LA
ANOMIA DE
LOS OTROS
La caracterización
de la anomia como un rasgo acentuado de la cultura de los argentinos ha sido
abordada por diversos intelectuales en las últimas décadas. La palabra “anomia”
fue introducida en el lenguaje de la sociología por el francés Émile Durkheim
en referencia al incumplimiento generalizado de las normas que regulan el orden
social. En su obra El suicidio (1897)
considera que la inseguridad, la insatisfacción, el miedo y la angustia
provocados por la destrucción del orden social, pueden ser un factor
desencadenante del suicidio. Posteriormente el concepto de anomia, desvinculado
de la problemática del suicidio, fue reconfigurado por la sociología
norteamericana debido a los aportes de Robert Merton y se ha convertido en una
expresión multiuso para conceptualizar cualquier forma de anarquía social. En la Argentina, el filósofo y
jurista Carlos Santiago Nino incorporó la expresión en el ensayo Un país al margen de la ley (Ariel,
1992) para describir diversos comportamientos sociales que se habían
naturalizado en nuestra cultura y que consideraba enormemente dañinos para el
conjunto de la sociedad. Se refería básicamente “a la tendencia recurrente de
la sociedad argentina, y en especial de los factores de poder –incluidos los
sucesivos gobiernos– a la anomia en general y a la ilegalidad en particular, o
sea a la inobservancia de normas jurídica, morales y sociales”. Consideraba que
“esta tendencia a la anomia, o más específicamente a la ilegalidad, está
involucrada en buena parte de los factores que se señalan como relevantes para
explicar la involución del desarrollo argentino”. Por ese motivo, añadía que
esa anomia era “boba” porque al final, terminaba perjudicando a quienes la
practicaban.
Nino analizó en su
ensayo diversas manifestaciones de esa tendencia hacia la ilegalidad que se
daban en la
Argentina. Consideraba que el comportamiento de quienes
ejercen el poder tenía un efecto demostrativo importante sobre la conducta del
resto de la sociedad. En el caso de la actividad económica, la anomia se
manifestaba “a través de la existencia de formaciones monopólicas en diversos
sectores de la actividad productiva o comercial” y citaba como ejemplo el caso
de Papel Prensa. Añadía que la anomia económica también se revelaba en la
economía llamada informal o “negra” y principalmente en la enorme evasión
impositiva. Otra faceta de la anomia que abordaba en su ensayo era el fenómeno
de la corrupción, pero lo trataba con objetividad, sin atribuirlo a un partido
político en particular, como un rasgo cultural que estaba “masivamente
generalizado en la sociedad argentina”. Observaba que “detrás de la corrupción
suele haber una moral que da una gran prevalencia a la familia y la amistad
sobre el interés público”. Nino también enumeraba otras formas más leves de
anomia como el incumplimiento de las normas de tránsito o el descuido con los
excrementos que dejaban los perros en las veredas. Como anécdota que invita a
una reflexión, señalaba como única manifestación de la corrupción en la vida
judicial de aquella época al incumplimiento de la norma del Código de
Procedimientos en lo Criminal que exige la presencia del juez en las
declaraciones indagatorias de los detenidos.
La anomia
desbocada
El tema de la anomia
acaba de ser retomado por Jaime Durán Barba en un artículo publicado en Perfil
bajo el título “Anomia desbocada”. Es un texto un tanto
burdo, lleno de lugares comunes, del principal consultor político que tuvo el
ex Presidente Mauricio Macri. Pero vale la pena leerlo porque refleja de manera
diáfana cuales son los prejuicios que anidan en el inconsciente de la derecha
conservadora argentina. En palabras de Durán Barba, para comprender la realidad
argentina es central recurrir al concepto de anomia que, según su
interpretación, consiste en que “el movimiento político que lo ha hegemonizado
durante décadas, no tiene apego a las normas de convivencia democrática,
tampoco a la lógica (sic)”. Como manifestación de la anomia que impera en la Justicia, el consultor
toma el hecho reciente de que “el Presidente constitucional de la Argentina concurrió a un
tribunal penal para atestiguar a favor de su Vicepresidenta en funciones”.
Podemos disculpar el error jurídico de ignorar que los testigos no declaran “a
favor” o “en contra” de alguien, sino que se limitan a informar sobre hechos de
los que han tenido conocimiento directo. Pero no deja de ser una ironía que
luego de la catarata de información que ahora tenemos sobre la Gestapo creada por Macri
para manipular causas judiciales, la única referencia de un intelectual
preocupado por la anomia sea la declaración testimonial del Presidente Alberto
Fernández. Lo que demuestra que para el pensamiento binario, la anomia es
siempre un fenómeno de “los otros”. La psicología cognitiva ha estudiado esta
peculiar característica de la naturaleza humana que nos hace proclives a
ignorar aquello que nos provoca una disonancia cognitiva. Según Adam Grant –Piénsalo otra vez (Deusto)– cuando
alguien o algo cuestiona nuestras creencias más básicas tendemos a cerrar la
mente en lugar de abrirla. “La palabra técnica que se utiliza en psicología
para describir este fenómeno es ego totalitario, y su trabajo es impedir la
entrada de información que represente una amenaza. El ego totalitario
interviene como si fuera el guardaespaldas de nuestra mente y protege la imagen
que tenemos de nosotros mismos mientras nos alimenta con mentiras
reconfortantes. El dictador interno también disfruta tomando el control cuando
nuestras opiniones más arraigadas se ven amenazadas”.
Carlos Nino, en su
ensayo, tuvo el cuidado de no descargar la responsabilidad de la anomia en una
fuerza política determinada como ahora hace la derecha conservadora argentina.
La consideraba un fenómeno transversal y estructural de la sociedad argentina,
presente en todos los espacios políticos y sociales. Tampoco cayó en la
deshonestidad de los intelectuales que hoy fingen ignorancia frente al más
escandaloso episodio de anomia que ha tenido lugar en la Argentina desde la
recuperación de la democracia. Las pruebas recogidas hasta el momento sobre la
existencia de una estructura ilegal que operaba en los sótanos de la democracia
durante el gobierno de Macri, cuyos hilos partían de la Agencia Federal de
Inteligencia (AFI), son incontrastables. Esta actividad se desplegaba en dos
planos. Por un lado, mediante operaciones de espionaje ilegal para obtener
información que podía ser utilizada para extorsionar a amigos y enemigos o para
surtir de pruebas falsas a algunos expedientes penales. Y por otro, gestionando
la complicidad de algunos fiscales y jueces federales para armar causas
judiciales que permitieran el encarcelamiento o el desprestigio de los
adversarios políticos o de los empresarios que poseían medios de comunicación
considerados hostiles. La existencia de algunas causas en las que se han
investigado hechos objetivos de corrupción no es incompatible con el cuadro
anterior. Justamente, la existencia de algunas investigaciones judiciales de
esa naturaleza ha sido utilizada como cortina de humo para encubrir otros
procesos basados en apreciaciones arbitrarias de jueces inescrupulosos como
ahora lo evidencia la estrepitosa caída de las causas instruidas por el juez
Claudio Bonadío.
Un periodista
como Carlos Pagni –al que sería difícil
asociar con el kirchnerismo– acertó al señalar que el problema que ahora tienen
los dirigentes del PRO es que “deberán definir qué nivel de complicidad
mantienen con los responsables de un descalabro institucional en cuyo centro
está la vinculación mafiosa entre el Poder Judicial y los servicios de
Inteligencia”.
Un diagnóstico que
coincide con el informe de la Comisión Bicameral de Fiscalización de los
Organismo de Inteligencia que describe el funcionamiento, entre 2015 y 2019, de
un plan sistemático y paraestatal de espionaje político ilegal, a partir de la
creación de “una estructura estatal paralela y clandestina: una verdadera
organización mafiosa” en la que participaron sectores de la AFI, del ministerio de
Seguridad, de la
Justicia Federal y del Servicio Penitenciario con la
cobertura de algunos medios de comunicación. El famoso video de la reunión de
la “Gestapo antisindical” celebrada en el Banco Provincia entre autoridades de la AFI con el ministro de Trabajo
de la Provincia
de Buenos Aires y algunos empresarios de la construcción de La Plata ofrece una imagen vívida,
jamás lograda, de las cloacas estatales en pleno funcionamiento. Que luego
algunos camaristas federales intenten reducir esta profusa labor de espionaje a
la actuación individual y aislada de algunos agentes incontrolados de la AFI, no solo es una burla a la
inteligencia de los ciudadanos sino, más bien, una verdadera operación criminal
de encubrimiento.
La Logia de Boca
El daño causado a la
democracia argentina por la acción inescrupulosa del ex Presidente Mauricio
Macri y sus cómplices es inmenso. En forma similar a la famosa Logia P-2 de
Italia, en la Argentina
se organizó una logia con antiguos colaboradores de Macri en el club Boca
Juniors asociada a otra organización similar referenciada en Daniel Angelici,
otro hombre proveniente del fútbol. Pareciera más apropiado asociar estas
estructuras a las de una logia política secreta que a las de una mafia, porque
si bien existen similitudes, la palabra mafia es un concepto que viene atado a
la explotación privada de negocios ilegales como la prostitución, el juego o
las drogas. Aquí lo que existió fue una asociación ilícita secreta, de
naturaleza política, que ocupó un sector de la estructura estatal para usarla
en su propio beneficio. La existencia de ese vínculo político e ideológico es
lo que permite entender la colaboración proporcionada por algunos fiscales y
jueces federales que se prestaron a ejecutar maniobras diseñadas en los
despachos de la AFI. Lo
que también explica la invalorable colaboración de algunos medios y periodistas
que actuaban como terminales de blanqueo de las informaciones obtenidas por los
servicios de inteligencia.
Ninguna democracia
puede funcionar correctamente si permanecen en la estructura judicial jueces
corruptos que han cedido a las presiones o se han integrado en una logia
facciosa. ¿Qué confianza se puede depositar en decisiones judiciales que
provienen de jueces que visitaban asiduamente al Presidente en Olivos o se
reunían en la Casa Rosada
para recibir instrucciones? ¿Existe mayor degradación de la vida republicana
que prestarse a armar causas penales con argumentos falaces para encarcelar a
los enemigos políticos? La ceguera cognitiva provocada por la grieta que separa
a los argentinos impide todavía que un importante sector de ciudadanos
reconozca la magnitud del crimen político cometido por Macri y sus cómplices.
Pero al igual que aconteció con la falta de reconocimiento de las políticas de
desaparición de personas durante la dictadura militar, la verdad se irá
abriendo paso lentamente y los negacionistas actuales se irán rindiendo
paulatinamente ante lo categórico de las evidencias.
(*) El Cohete a la Luna, 27/2/022
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