La columna política de Joaquín Morales Solá
Cristina
Kirchner ve el final de un ciclo político
31 de octubre de 2021
Cristina Kirchner está incómoda. A veces la ven nerviosa; otras veces, es
ella la que observa con una mirada sombría. No tiene esperanzas para el 14 de
noviembre. ¿Alguien la tiene en el Gobierno? Nadie. “Si me muestran un papel
que asegura que haremos en noviembre la misma elección que el 12 de septiembre
lo firmo en el acto”, dice un ministro con acceso diario a las muchas encuestas
que encarga Alberto Fernández. ¿Por qué? “Porque la opción puede ser peor”, responde. Si se
cumplen esos vaticinios, la de noviembre será la sexta elección nacional que
perderá la imperial vicepresidenta en apenas 12 años. La derrota la buscó y la
encontró en 2009, en 2013, en 2015, en 2017 y en las primarias de
2021. Solo la acefalía de un peronismo sin liderazgos naturales puede
perdonar tanta pérdida. Todos los eventuales liderazgos fueron derrotados en
los últimos comicios.
Suponer que Cristina Kirchner está
inquieta solo por sus problemas judiciales sería subestimarla. La acecha el fin
de un ciclo político. El kirchnerismo lleva 18 años en el control del
peronismo. Caso único con Perón muerto. Demasiado tiempo, sobre todo si no se puede
ofrecer poder electoral a los ambiciosos peronistas. Ella imaginó siempre
(¿imagina todavía?) que su hijo Máximo sería el heredero de una monarquía electiva. No es una
deducción. Es una información de la que puede dar fe Florencio Randazzo, que la escuchó
explayarse sobre ese proyecto. Podía ser Máximo en 2023 o podía ser Axel Kicillof en ese año como un
puente hacia la presidencia de Máximo Kirchner. Pero todos los caminos
terminaban con Máximo como presidente de
El albertismo está en guardia.
Ninguno de los que siguen al Presidente olvidan que el 13 de septiembre (el día
después de la catástrofe electoral), Máximo Kirchner le exigió a Alberto
Fernández que relevara a Santiago Cafiero de
La relación política y personal de
Alberto Fernández con la vicepresidenta Cristina Kirchner está rota, pero él se
niega a consumar la ruptura pública
La negativa de Alberto Fernández a
expulsar de la administración a Martín Guzmán y Matías Kulfas explica la posterior aparición de Roberto Feletti, con cargo de
secretario de Comercio, pero con ínfulas de ministro.
Feletti es el “entrismo” cristinista
(para usar un término trotskista que alude a la ocupación de cargos en lugares
que no son propios) en la cartera económica. Cristina le dijo luego a
Guzmán que había frenado la guillotina antes de que le cortara la cabeza. Hizo
de la necesidad una virtud. Que sea entonces Guzmán el que firme los acuerdos
(y los ajustes) con el Fondo Monetario. El país nunca entró en default con el Fondo Monetario. No, al
menos, de manera voluntaria y pública. Incluso en 2001 y 2002, los sucesivos
gobiernos peronistas que le siguieron a Fernando
de
¿Qué hará Cristina Kirchner, esa mujer impaciente y equivocada,
el 15 de noviembre si el día antes la abatiera el fracaso? Algunos que la
conocen sostienen que tratará de intervenir totalmente al gabinete de Alberto
Fernández. Los que la conocen más suponen, al revés, que retirará a todos sus
funcionarios y se dedicará a cuidar el 20 por ciento del electorado que todavía
le es leal. El albertismo insiste en las orejas del Presidente: esta vez deberá
aceptarles las renuncias a todos y nombrar un equipo totalmente confiable para
él. Ningún albertista se explica por qué el jefe del Estado no le aceptó
la renuncia a De Pedro cuando ocurrió el complot cristinista. “¿Puede un
ministro del Interior intrigar contra el Presidente? ¿No es ese ministro,
acaso, el principal operador político del Presidente?”, se preguntan algunos
albertistas, ya más críticos que solidarios con Alberto Fernández.
Peor: ninguno justifica que no les
haya aceptado las renuncia por lo menos a Victoria Donda, directora del Inadi, y
a Martín Sabbatella, presidente de
Alberto Fernández y Cristina Kirchner
tienen una sola coincidencia explícita: Sergio
Massa no es confiable para ninguno de los dos. Massa
tampoco significa mucho ya en términos electorales. Con solo 49 años logró
alcanzar niveles casi idénticos de imagen negativa que Cristina Kirchner y
Alberto Fernández. Estos podrán decir que ellos debieron conducir un país
desquiciado, mientras Massa solo retozó esporádicamente entre cristinistas y
anticristinistas. A Massa se le escurren entre los dedos los dos proyectos que
tenía: ser un superministro de Economía después del 14 de noviembre o
convertirse en el vicario del cristinismo en la presidencia en 2023. Por eso,
frecuenta a Máximo Kirchner como frecuentó a Margarita
Stolbizer cuando necesitaba un
certificado de buena conducta. Stolbizer es la mujer que denunció a la familia
Kirchner (incluido Máximo) por lavado de dinero en los hoteles familiares.
Massa toca todas las melodías y está en todas las procesiones. Ya está
demostrado que es solo un mito que el peronismo unido es imbatible. Néstor Kirchner, Daniel Scioli y el
propio Massa fueron derrotados en 2009 por un advenedizo de la política, Francisco de Narváez.
Una cosa es el albertismo y otra cosa es Alberto Fernández. El
Presidente repite el discurso contra el Fondo cuando lo hacen Cristina y el
camporismo. Hace cristinismo verbal. Su relación política y personal con
la vicepresidenta está rota, pero él se niega a consumar la ruptura pública. A
Cristina, en cambio, solo la conmueve la inesperada fuga del destino.
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