La columna política de Nelson Castro
A la caza de Rodríguez Larreta (*)
No se puede
seguir responsabilizando a la gente por los incumplimientos en los cuidados
personales y por la falta de conciencia social. Es probable que se haya dado
ese mensaje, pero el alerta basado en ese punto nos terminó jugando en contra”,
asegura un funcionario del gobierno nacional. La bronca con Axel Kicillof y
Daniel Gollán continúa. Sobre todo por haber encabezado una voz de alarma que
en rigor de verdad superó en contundencia a la del propio presidente.
La nueva
estrategia luego de la falta de entendimiento y la judicialización de la
presencialidad en la escuela es clara: desgastar la figura del jefe de Gobierno
porteño. Los ejemplos sobran. La jugada de Carlos Zannini en su presentación
ante el juez Furnari para limitar la asistencia a las aulas de
Este último punto
fue tan burdo como infantil, a pesar de la gravedad que implica esa denuncia,
por su intencionalidad indisimulable que fue puesta de manifiesto apenas unas
horas más tarde. Recordemos que el jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta
había solicitado más vacunas a
Sin embargo, algo
estaba mal. Cuando el equipo del gobierno porteño inició los llamados a los
abuelos se encontró con una gran cantidad de irregularidades entre ausentes y
fallecidos. Le pidieron una reunión a la cúpula de PAMI para resolver el
problema que Volnovich se encargó de cancelar pocas horas antes del encuentro.
Acorralada por el papelón, decidió pasar al ataque y “denunciar” en las redes
sociales que
Alberto Fernández
y Kicillof también se reunieron esa misma tarde para analizar la situación en
Provincia y el AMBA. Unas horas antes el ministro de Seguridad provincial
Sergio Berni había dicho públicamente que se necesita una cuarentena total por
dos o tres semanas. Más presión para sumar restricciones y una película que ya
vimos la semana pasada. Segundas partes casi nunca fueron buenas. El avance de
la segunda ola desnudó el fracaso del plan de vacunación y la incapacidad para
afrontar una situación que, aunque parezca increíble, no fue prevista aun
teniendo a Europa como espejo.
He aquí un punto
clave para comprender lo que debió haberse hecho y no se hizo, circunstancia
que permite entender el costo que para una sociedad representa la falta de
jerarquía de la mayoría de su dirigencia política.
Una de las
características de esta pandemia es que los hechos ocurren antes en el
hemisferio norte que en el hemisferio sur. La segunda ola comenzó a
manifestarse en Europa con toda su fuerza entre noviembre y diciembre del año
pasado. El gobierno nacional debió haberse tomado de ello para ponerse a
trabajar de inmediato en una estrategia para encararla. Cuando el Presidente
habló del “relajamiento sanitario” –que nunca existió como tal– debió haber
dicho “relajamiento político”. Si se hace memoria, ese fue el tiempo en que
Alberto Fernández se la pasaba hablando de los millones y millones de vacunas
que llegarían al país entre enero y febrero. Fue esa una muestra clara de que
no tenía la más remota idea de lo que estaba aconteciendo en el mundo con la
disputas por el inóculo. Pero no solamente eso: tampoco estaba viendo lo que
sucedía con la segunda ola. De haberlo hecho, hubiese comprendido que debía
ponerse a trabajar con todas las fuerzas políticas en pos de preparar a un país
–ya de por sí agobiado– para enfrentar ese desafío.
“Todos unidos triunfaremos”. Un desafío de las dimensiones de la pandemia producida por el
covid-19-Sars2 demanda a una sociedad un esfuerzo fenomenal. Esa circunstancia
pone a la dirigencia política frente a una obligación moral ineludible: actuar
pensando solamente en el bien común, dejando de lado toda mezquindad. Quien
debe dar el ejemplo al respecto es el Presidente. Lo que queda claro en este
presente es que Alberto Fernández viene haciendo exactamente lo opuesto.
Haberse puesto al frente de la guerra contra Horacio Rodríguez Larreta y
La batalla por la
presencialidad en las escuelas es un capítulo más de esa guerra. Lo que es
increíble que AF no haya comprendido es que esa disputa política se traslada a
la ciudadanía y arrasa con cualquier intento de tender puentes que permitan
superar el ámbito de división por el que hoy en día transcurre la vida en
nuestro país.
El conflicto
originado por la presencialidad o no en la escuela tira a la basura la
posibilidad de utilizar a la educación como un recurso fundamental para luchar
contra la grieta. Los alumnos –niños y adolescentes– han pasado a ser rehenes y
víctimas de esta situación. No hay idea del daño que esto significa.
El enemigo del
presente es el covid-19, no el que piensa distinto.
(*) Perfil, 25/4/021
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