Picada de noticias en el recuerdo
Leyendo a Jorge Luis Borges. El idioma analítico de John
Wilkins
Escribió Borges:
“He comprobado que la decimocuarta edición de la
“Encyclopaedia Britannica” suprime el artículo sobre John Wilkins. Esa omisión
es justa, si recordamos la trivialidad del artículo (veinte renglones de meras
circunstancias biográficas: Wilkins nació en 1614, Wilkins murió en 1672,
Wilkins fue capellán de Carlos Luis, príncipe palatino; Wilkins fue nombrado
rector de uno de los colegios de Oxford, Wilkins fue el primer secretario
de
“Todos, alguna vez, hemos padecido esos debates
inapelables en que una dama, con acopio de interjecciones y de anacolutos, jura
que la palabra “luna” es más (o menos) expresiva que la palabra “moon”. Fuera
de la evidente observación de que el monosílabo “moon” es tal vez más apto para
representar un objeto muy simple que la palabra bisilábica “luna”, nada es
posible contribuir a tales debates; descontadas las palabras compuestas y las
derivaciones, todos los idiomas del mundo (sin excluir el “volapük” de Johann
Martin Schleyer y la romántica “interlingua” de Peano) son igualmente
inexpresivos. No hay edición de
“Dividió el universo en cuarenta categorías o géneros,
subdivisibles luego en diferencias, subdivisibles a su vez en especies. Asignó
a cada género un monosílabo de dos letras; a cada diferencia, una consonante; a
cada especie, una vocal. Por ejemplo: “de”, quiere decir elemento; “deb”, el
primero de los elementos, el fuego; “deba”, una porción del elemento del fuego,
una llama. En el idioma análogo de Letellier (1850) “a”, quiere decir animal;
“ab”, mamífero; “abo”, carnívoro; “aboj” felino; “aboje”, gato; “abi”,
herbívoro; “abiv”, equino; etc. En el de Bonifacio Sotos Ochando (1845),
“imaba”, quiere decir edificio; “imaca”, serrallo; “imafe”, hospital; “imafo”,
lazareto; “imarri”, casa; “imaru”, quinta; “imedo”, poste; “imede”, pilar;
“imago”, suelo; “imela”, techo; “imogo”, ventana; “bire”, encuadernador;
“birer”, encuadernar. (Debo este último censo a un libro impreso en Buenos
Aires en 1886: el “curso de lenguas universal”, del doctor Pedro Mata.)”
“Las palabras del idioma analítico de John Wilkins no
son torpes símbolos arbitrarios; cada una de las letras que las integran es
significativa, como lo fueron las de
“Ya definido el procedimiento de Wilkins, falta
examinar un problema de imposible o difícil postergación: el valor de la tabla
cuadragesimal que es base del idioma. Consideremos la octava
categoría, la de las piedras. Wilkins las divide en comunes (pedernal, cascajo,
pizarra), módicas (mármol, ámbar, coral), preciosas (perla, ópalo),
transparentes (amatista, zafiro) e insolubles (hulla, greda y arsénico). Casi
tan alarmantes como la octava, es la novena categoría. Esta nos revela que los
metales pueden ser imperfectos (bermellón, azogue), artificiales (bronce,
latón), recrementicios (limaduras, herrumbre) y naturales (bronce, estaño,
cobre). La belleza figura en la categoría décimosexta; es un pez vivíparo,
oblongo. Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el
doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula
“Emporio celestial de conocimientos benévolos”. En sus remotas páginas está
escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b)
embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g)
perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como
locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de
camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos
parecen moscas. El Instituto Bibliográfico de Bruselas también ejerce el caos:
ha parcelado el universo en 1000 subdivisiones, de las cuales la 262
corresponde al Papa; la 282, a
“He registrado las arbitrariedades de Wilkins, del desconocido
(o apócrifo) enciclopedista chino y del Instituto Bibliográfico de Bruselas;
notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y
conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo. “El
mundo-escribe David Hume-es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios
infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución
deficiente; es obra de un dios subalterno, de quien los dioses superiores se
burlan; es la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada, que ya
se ha muerto” (“Dialogues Concerning Natural Religion”, V. 1779). Cabe ir más
lejos: cabe sospechar que no hay universo en el sentido orgánico, unificador,
que tiene esa ambiciosa palabra. Si lo hay, falta conjeturar su propósito; falta
conjeturar las palabras, las definiciones, las etimologías, las sinonimias, del
secreto diccionario de Dios”.
“La imposibilidad de penetrar el esquema divino del
universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque
nos conste que éstos son provisorios. El idioma analítico de Wilkins no es el
menos admirable de esos esquemas. Los géneros y especies que lo componen son
contradictorios y vagos; el artificio de que las letras de las palabras
indiquen subdivisiones y divisiones es, sin duda, ingenioso. La palabra
“salmón” no nos dice nada; “zana”, la voz correspondiente, define (para el
hombre versado en las cuarenta categorías y en los géneros de esas categorías)
un pez escamoso, fluvial, de carne rojiza. (Teóricamente, no es inconcebible un
idioma donde el nombre de cada ser indicara todos los pormenores de su destino,
pasado y venidero)”.
“Esperanzas y utopías aparte, acaso lo más lúcido que
sobre el lenguaje se ha escrito son estas palabras de Chesterton: “El hombre
sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más
anónimos que los colores de una selva otoñal…cree, sin embargo, que esos
tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión
por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior
de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la
memoria y todas las agonías del anhelo” (G.F. Watts, pág. 88, 1904)”.
(*) Jorge Luis Borges, “Obras completas (tomo 2),
Circulo de Lectores, Emecé, Buenos Aires, 1974.
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