La contratapa de Liliana Viola
Y quién cuidará de los bebés de
cartapesta (*)
¿Por qué lloran y se
abrazan las muchachas? ¿Por qué esperaron una ley cantando? ¿Por qué las viejas
luchan si no se van a quedar embarazadas? ¿Qué se celebra si el aborto es una
experiencia espantosa? Las emociones y razones en juego circulan en canciones,
en murmullos, en fórmulas como “un día histórico” y exceden lo que se ha venido
definiendo como “una cuestión de salud pública”. Es que así como cuando se
debatió la ley de matrimonio igualitario –bajo el compromiso de este mismo
proyecto político- las voces favorables se concentraron en el derecho al amor
para no herir la sensibilidad de los dinosaurios, el debate sobre el aborto
procuró concentrarse en la salud, un bien valorado como nunca en el contexto pandemia.
Pero aún abrazando ambas razones no podremos ignorar que lo que se está
celebrando en la calle es la redefinición de, como mínimo, tres conceptos
básicos del edificio patriarcal: el amor, la salud y lo público.
Nos abrazamos por esto:
hasta la madrugada de este miércoles 30 de diciembre de 2020, toda mujer, toda
persona con capacidad de gestar ha crecido sabiendo que si alguna vez le tocara
decidir no tener un hijo, debería someterse y humillarse. Estar dispuesta a
morir. Compartir con sus amigas la muerte. Estar dispuesta a pagar siempre de
más. Aun quienes nunca abortaron llevan esta marca, es una de las distinciones
de feminidad y va más allá de la clase. Si es pobre, como se dijo en el debate
hasta el cansancio, tiene la opción de desangrarse. Pero si no es pobre debe
endeudarse, pedir prestado, juntar el dinero del sobreprecio, rebotar en
consultorios, entrar en un lugar sin garantías.
¿Y la vida? Si la
pregunta es cuándo comienza la urgencia es cómo continúa. Al filo del
No es extraño que este
buenismo vitalista haya encarnado en un feto gigante recubierto de yeso,
alambres y una tela que simula el color de la piel (siempre blanca) engendrado
gracias a donaciones de corralones y aportes de creyentes, concebido sin
sexualidad de por medio ni más fluido que algunas manos de engrudo. Sin futuro
y por la vida. ¿Quién necesita de
El optimismo sinsentido
atenta contra la realidad, la va carcomiendo mientras justifica los males que
él mismo provoca. Hace unos días el obispo de San Isidro y presidente de
¿Donde está en la
realidad esa mesa larga donde todos comen?¿Quién en el mundo real quiere una
mesa grande para parir? ¿Y qué tiene que ver la mesa con la maternidad? Abrazar
el absurdo es una estrategia para cancelar el mundo y sus imperfecciones. Esta
ley deja en evidencia esa cancelación. Deja en evidencia la importancia de la
política en el entramado social. Sólo en ese mundo de cartapesta se pueden
salvar las dos vidas haciendo la señal de la cruz, paseando un bebé de juguete
luego de que el aborto ya se llevó a cabo en la clandestinidad.
A partir de hoy, el optimismo
del sinsentido y la vida de cartapesta pierden su poder de estigmatización.
Aunque cause mucha risa el cuento del hijo provida y aunque se convierta en
meme, aunque la alusión a los chanchos ingleses de un senador resulte
desopilante, el sinsentido no es inocente, confisca el significado, se lo lleva
para su molino. “La vida” con el “pro” como bandera está llena de plástico,
vírgenes, santas, madres abnegadas y padres ausentes que crecen como yuyos, sin
historia, sin conflicto, sin contradicción.
¿Por qué viene a la
marcha? Para que mi madre que tuvo diez hijos y quiso abortar a tres de ellos,
no los haya abortado, que ella no se reproduzca en otras madres, que no haga lo
que no pudo hacer. Mientras tanto en el Congreso un senador afirma que sin dudas
las niñas no deberían ser abusadas pero que “el proyecto pasa a la
clandestinidad el abuso, la violencia”. La maternidad considerada una prueba
del delito.
La salud, el amor y lo
público, allá vamos. La cuestión de los derechos reproductivos y sexuales
contiene en sí misma, dice la antropóloga Andrea Lacombe, una promesa de
eficacia para recuperar esas demandas feministas que han quedado soslayadas por
las políticas de igualdad en la medida que hay una igualdad que no puede tener
lugar. La diferencia entre hombres y mujeres, entre personas cis y personas
trans, da lugar a la pregunta por las diferencias en su relación con el poder,
con el lenguaje, con el sentido. Y no hay bebé de cartapesta por más grande que
sea, capaz de aplastar esas preguntas.
(*) Página/12,
31/12/020
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