La reflexión de Marcos Novaro
El salariazo trucho con que el gobierno inicia su campaña
electoral (*)
La reapertura de paritarias es, junto a la suba del gasto en
planes y subsidios, lo más prometedor que veremos en estas elecciones. Revela
también la sesgada relación que el oficialismo tiene con los trabajadores, y su
falta de perspectivas.
Cristina, Massa y
Alberto han dado inicio a la campaña electoral del oficialismo. ¿Cómo? Con un
cacareado apoyo a la reapertura de paritarias, que tiene por finalidad
declarada que “los salarios le ganen a la inflación”.
Se sepultó definitivamente, así, el “tope” que Martín Guzmán
buscó a comienzos de año ponerle a las convenciones colectivas y a la
inflación. Insistir en él, ya hacia tiempo estaba claro, no tenía ninguna
eficacia para la contención de la suba de precios, y corría el riesgo de
volverse el equivalente funcional de lo que fuera la suba de tarifas en tiempos
de Macri, un lastre irremontable para la promoción de candidatos oficiales. En
este, como en otros terrenos, se ha comprobado suficientemente, en suma, que
Guzmán no entiende muy bien dónde está parado, y hay que explicárselo con
cuidado, porque su propensión a pedalear en el aire es recurrente.
Ahora bien: ¿alcanzará con llevar los aumentos al 40 o 45%
para lograr el objetivo propuesto, que “los salarios le ganen a la inflación”?
Difícil, casi imposible en verdad. Tal vez solo alcance para los próximos
meses, mientras la suba de precios está a medias contenida, y en los casos en
que los mayores incrementos de sueldos se efectivicen enseguida. Como muchos
gremios no van a conseguir esto último, los salarios en general ya perdieron
poder de compra en la primera parte del año, y además seguramente van a volver
a perder la carrera contra los precios apenas se terminen de contar los votos,
es casi inevitable que 2021 sea otro año más en que, en conjunto, los
asalariados asistan al deterioro de su nivel de vida.
Téngase en cuenta, además, que los pronósticos de inflación
para este año volvieron a subirse al ascensor, y no solo por ver que los
salarios estaban trepando por la escalera: ya hay especialistas que los ubican
cerca del 60%; puede que exageren un poco, pero, en cualquier caso, con
reaperturas y todo, hasta los gremios más poderosos y previsores se están
quedando cortos. Y hacia fin de año reclamarán, entonces, nuevas reaperturas.
Nada de esto, sin embargo, desvela a los estrategas
oficiales: la clave, para ellos, es mostrarse hoy, en la campaña,
“distribuyendo”, y probar una vez más que “la política te da lo que el mercado
te quita”, la gran máxima que orienta sus pasos. Y que van a poder validar los
electores apenas concurran a su supermercado amigo, hagan cuentas y confirmen
que una casta de empresarios egoístas sigue remarcando y tratando de
esquilmarlos, mientras el gobierno congela tarifas y festeja las generosas
paritarias nuestras de cada día.
Es curioso que en este show distributivo no sólo Cristina y
Massa le ganaran de mano una vez más al presidente, sin avisarle siquiera, lo
que ya hasta cansa por lo abusivo, sino que eligieran a un actor bastante
peculiar para hacer las veces de vanguardia de la lucha de los trabajadores
argentinos:
¿Es que el kirchnerismo no va a intentar siquiera, en un
momento de necesidades y peligros extremos como el que vivimos, una relación un
poco menos subordinada y “política”, en el peor sentido de la palabra, con los
gremios? Pareciera que no. Prefiere tratar con ellos a distancia, como quien
adiestra a su perro con un palo, para no tocarlo, y a través de nóminas que no
sólo paga, sino que también cobra: no por nada, además de
Lo que es más sencillo dejar asentado cuando la parte
gremial casi carece de vida propia. Tan es así que, en los dos casos
mencionados, sus dirigentes fueron sorprendidos por la generosidad de la
“patronal”. Claro, es más fácil ser generoso cuando se paga con plata ajena.
Esta curiosa elección de los privilegiados se entiende
también porque la alternativa era regalarle el trofeo a los Moyano, que habían
estado presionando en simultáneo por un incremento de entre el 45 y el 50%. Y
se sabe ya que, por más que en estos días se estén llevando bien con ellos, los
K no tienen por qué confiar en que su lealtad vaya a ser esta vez más duradera
de lo que fue en su anterior paso por el gobierno.
Recién después, en el tercer turno, tuvo su oportunidad
Alberto de participar del show distributivo. Fue cuando se firmó la
renegociación de los bancarios. Que también pasaron del 30 acorde a la etapa
“Guzmán” al 45 recomendado en campaña. En un acto en que todos estaban muy
contentos, porque no estaban los que van a pagar esa suba, los usuarios del
sistema financiero. Estos, igual que los usuarios del transporte de
mercaderías, tardarán un tiempo en acomodar el golpe y, si pueden, deslizar su
costo hacia abajo, en el bolsillo de sus respectivos clientes.
Tal es la ley y el orden que reinan en el inclemente
gallinero en que se ha convertido nuestro sistema económico. Y ese, el lapso
que existe entre el “beneficio que dispone la política” y la reacción
neutralizadora con que “lo procesa el mercado”, es el tiempo vital de la
campaña, el que va a durar, con suerte, el salariazo en marcha, hasta que todo
vuelva a fojas cero.
¿Qué van a hacer el resto de los gremios? Apurarse a
disfrutar de esa oportunidad antes de que se cierre, obviamente. Para lo cual
necesitarán de la buena voluntad de las autoridades: que apuren a las
patronales y luego validen los acuerdos.
También este trámite tiene su costado electoral muy
evidente. En el oficialismo temen que los gremios vuelvan a intentar este año
algo parecido a lo que hicieron con mucho éxito a favor de Massa en 2013, tal
vez a favor de Randazzo. Una seguidilla de actos como el que reunió a
Con algunos, claro, puede írseles la mano, o no ser
suficiente. Pero sobre la marcha se van acomodando los melones. El caso
Sanidad, especialmente ríspido tanto por las urgencias que impone la pandemia
como por los planes K de intervenir en el sector, y la sensibilidad que en ese
marco tiene la muy demorada autorización de aumentos en las cuotas que las
prepagas cobran a sus clientes, y de los que dependerán en gran medida las
alzas salariales, es bien ilustrativo: el gremio inició medidas de fuerza en
estos días, que van dirigidas tanto a las empresas como a las autoridades, pero
a sabiendas de que dependen finalmente de estas últimas, se han abstenido de
solidarizarse con la patronal en cuanto a los planes de intervención, más allá
de la desconfianza que ellos les generan.
En ese marco, los líderes del FdeT se podrán dar el lujo,
dentro de unos días, de presentar a la vez como un logro propio el aumento de
salarios que hacía falta para que la atención de la salud justo en este momento
tan delicado no se viera afectada, y la evidencia que se necesitaba para
confirmar que las empresas por sí solas no son capaces de garantizarla, y que
el Estado tiene que intervenir al respecto, más de lo que lo hace. La réplica
empresaria, que los problemas se han agravado justamente por la
discrecionalidad e improvisación que guía las intervenciones gubernamentales,
tal vez no sea escuchada. O solo lo sea por quienes tienen ya decidido apoyar a
la oposición.
Administrar la puja distributiva en un contexto de alta
inflación no es una tarea fácil. Pero es de las pocas cosas que las actuales
autoridades han mamado desde su nacimiento, así que saben medianamente hacer, y
es además algo que parte importante de la sociedad argentina aún concibe como
un juego estrictamente coyuntural, en el que el mañana no existe y gana el que
de momento mantiene la cabeza a flote.
(*)
Notiar.com.ar, 30/6/021
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