La columna política de Vicente Massot
Punto de inflexión (*)
Todo parece indicar que el peor momento del
reacomodamiento de precios relativos es cosa del pasado. Ello no significa que
los padecimientos de aquellos sectores de menores recursos y, por lógica
consecuencia, más castigados en los primeros nueve meses de la administración
macrista, desaparezcan de la noche a la mañana, como por arte de magia. Pero sí
supone que hay una clara mejora en términos de dos de las tres variables
económicas que más le importan a la gente: la inflación y el PBI. El tope de 17
% que el gobierno, a la hora de confeccionar el Presupuesto del año próximo, le
fijó al alza de los precios, y la reversión del presente comportamiento
contractivo de la economía que distintos factores hacen esperar para 2017,
tienden a despejar un panorama que tres meses atrás no lucía para nada cómodo.
Para expresarlo sin vueltas: mientras el
índice de costo de vida desciende, la actividad económica, que hasta el momento
ha venido contrayéndose, comenzaría a despertar. Con lo cual no habría que
descartar que hacia mediados del año por venir —dato de suma importancia en
atención al cronograma electoral— el gobierno pudiese exhibir, en
comparación con 2016, unos datos sensiblemente mejores, que se viesen
reflejados en los bolsillos y las expectativas de la sociedad.
Macri lleva ventajas en virtud de tres razones
de diferente índole, aunque de similar importancia en punto al análisis
político: la sombra del kirchnerismo; la desunión del peronismo; y la
desastrosa herencia que, a modo de una bomba de tiempo, dejó activada Cristina
Fernández antes de abandonar
Respecto de la última de las tres razones
mencionadas, es fácil darse cuenta por qué si el PBI creciese, aun cuando fuese
modestamente, en 2017 y la inflación no sobrepasara la cota de 17 %, de
confrontar estos números con los actuales, el gobierno saldría airoso siempre.
Ha sido tan desastroso el punto de arranque que, entre un PBI negativo y otro
que acusase un alza y una inflación que de más de 40 %, bajase a 17 %,
cualquiera puesto a juzgar diría que el oficialismo hizo bien sus deberes.
Que lo expresado antes no le ha pasado
desapercibido a una parte considerable de los argentinos, lo demuestran la
mayoría de las encuestas realizadas desde el comienzo del ciclo gobernante de
Cambiemos. Más allá de cómo haya evolucionado la imagen presidencial en los
meses iniciales de su gestión, lo cierto es que, desde que se sentó en el
sillón de Rivadavia hasta la fecha, hubo un indicador que no sufrió cambios
bruscos. En la consideración de la mayoría de la gente, el año que viene va a
ser mejor. Todos los relevamientos serios coinciden sobre el particular. Existe
una marcada confianza acerca del futuro, que algunos pensarán es apenas
una expresión de deseo. Aunque lo fuese, en una democracia de masas como la
nuestra, el parecer de los más a la hora de trazar planes, decidir gastos y
elegir caminos —o, si se prefiere, la idea que tengan los argentinos de cómo va
a ser su situación económica dentro de doce meses— es un dato crucial.
Si el universo encuestado no contesta macanas
—y no hay motivos para suponer que mienta por tonto o por irresponsable— es
lógico suponer que tenderá a actuar en consonancia con el futuro que avizora.
En buena medida, la tranquilidad social que se desenvuelve en paralelo con un
reacomodamiento de proporciones se explica por esa apuesta al mañana. Si la
mayoría de las personas o una minoría robusta considerase que el año próximo se
hallará en peores condiciones que hoy, habría un incremento del conflicto
político casi inmediato. Sin embargo, lo que ha sucedido es precisamente lo
contrario. Al gobierno le llueven críticas pero nadie está dispuesto a romper
lanzas ni a quemar naves. Ni los factores de poder ni el popolo grosso acunan
ánimos beligerantes.
Los partidos políticos opositores —léase el
peronismo ortodoxo y el Frente Renovador— han acreditado, hasta el momento, una
conducta parecida a la que existe en los países escandinavos, Suiza o el Reino
Unido. En cuanto a los sindicatos —de lejos los de mayor fogueo y experiencia
en estas lides— saben que su enemigo no se encuentra en
De su lado, el popolo grosso —una licencia
para referir al grueso de la población— está cada día menos interesado en los
avatares de la política y más concentrado en sus ocupaciones y preocupaciones
cotidianas. Si a lo expresado se le agrega que el ajuste —que, al menos en
teoría, debería verse en 2017— brillará el año que viene por su ausencia y será
—guste o no a los ortodoxos— financiado con deuda, el panorama se presenta
favorable para el oficialismo. Hoy lleva las de ganar.
Prensa republicana
Director: Nicolás Márquez
Septiembre de 2016
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