El escrito de Enrique Aschieri
LA
BANDA DE
LOS CORAZONES SOLITARIOS (*)
En una edición
reciente del semanario británico The Economist, el directivo de una corporación
global dedicada al análisis de la opinión pública y afines dispara sus
reflexiones sobre el estado de ánimo del ciudadano de pie tras la pandemia. Los
datos que alimentan las cavilaciones los proporcionó una encuesta reciente
hecha por la empresa bajo su mando (Gallup), en la que se entrevistó a 150.000
personas en más de 140 países para conocer las emociones que experimentan por
la marcha del mundo en sí y por el encierro de los dos años de pandemia. Un
dato clave que no es moneda corriente, pese a su importancia, es el aumento
global de la infelicidad. Los habitantes de nuestro país se inscriben de lleno
en esta tendencia mundial.
Aunque el año pasado
las emociones negativas alcanzaron un récord, el resultado ratifica una
tendencia creciente que esa encuesta viene detectando desde hace una década. La
empresa de análisis de opinión pública comenzó a rastrear la infelicidad global
en 2006. La infelicidad es una categoría en las que tallan el estrés, la
tristeza, la ira, las preocupaciones y el dolor físico. Gallup establece cinco
causas principales que explican el aumento de la infelicidad global: 1)
Pobreza; 2) Desintegración de la vida comunitaria; 3) Hambre; 4) Soledad; 5)
Empleos disponibles poco gratos.
El mundo actualmente
está habitado por alrededor de 7.800 millones de personas, 5.000 millones de
las cuales están comprendidas en el rango etario de 15-64 años. Usualmente, es
la llamada población económicamente activa (PEA). Según la encuesta de Gallup,
800 millones de seres humanos de esa PEA mundial hallan “muy difícil”
sobrevivir con sus ingresos actuales. En cuanto a los lazos sociales del barrio
donde moran, 2.000 millones de personas no le recomendarían a nadie que se mude
a esas cuadras. Se sienten en un planeta diferente al de sus vecinos. El
desasosiego del hambre avanza porque de acuerdo a
Para saber cuánto es
lo que afecta la soledad, se acude a los datos de otra consultora especializada
en análisis de opinión pública, la que en 1990 constató que el 2% de las
mujeres y el 3% de los hombres respondían que no tenía amistades cercanas. En
2021, la respuesta a la misma pregunta saltó a 10% entre las mujeres y 15%
entre los hombres. En un planeta en el que los comportamientos tienden a
globalizarse, no quita relevancia que esa encuesta corresponda a un solo país.
En lo que respecta de estar a gusto en el trabajo, una quinta parte responde
que no, que está muy lejos de eso. Esa respuesta –al menos desde 2009– crece
año a año, lo que habla del grado de estrés e inquietud entre los trabajadores.
Para Gallup, en
estas tendencias hacia la inopia pesa bastante el auge de las redes sociales,
por eso de las comparaciones odiosas que estos ingenios facilitan por su
inmediatez, penetración y muy bajo costo. No obstante, es menester consignar
que una quinta parte de los que sufren en el mundo se encuentran en lugares
donde no se accede ampliamente a las plataformas sociales, para desazón
del homo celularis. De
resultas de todo este panorama, 1.000 millones de seres humanos adultos no
creen que las cosas mejoren y otro tanto entiende que peor no les puede ir.
Estamos como queremos.
BS
De esta infeliz
junta del hambre con las ganas de comer, cabe considerar que Gallup destaca tanto
la consciencia inédita entre los pobres de este mundo de lo que les falta, como
el áspero horizonte político que traza esa ausencia. Lo mejor y lo peor de lo
que es percibido por la consciencia lleva a este análisis de Gallup a
referenciarse en George Ward, un científico del comportamiento del Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT), para el cual un estado de ánimo aterido por
la tristeza tiene –en principio, pero no siempre– gran probabilidad de cambiar
la dirección del voto hacia las variantes populistas. Esta, entendida como
demagogia de derecha, una mueca de los ultras. Vale, entonces, darle un par de
vueltas de tuerca más a la dada por Gallup, por las implicancias para
Entre sus trabajos
académicos, uno de 2015 –cuando todavía el populismo y su amenaza seria de
derrapar hacia el fascismo no habían devenido en la fuerza política con
expectativas electorales de la actualidad– permite inferir el revés de esta
trama, lo que se palpa en el cierre de otro trabajo de 2019. En el de 2015, titulado:
“¿Es la felicidad un predictor de los resultados electorales?”, presentado en
Para su
aproximación, Ward informa que sigue las recomendaciones de
Con la combinación y
complementariedad de las métricas macroeconómicas del progreso nacional con una
medición más amplia del BS, en un análisis estándar de la votación económica
comparado entre naciones, Ward intenta demostrar que el nivel de satisfacción
con la vida de un país es un predictor sólido de los resultados electorales.
Dice Ward que “la magnitud de la relación –controlada por el estado de la
macroeconomía– es sustancialmente importante: un cambio de una desviación
estándar (…) en el bienestar (…) de un país a lo largo del tiempo está asociado
con una oscilación en la proporción de votos de los candidatos que van por la
reelección de alrededor de 8,5%”. Por el lado positivo, para Ward, “los datos
sugieren que los candidatos que van por la reelección disfrutan de una
recompensa electoral no sólo por mejorar materialmente la situación de los
votantes, como sugiere la evidencia existente de votación económica, sino
también por garantizar un nivel más amplio de bienestar subjetivo del
electorado”.
En el trabajo de
Ward, inserto en el World Happiness Report 2019 (Informe Mundial de
El garrón de extramuros
Dice Ward, en el
trabajo de 2015, que en la literatura sobre el voto por la reelección
(retrospectivo, en la jerga académica: la noción de que los ciudadanos votan de
acuerdo con lo bien que le ha ido al país durante el mandato del que va por la
reelección) es extensa, pero que “se concentra casi exclusivamente en el
desempeño de la economía nacional. Dado que los gobiernos actúan en una
variedad de dominios de políticas, parece haber pocas razones a priori para que los votantes
evalúen el desempeño del candidato que va por la reelección únicamente en
función de los resultados económicos”. En el centro de la acumulación mundial suena
lógico. Pero, ¿entre los gobiernos de la periferia? En sus análisis, hasta el
momento Ward no toma en cuenta la fractura del mundo y como –en ese mundo
agrietado– la zona sur (por lo general) trata de arreglar sus problemas
macroeconómicos estropeando la distribución del ingreso, o no mejorándola,
cuando se trata de una injusticia económicamente ineficiente.
Un cuerpo cardinal
de trabajo empírico vincula las posibilidades de reelección de los gobiernos
con el estado de la economía y ha demostrado que los votantes tienden a
recompensar con la reelección a los que titularizan los períodos de prosperidad
y los castigan durante las recesiones. Preguntarse por las consecuencias del
bienestar subjetivo corre cuando no hay hambre, dado que comer es el primer imperativo
del desarrollo. Posiblemente, entre nosotros, el BS sea de utilidad para
diseccionar con fines electorales las actitudes del 15% de la población ubicado
en la cúspide de la pirámide de ingresos. El abrumador resto, que práctica la
desangelada tarea de procurarse alimentos a los saltos por un bizcocho, de
momento no está para esas sutilezas.
Se podría especular
que algo de eso hubo en la elección de 2015. La situación económica era para
las mayorías mucho mejor de lo que vino a continuación. Pero es preferible
tener prendido el foco que Ward quiere apagar cuando critica que se cae en una
simplificación si se concibe que el electorado, para tomar sus decisiones de
voto, “se concentra casi exclusivamente en el desempeño de la economía
nacional”. Eso –de examinarse así– lleva a análisis sesgados y por la tanto
ineficaces, establece Ward. El punto –por defecto– está ahí: el único problema
de buena parte del electorado que votó oposición, si se centró en el “desempeño
de la economía nacional”, es que lo desconectó de la economía mundial. La
oposición machacó que el bienestar faltante se debía al latrocinio y la mala
gestión económica. El oficialismo no halló la fórmula para retrucar que si no
se avanzó más fue por las limitaciones que le imponía el funcionamiento de la
economía mundial. Los opositores agravaron todos los problemas generados por
esos obstáculos.
Esas limitaciones,
que no son insalvables, en los días que corren van camino a agravarse en las
finanzas y en el comercio mundiales. Maurice Obstfeld, quien fuera economista
jefe del FMI y hace unas tres décadas hiciera un manual de economía
internacional junto a Paul Krugman en el que no falta ninguna fórmula para
convencer al buen salvaje de las ventajas del libre comercio, publicó a fines
del año pasado un paper académico
(actualmente se desempeña en Berkeley) en el que observa que la economía
internacional de la posguerra acordada en Bretton Woods en 1944 no imaginó nada
como el amplio y fluido mercado global de capitales de hoy. Obstfeld dice sobre
esa realidad que “desafortunadamente, la libre movilidad transfronteriza del
capital financiero puede comprometer la capacidad de los gobiernos para
alcanzar los objetivos económicos y sociales nacionales de varias maneras”.
Sugiere al respecto que “podría surgir una reacción más fuerte si los gobiernos
nacionales no logran mejorar la cooperación multilateral para gestionar los
bienes comunes financieros”. Para Obstfeld, “la administración Biden está
abordando algunos de los daños causados por la evasión de impuestos y la
corrupción internacionales, y ciertamente adoptará un enfoque regulatorio
financiero más estricto que el que adoptó su predecesor”. Obstfeld no cree que
se llegue a un nuevo Bretton Woods, pero sí que es más probable que la movida
“produzca una versión más segura, más beneficiosa y más sostenible de la
globalización financiera que un camino alternativo de desregulación
empobrecedora. Al final, el atractivo electoral del paquete de política
económica general del Presidente (Joe) Biden bien puede ser el factor principal
que determine el futuro del mercado de capitales global”.
A todo esto, el
dólar index subió
un 9% en lo que va del año. O sea: se revaluó respecto de las principales
divisas mundiales. El dólar es una moneda más atractiva cuando las tasas están
subiendo. Y eso que los agresivos pasos de
La derecha argentina
se va a ver en hondas dificultades si pretende –como siempre– abrir la cuenta
capital y jugar al librecambio mientras se llena la boca de que va a controlar
la inflación. No tiene la más remota idea de cómo se hace. El monetarismo
ramplón del déficit fiscal es su gran mito. Así es como la probabilidad de la
reelección pinta baja y la del desorden a los palos muy alta en medio de un feo
estado de ánimo colectivo. (*)
El Cohete a
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