e
ilegalismos que están obligados a llevar a cabo.
No podemos
garantizar que un policía bien tratado va a tratar mejor a las personas, pero
sí afirmar lo contrario: que un policía mal tratado, cansado, agobiado, va a
trasladar esa frustración hacia otros. La violencia que reciben es la violencia
que dan. Pero no alcanza con las políticas de bienestar para neutralizar las violencias
si al mismo tiempo no se ponen en crisis los otros factores que crean
condiciones para la violencia policial.
(*) El cohete a la
luna, 27/9/020
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