El enfoque de Claudio Jacquelin
A Fernández le llegó la hora de
hacer
31 de enero de 2022
La máxima de
Perón sigue incólume. Mejor
que decir es hacer, mejor que prometer es realizar. El
preacuerdo con el FMI le devolvió la vigencia. Las palabras están. Faltan los
hechos. Y sus consecuencias. Lo esperan propios y ajenos. Alberto Fernández hizo lo
que una amplísima mayoría social (en torno del 70% según casi todas las
encuestas) le demandaba que hiciera. Las primeras reacciones lo confirmaron.
Dirigentes de la oposición y ciudadanos de a pie coincidieron en expresarse a
favor de este primer paso. Pero sin dejar de expresar dudas. Los logros que se
esperan son otros.
Así, para muchos,
poco pareció interesar lo que decía la letra chica inicial, qué dirá el
probable texto definitivo ni qué efectos tendrá ese arreglo prometido. Al
menos, en las primeras horas. Se
trataba de haber aflojado el nudo de “la soga al cuello” (AF
dixit). Inspiro, espiro, inspiro, espiro. Elemental y vital.
Un relevamiento realizado por el
consultor político Patricio
Hernández en las redes sociales más utilizadas en el país
arrojó que, sobre 387.000
interacciones, el impacto sobre el acuerdo es altamente positivo: el
67,5% de los usuarios se manifestó favorablemente; solo el
18%, negativamente, y el resto de manera neutra.
Las evidencias también muestran que
entre quienes demandaban un
arreglo por la deuda y quienes instantáneamente se expresaron de forma positiva
está buena parte de los votantes de la oposición, así como se
excluyen los sectores más ideologizados del oficialismo y del resto de las
fuerzas políticas. Puntos de partida para la segunda parte del axioma
peronista. No basta con decir ni prometer.
Ahora todo dependerá de las consecuencias
del acuerdo y de lo que ocurra con las promesas que hicieron Fernández y su
ministro de economía, Martín
Guzmán, acerca de los beneficios y casi nulos perjuicios de ese
entendimiento. El elocuente
silencio de Cristina y Máximo Kirchner lo ratifica. Lo mismo
que las prioridades inalteradas de la ciudadanía en general, entre las que no
figuró ni figura la deuda externa, sino que destacan las deudas internas.
Esperar y ver es la consigna que va del
Instituto Patria al comando superior de
No hay ninguna intención en el
cristicamporismo de contradecir la opinión pública dominante. Como ya lo
escribió varas veces antes Cristina
Kirchner, las decisiones son del Presidente. Mucho más esta,
que contraviene hasta el legado histórico del padre fundador Néstor Kirchner, quien prefería
pagar caro al contado antes que negociar con el malvado Fondo Monetario.
Si todo sale bien, la vicepresidenta y
sus seguidores no estarán fuera del carro de la victoria y, cuanto mucho, los
más jóvenes deberán esperar un poco más su oportunidad de tener el poder. Si
algo sale mal buscarán resguardarse en su intensa minoría evitando ser
arrollados por las ruedas del fracaso. No es una cuestión de coherencia sino de
pragmatismo. La capacidad de absolver contradicciones del kirchnerismo duro es
infinita. Cristina puede
desplegar su verba encendida contra el colonialismo y la opresión en
Centroamérica con un rosario de oro colgado al cuello. Sin remate.
El cálculo político no incluye el
apartado ético de la mezquindad o la grandeza. Solo importa el resultado. El
cristicamporismo no es la excepción. Apenas una hipérbole maquillada por la
retórica. Al respecto, la columna publicada ayer por Horacio Verbitksy en su
portal ofrece algunas perlas que relucen solas. Entre las muchas prevenciones
críticas que el autor expone respecto del preacuerdo con el Fondo, vale citar,
al menos, la frase que le adjudica a Máximo Kirchner durante el diálogo que el
heredero habría mantenido el miércoles pasado con el Presidente, mientras se
desarrollaban las precipitadas negociaciones por la deuda.
“Le hiciste perder [a Cristina Kirchner]
las elecciones de 2017 y [ella] te ayudó a llegar a donde estás. […] Y te
aclaro que yo no estuve de acuerdo con tu candidatura, así como no apruebo
ahora esta negociación. Por eso, creo que te va a ir mejor con ella, que es la
jefa de ese espacio político”, escribió el periodista kirchnerista. El mismo al
que Fernández siempre ha tratado con particular deferencia, inclusive cuando
generó la salida del gabinete del amigo presidencial Ginés González García, al
revelar la existencia del vacunatorio vip del que él fue uno de los
beneficiados. Mucho más que un mensaje calificado.
Obligado a colmar expectativas
Así, Fernández está obligado más que
nunca a colmar las expectativas sociales para aliviar las tensiones y
objeciones internas, legitimar su gestión y poder pensar en su propio futuro.
La momentánea emancipación que ejerció, impuesta por la urgente necesidad de un
acuerdo con el FMI, no canceló las diferencias, apenas suspendió su publicidad.
Sabe que las alegrías duran poco en
Cuando el Presidente esté por iniciar su
extensa gira (sobrecargada de expectativas y no exenta de riesgos) por Rusia,
China y el Caribe, el cristicamporismo saldrá a la calle a hostigar a
Sin embargo, en algo coinciden las dos
alas del oficialismo: concentran sus inquietudes y acciones en cuestiones de
relevancia muy relativa para la mayoría de los ciudadanos. No son el núcleo de
los desvelos sociales. Más bien, rozan la dimensión de lo abstracto. Solo el
temor de que empeoren las cosas, como un default, les da centralidad. Las
preocupaciones sociales siguen nucleadas en los mismos problemas, que el
preacuerdo con el FMI no disipó ni otro embate kirchnerista contra
Según todas las encuestas, los asuntos
que alteran el sueño de los argentinos sieguen siendo otros. Se pudo verificar
aún en el pico de impacto de la noticia del acuerdo. El relevamiento en las
redes antes citado, realizado en las primeras 24 horas posteriores al anuncio,
arrojó que los principales problemas en la percepción ciudadana son la
inseguridad, con el 33,9% de las interacciones; la corrupción, con el 22,9%; la
pobreza, con el 15,3%; la inflación, con el 12,4%; y el desempleo ,con el 7,8%.
La deuda externa y el acuerdo con el FMI fueron mencionados como un tema
prioritario por menos del 1% de los usuarios. El mandato de esperar y ver
también impera en la sociedad.
En lo que respecta al preacuerdo con el
FMI, además, son demasiados los vacíos informativos y las incógnitas que
abrieron los anuncios como para que los ciudadanos comunes tengan opinión
formada. Ni los expertos están en condiciones de dilucidar ni prever sus
consecuencias con certeza. Aunque lo que sí advierten todos, como una verdad de
Perogrullo, es que no será inocuo. En todo caso la cuestión pasa por esclarecer cómo será la
distribución de las cargas que impondrá el ordenamiento imprescindible que
requiere la economía, cuál será el costo que pagará el Gobierno y cuándo podrán
llegar los eventuales beneficios. A nadie escapa que el actual
mandato albertista tiene ya más pasado que futuro asegurado. Todo es tiempo de
descuento.
Cumplir o no cumplir
Por eso, vale reparar en uno de los
acápites del preacuerdo que ya suscita debate entre los oficialistas.
Especialmente entre los albertistas. No
se trata de cómo adecuar las políticas para cumplir lo pactado sino de
dilucidar cuántas condiciones del entendimiento se podrían incumplir, y durante
cuántas revisiones hechas por las misiones del FMI, sin caer en sanciones.
Antes de firmar ya se analiza cómo transgredir. Una tradición nacional.
Esas discusiones significan para un alto
funcionario del Gobierno todo un reconocimiento. Desde hace meses venía
empujando, con poco éxito dentro del oficialismo, la necesidad de arreglar con
el FMI con un argumento de notable pragmatismo (o cinismo): “Esto es como
cuando tenés 25 años y vas a pedir un crédito para comprar tu primer
departamento. Te van a dar una carpeta de 120 hojas de la que solo vas a leer
cuánto están dispuestos a darte y vas a firmar. Después verás cómo pagás o a
quién le pedís prestado cuando te venzan las cuotas. Lo que vos necesitás es la
casa ahora porque no tenés dónde vivir. Nosotros estamos así”.
La aceptación en el preacuerdo con
el Fondo de reducir más de medio punto del déficit por encima de lo previsto en
el proyecto de Presupuesto, así como la limitación de la emisión, al mismo
tiempo que la baja de la inflación y la disminución de los subsidios a los
servicios públicos, sin afectar el crecimiento ni el poder adquisitivo de los
salarios, conforma un problema lógico-matemático que nadie se anima a dilucidar. Para resolver
el teorema de Guzmán la solución del Gobierno parece hallarse en la escuela
cínica, en la que el funcionario antes citado está cada vez menos solo.
En ese mar de incógnitas hace pie
la mayoría de la oposición después del inicial desacomodamiento que le produjo
la vertiginosa aceleración del Gobierno para llegar a un entendimiento. Un acuerdo que
los cambiemitas, en particular, venían demandando y con el que provocaban al
oficialismo, convencidos de que no lo lograría, por sus diferencias internas y
las concesiones que implicaba. Hasta pocas horas antes, los principales
dirigentes opositores y sus asesores económico-financieros descreían de que se
pudiera anunciar el viernes pasado. La
realidad los incomodó. Ganar elecciones es más fácil.
Para recuperar la vertical, la dirigencia
de Juntos por el Cambio anunció que apoyaría en el Congreso la firma del
acuerdo, al tiempo que cuestionó la falta de precisiones y desafió sobre la
dificultad de cumplimiento de lo preacordado. Están convencidos de que será un
éxito pasajero de Fernández y disfrutan de las encuestas que ubican a este
gobierno en el podio del endeudamiento por encima del de Mauricio Macri. A pesar del
esfuerzo del albertismo por instalar la premisa de que la deuda es un problema
generado por el macrismo que ellos al final vinieron a solucionar. Una derrota
del kirchnerismo en la batalla por el relato. Inadmisible para la feligresía de
Néstor y Cristina Kirchner.
Al mismo tiempo, despejada una parte de
las dudas sobre la deuda con el FMI, en la que deberán pagar el costo de
acompañar al Gobierno, se concentran en otra batalla con el oficialismo. La reforma del Consejo de
La marcha de mañana no es ajena a estas
contingencias y tal vez exponga más la debilidad que la fortaleza del
oficialismo. Difícil que la ciudadanía se sienta interpelada por estas
disputas. Espera realizaciones que pertenecen a otro universo. Mejor que decir
es hacer. Y falta demasiado por realizar.
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