La columna política de Ernesto Tenembaum
Cuando
un Gobierno entra al barro, acelera y, lógicamente, se hunde (*)
El presidente Alberto Fernández, muchas veces, improvisa
sus discursos. Cuando le llega el turno, durante tal o cual acto, tiene que
llenar el espacio acorde a la jerarquía y, entonces, expone las ideas que le
vienen a la mente. El jueves pasado, ocurrió algo de eso en Yapeyú, adonde
había viajado para recordar el nacimiento del general José de San Martín. En
ese contexto, sorpresivamente, empezó a hablar contra los medios de comunicación. ¿Cuál
sería la relación entre ellos y la gesta sanmartiniana?
Así lo explicó el Presidente:
“Cuando a veces sentimos que el esfuerzo que ponemos en el
gobierno nacional por ir a buscar vacunas en el mundo, para darle tranquilidad
y salud a nuestros compatriotas, vemos que nos enredan en debates y discusiones
que no son lo importante. Cuando siento que en los diarios, la tele, las redes
sociales generan debates que, por momentos, nos obligan a desatender lo
importante, pienso que aquellos enormes hombres del 1800 no tenían que
enfrentar esa adversidad que es luchar contra la prédica malintencionada,
contra las voces altivas”.
El confuso párrafo presidencial contiene un elemento que,
en otro contexto, sería gracioso. Al parecer, San Martín tuvo la suerte
de no padecer “la adversidad” de las editoriales de Luis Majul o Baby
Etchecopar y por eso las cosas le resultaron mucho más sencillas que a
Fernández. La mente humana llega a lugares insospechados cuando está
demasiado exigida.
Pero hay otro fragmento que permite percibir la dificultad
de articular un discurso coherente por parte del Presidente en estos días
difíciles. Fernández sostiene que las redes sociales, los diarios, la tele “nos
enredan en debates y discusiones que no son importantes”, y “nos obligan a
desatender lo importante”.
En condiciones normales, esos planteos podrían ser
atendibles. Efectivamente, muchas veces los medios de comunicación imponen
temas que no son los importantes en un país. No solamente eso: en
Pero esta semana no fue eso lo que ocurrió:
esta vez, los medios se dedicaron a escribir, hablar, y editorializar sobre
algo realmente importante.
La sociedad argentina, durante el último año, debió
enterrar a más de 50 mil compatriotas, que murieron bajo los efectos del
coronavirus. Es una sociedad, como tantas otras en el mundo, atravesada por el
dolor, la incertidumbre y la pobreza. Durante largos meses debió encerrarse en
sus casas para protegerse. Los niños perdieron un año lectivo. Muchos
profesionales de la salud arriesgaron su vida diariamente en las salas de
terapia intensiva.
En ese contexto, el viernes 19 de febrero, el país se
enteró, por boca de uno de los beneficiarios, que en los más altos niveles del
Gobierno se había decidido vacunar a amigotes y aliados políticos antes que a
otras personas que eran prioritarias. Entre los beneficiados irregularmente
figuran personajes icónicos del escenario nacional.
Uno de ellos, el que habló de más, fue Horacio Verbitsky,
una de las personalidades más destacadas del periodismo oficialista. Pero
también fueron inoculados, entre otros:
-Un ex presidente, Eduardo Duhalde, junto a toda
su familia y su secretario privado. A Duhalde le enviaron un equipo a su casa.
-La fórmula completa del Frente para
-Ocho integrantes del entorno presidencial. Ocho
integrantes del entorno del ministro de Economía. Algunos de ellos muy jóvenes.
No se explicó cuál era la necesidad de hacerlo dado que sus tareas no requieren
una presencialidad imprescindible.
-Poderosos empresarios como el marplatense Florencio
Aldrey Iglesias, y su familia.
-El sindicalista Hugo Moyano, que recibió un
lote de vacunas en su obra social y separó tres que lo beneficiaron a él, a su
mujer y a su hijo de 20 años. “Sean sindicalistas como su padre”, le había
dicho Fernández hace unos meses a los hijos de Moyano.
-El diputado Eduardo Váldez y el
senador Jorge Taiana, dos legisladores que se defendieron con el
argumento de que debían viajar a México pese a que los tiempos de la vacunación
no les aportaban inmunidad, y el resto de la comitiva no fue vacunada.
Al estallar el escándalo, Verbitsky dijo que no advirtió
“que fuera algo incorrecto, el ejercicio de un privilegio”. El Presidente, ¿lo
advirtió? ¿lo advierte? ¿registra que su gobierno está afectado por uno de los
escándalos más dolorosos que se produjeron desde el regreso de la democracia,
que se roben vacunas para dárselas a amigos en este contexto, en lo más alto
del poder?
En las primeras horas de la crisis, Fernández pareció
haberlo percibido: le pidió rápidamente la renuncia al ministro de Salud, Gines
Gonzalez García, y bajó de la comitiva a los legisladores privilegiados. Un
mínimo de sensibilidad hubiera aconsejado profundizar esa línea o, al menos,
sostenerla. Fue un hecho deplorable. El Gobierno es responsable. No hay nada
más que decir.
Pero después empezaron a pasar cosas.
Primero, Fernández alertó que se había montado un
“escenario de escarnio mediático”. El martes por la mañana, al llegar a México,
Fernández empezó con las artimañas de la política tradicional. Se quejó porque
lo ubicaban a él entre los vacunados VIP, cuando no era ni por lejos el eje de
la discusión. Luego despotricó contra
Lo hizo con suma torpeza. Por ejemplo, donde debía decir
“el vaciamiento del Correo”, dijo “el vaciamiento del Congreso”. La manera en
que se refirió al hundimiento del submarino ARA San Juan fue brutal: “Un
ministro envió un submarino al mar para que murieran 44 personas”.
Mientras tanto, su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero
elongaba como podía para explicar que la esposa de Carlos Zaninni merecía
vacunarse antes que el resto de la población. Finalmente, en Yapeyú, Fernández
sostuvo que los medios de comunicación, en este contexto, “nos enredan en
discusiones y debates que no son importantes”.
En todo este recorrido, hay un clásico presidencial.
Fernández suele decir una cosa y la contraria para tratar de conformar a
distintos sectores de su audiencia. Por un lado fue un hecho deplorable
que merece la renuncia de un ministro clave. Pero por el otro hay escarnio mediático
y la culpa no la tiene el Gobierno sino los medios de comunicación y
Durante la semana, el Gobierno -además- intentó tapar el
escándalo con una campaña sucia en contra de Horacio Rodriguez Larreta, por
haber incorporado a empresas de medicina prepaga y obras sociales en la
aplicación de las vacunas. Esa campaña incluyó una muy oportuna denuncia
judicial y un despliegue masivo y simultáneo de trolls en las redes sociales.
En la denuncia, al menos hasta ahora, no aparece un solo caso de vacunación
indebida. Sin embargo, se produjeron tres: el de Hugo Moyano, el sindicalista
amigo del Presidente, su esposa y su hijo. Más política menor en el marco de un
escándalo espantoso.
Mañana por la mañana, Alberto Fernández no
improvisará: leerá su discurso en la apertura de las sesiones ordinarias. ¿Será
el Presidente que defiende la escala de valores que puso en marcha cuando
reaccionó ante el escándalo? ¿O el otro, el que intenta que la
sociedad se enrede en discusiones que no son las importantes, sobre los medios,
La democracia argentina ha sobrevivido a una sucesión de
hechos como este, aunque muy pocos de semejante obscenidad: ¿el indulto?, ¿la
tragedia de Once?, ¿los bolsos de Lopez? Tal vez sería razonable no exigirle
tanto. Si los dirigentes no se respetan a sí mismos, ¿cuál suponen que será la
reacción de la gente, que los mira perplejos?
(*) Infobae,
28/2/021
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