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12 años sin Raúl Alfonsín

 

El 31 de marzo de 2009 dejaba este mundo el doctor Raúl Alfonsín. Su figura fue emblema de la restauración de la democracia en nuestro país. Imposible no asociar su figura con la histórica elección del 30 de octubre de 1983. En ese momento Alfonsín hizo posible lo que era imposible: derrotar al peronismo en las urnas. Gracias a su carisma logró hacer realidad el bipartidismo, el sistema de partidos que se basa en la existencia de dos grandes partidos capaces de competir por el poder.

 

¿Cómo fue posible que Alfonsín derrotara a Luder, el candidato presidencial por el peronismo? Para brindar una respuesta adecuada es fundamental tener en cuenta el contexto histórico. Luego de la derrota en Malvinas la dictadura militar no tuvo más remedio que convocar a elecciones. No lo hizo por convicción sino porque otra no le quedaba. Los militares apostaron por el peronismo por dos motivos fundamentales: primero, porque estaban seguros de su victoria; segundo, porque con Luder en el poder no habría una revisión de lo actuado durante la “guerra” contra la subversión. Jamás imaginaron lo que sucedería más adelante.

 

1983 fue un año de una notable efervescencia política. Los grandes partidos y también los pequeños (la fuerza de Oscar Alende y la de Alvaro Alsogaray) tuvieron una gran afluencia de afiliados. Pero donde hizo eclosión la afiliación fue en la Unión Cívica Radical gracias a la figura de Raúl Alfonsín. En aquella época las chances de victoria de los partidos políticos eran directamente proporcionales a su capacidad de movilización. La televisión no era tan influyente y no existían las redes sociales. Alfonsín tuvo el coraje de desafiar al peronismo en su propio terreno, es decir, en la calle. Le demostró al poderoso aparato del peronismo que era capaz de convocar a multitudes, de llenar las plazas y los estadios de fútbol. La campaña electoral finalmente fue una formidable competencia entre los dos gigantes por demostrar quién tenía una mayor capacidad para convocar a sus seguidores. Por primera vez en la historia el radicalismo le ganó la pulseada al peronismo. Los actos de Alfonsín fueron más masivos que los de Luder. Los miles y miles de jóvenes que se habían afiliado a la UCR se encargaron de garantizar el folclore típico de las competencias electorales: fervor, espíritu militante y un fenomenal deseo de participación política, de ser protagonista de un acontecimiento histórico.

 

Los impresionantes actos de cierre en el Monumento a la Bandera en Rosario y en la 9 de Julio preanunciaron lo que sucedería el domingo 30. Finalmente, cerca de la medianoche se confirmó el batacazo: Alfonsín le había ganado a Luder por doce puntos de diferencia. El 10 de diciembre, un día soleado y cálido, Alfonsín asumió en el congreso y luego se dirigió a la multitud desde el balcón del Cabildo. El júbilo era indescriptible. Creo que hasta los propios votantes peronistas respiraron aliviados al ver a Alfonsín asumir como presidente de la república.

 

Alfonsín logró semejante hazaña porque supo adecuarse a una época signada por la esperanza en la democracia. En este sentido fue muy hábil cuando denunció, en plena campaña electoral, la existencia de un pacto entre conspicuos dirigentes sindicales y militares muy ligados a la dictadura. De esa forma asoció al peronismo con la dictadura. También supo pronunciar las palabras adecuadas en cada acto político. No fue casualidad su permanente alusión a la constitución nacional, especialmente a su preámbulo. De esa forma logró finalmente inclinar la balanza en su favor. La bravuconada de  Herminio Iglesias en el acto de cierre del peronismo en la 9 de Julio-la quema del ataúd-sólo sirvió para convencer a algunos indecisos de la necesidad de votar a Alfonsín.

 

La presidencia de Alfonsín fue sumamente complicada. Tuvo enfrente a un peronismo que no le perdonó una y a un establishment que siempre lo miró de reojo. Su mayor aporte fue el juicio a las tres primeras juntas militares. Pero en otros ámbitos, como el económico, fracasó estruendosamente. Tal fue así que se vio obligado a entregar anticipadamente el poder a su sucesor, Carlos Menem.

 

Sin embargo, el aporte de Alfonsín fue extraordinario porque demostró, aunque en ese momento quizá no fue valorado como correspondía, que se puede gobernar sin robar. Ahora parece algo increíble pero luego de entregar el poder Alfonsín se fue a su casa sin ninguna causa judicial en su contra. Este hecho lo ubica automáticamente por encima de todos sus sucesores. De todos.

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