La columna internacional de Eduardo Febbro
Francia: juicio y condena a los
terroristas del V13
Página/12
30 de junio de 2022
Con una rara mezcla de
estoicismo y autoridad, el juez Jean-Louis Périès habrá
llevado sobre sus hombros una obligación fuera de lo común: durante diez meses
dirigió los debates del juicio a los responsables de los
atentados del 13 de noviembre de 2015 en París y Saint-Denis. Este
29 de junio, fue él quien pronunció la sentencia: cadena perpetua
irreductible (la pena máxima prevista por el código penal francés) para Salah
Abdeslam, el único superviviente de los comandos que asesinaron a 130 personas
y dejaron centenares de heridos a lo largo de un sangriento periplo nocturno
que culminó con la matanza en el teatro Le Bataclan. El lunes pasado,
Abdeslam fue el último acusado en expresarse. Este francés de 32 años integró
los comandos operativos del Estado Islámico y no hizo explotar el chaleco bomba
que llevaba encima como estaba previsto. Abdeslam dijo: ”la opinión pública
dijo que yo estaba en las terrazas con un Kalachnikov disparando contra la
gente. La opinión pública piensa que yo estaba en el Bataclan y maté a
personas. Ustedes saben que la verdad es todo lo contrario. Cometí errores, es
cierto, pero no soy un asesino. Si me condenan como asesino cometen una
injusticia”. El tribunal, sin embargo, estimó que, incluso si Salah Abdeslam no
estuvo presente en el teatro Bataclan y los otros lugares de París donde se
cometieron los asesinatos, todo debía ser tomado como una sola escena del
crimen.
El enigma Abdelslam
El enigma de Salah Abdeslam
nunca se resolvió a lo largo del proceso: qué lo llevó a renunciar a activar el
dispositivo que llevaba encima y con el cual debió hacerse estallar y, al mismo
tiempo, desencadenar una matanza la noche del 15. Nunca se sabrá cuál es la
verdad. Si la suya cuando dice que no lo hizo por “humanidad”, la de sus
antiguos aliados del Estado Islámico que lo acusan de cobarde, o la de los
investigadores y jueces, quienes alegan que hubo un desperfecto mecánico que
impidió la explosión. Ese 13 de noviembre de 2015, luego de haber conducido
en auto a tres kamikazes hasta el Estadio de Saint-Denis, el chaleco de Salah
Abdeslam no explotó. Durante el juicio y al final, sus abogados
argumentaron que, como era el único miembro de comando que estaba con vida, se
ha querido hacer con él un ejemplo y condenarlo a la pena la más alta posible
sin que haya prueba alguna sobre su participación directa en los hechos. Entre
septiembre de 2021 y finales de junio de 2022, Salah Abdeslam habría cambiado
de perfil y de postura. Se presentó al principio como un “combatiente del
Estado Islámico” para luego, bañado en lágrimas, terminar presentando sus
“condolencias” y sus “excusas a todas las víctimas”. Abdeslam aportó pese a
todo un ingrediente trascendente. Fue uno de los pocos que habló, pese a sus
contradicciones.
Silencios
Otros acusados se
amurallaron en un silencio de fortaleza. Mohamed Bakkali explicó en un
momento que no hablaba porque su palabra “carecía de valor. Mi
situación es absolutamente desfavorable. Haga lo que haga o diga lo que diga,
todo será considerado como una trampa de mi parte o una astucia”. En
total hubo 20 acusados, 14 presentes y seis ausentes. Las penas contra los
otros protagonistas cercanos o lejanos de la matanza van de la cadena perpetua
(no irreductible) a los dos años de cárcel. Entre los seis ausentes se
encuentran personajes centrales de la noche trágica: Oussama Atar,
un yihadista belga que reclutó al kamikaze que actuó en los alrededores del
Estadio de Francia, en Saint-Denis: Ahmad Alkhald, presuntamente
muerto y considerado por los investigadores como el experto en explosivos del
Estado Islámico en Europa, a donde ingresó en 2015 como falso refugiado. Los
hermanos Fabien y Jean-Michel Clain, muertos igualmente, pero
identificados como quienes reivindicaron los atentados del 13 de noviembre. Las
sentencias trazan una frontera histórica, tanto en el derecho como en la
posibilidad que hubo durante estos diez meses de conocer las múltiples verdades
de esta barbarie. El juicio, al que se apodó V13 (los
atentados ocurrieron un viernes 13), ha sido el más importante proceso
antiterrorista que se lleva a cabo en Francia. Cuando se inició nadie pensó que
se llegaría al final en las condiciones actuales. La opinión generalizada era
más bien la de un juicio irrealizable por su complejidad, su peso real y
simbólico y la cantidad de actores que involucraba: demasiado extenso (10
meses), muchos acusados, 2.000 querellantes, 400 abogados, cinco magistrados,
tres fiscales, cientos de testigos y víctimas, horas extensas de emociones, de
dolor y de recuerdos negros. Pese a ello, la serenidad con la que el
juez Périès llevó a cabo el juicio permitió que se realizara sin enfrentamientos,
rencores o psicodramas.
Terapia pública
El proceso fue esencial
también para los sobrevivientes y los familiares de y allegados a los muertos.
Se pudo comprender mejor el funcionamiento de las células del Estado Islámico,
la metodología con la que fueron diseñados y ejecutados los atentados, y,
también, auque de forma enredada o parcial, penetrar ese mundo confuso y
turbado de los terroristas y sus diversos cómplices. El largo juicio le
devolvió, como una terapia publica, la palabra a quienes, dentro del teatro
Bataclan o en los cafés de París, escaparon por poco a la muerte. En
Francia no hubo nada similar al vergonzoso espectáculo que Estados Unidos montó
en Guantánamo luego de los atentados de septiembre de 2001. Ni
torturas, ni justicia especial, ni violaciones sistemáticas a todas las escalas
del de derecho. Con las armas de una democracia digna, la justicia buscó
explorar la historia reciente, no privar a las víctimas de la verdad y a los
culpables de la sentencia. Ha sido una extensa y lenta inmersión en
los mecanismos modernos de la barbarie humana y en las formas con las cuales
una democracia moderna puede penetrarla y condenarla sin abusos.
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