La columna política de Vicente Massot

 


Los amigos al poder

El escándalo que ha suscitado la presencia del avión iraní-venezolano en suelo criollo es, en primera instancia, una demostración palpable de la improvisación y de la incompetencia con que se manejan los principales funcionarios del Estado argentino. Si bien aún no sabemos a ciencia cierta a qué atenernos respecto del asunto —que ha ganado a esta altura dimensión internacional— lo que sí estamos en condiciones de acreditar es la torpeza que han puesto de manifiesto desde Agustín Rossi hasta Cristina Caamaño y Aníbal Fernández, pasando por Gabriela Cerutti y —cuándo no— el presidente de la República que se ha apurado a sostener, sin pruebas que lo respalden, que en el caso del avión detenido nada hay de anormal. Por supuesto, acto seguido, le endilgó las culpas a la oposición y al periodismo.

Si existiera un mínimo de lógica, otra sería la forma de proceder a la hora de nombrar a quienes luego tendrán que hacerse cargo de las principales carteras y organismos dependientes del Poder Ejecutivo Nacional. Nadie en su sano juicio elegiría para manejar las finanzas del JP Morgan a un ignorante en materias financieras, o escogería a un jardinero para obrar como enólogo jefe de Vega Sicilia. No se necesita más que apelar al sentido común para darse cuenta de ello. En las empresas privadas —no importa de qué rubro se trate ni cuál sea su envergadura— no se improvisa a tontas y a locas. Básicamente, en razón de que semejante error las llevaría a la quiebra. Así de sencillo.

Pero la política argentina se rige por otros presupuestos. La capacidad no es una virtud que se tenga demasiado en cuenta cuando se trata de formar un gabinete. Vale más la lealtad, la camaradería y la amistad, que la excelencia. Con lo cual cualquiera puede asumir en calidad de ministro o de secretario de Estado tan sólo por los servicios prestados al partido gobernante o al presidente en ejercicio. El vicio —que se ha hecho costumbre y echado raíces poderosas entre nosotros— viene de lejos, y sería una injusticia cargarle al kirchnerismo el origen del pecado, como si fuese un invento suyo. Sin ir más lejos, la administración macrista nombró en la Secretaría de Inteligencia a un perfecto ignorante en esos menesteres, y dejó que un dirigente del fútbol se convirtiera en uno de los principales encargados de manejar las relaciones con la Justicia.

¿Qué razones de consideración había para pensar que figuras como Agustín Rossi, Cristina Caamaño y Aníbal Fernández iban a hacer las cosas mejor que sus antecesores? Tan improvisados como aquéllos, quizá podrían haber salvado la ropa en situaciones normales. Pero bastó un incidente fuera de lo ordinario, que requiriese un mínimo de experiencia en el manejo de crisis, para que quedasen en evidencia. Más allá de las diferencias de los personajes involucrados y de algunos detalles específicos de uno y otro caso, no resulta forzado comparar lo que acaba de suceder con aquel verdadero grotesco que, en su momento, protagonizó el entonces ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Héctor Timerman, al momento de abordar en Ezeiza un avión norteamericano con el auxilio de un alicate.

En nuestro país todo es así. Véase la decisión inicial que tomó Alberto Fernández respecto del reemplazante de Sergio Uribarri en la embajada argentina en Israel. No tuvo mejor idea que ofrecerle el cargo a quien se había desempeñado como una aficionada en la AFI —desestimando un aviso temprano del Mosad acerca de los vuelos iraníes-venezolanos— y en distintas oportunidades había hecho pública su opinión reconociendo al Estado palestino. A la única que no se podía postular, fue la elegida en primera instancia por la Casa Rosada. De haber prosperado habría significado un embrollo más para una diplomacia —la del presidente y su canciller— que no dejan error por cometer.

No es mala suerte o casualidad que al kirchnerismo le pasen semejantes cosas en materia de política exterior. Desde la valija de Antonini Wilson a la fecha no ha hecho más que improvisar, con los resultados que se hallan a la vista de cualquiera que desee analizarlos sin anteojeras ideológicas. Así como a Héctor Timerman le faltaban pergaminos para ponerse al frente del Palacio San Martín, a Felipe Solá y a Santiago Cafiero les sucede otro tanto. Si a la falta de méritos profesionales se le suman las desinteligencias internas y los ministerios loteados, el final está cantado. En el desmanejo de la crisis aeronáutica —de alguna manera hay que llamarla— es indudable que hubo dos líneas encontradas dentro del oficialismo, ambas ineficientes pero con criterios diferentes en punto a cómo proceder. Algo similar a lo que ocurre en el Ministerio de Economía, donde la vital Secretaria de Energía fue copada por el camporismo, que obra con base en unos lineamientos ajenos a los de Martin Guzmán

La pirámide kirchnerista es, en esto, homogénea. Desde su vértice a su base no hay escalón gubernamental en donde no se haga notar lo mismo que es dable apreciar en sus jefes. Las peleas son diarias y así como los dos Fernández viven en fricción permanente, lo mismo pasa en buena parte de los equipos que pueblan ministerios, secretarias y organismos descentralizados. Es como si el ejemplo dado por Alberto y Cristina se hubiera transformado en obligatorio y copiado —con más o menos énfasis— en todos los estamentos públicos.

¿Podría haberse dado tamaña corrida contra los bonos —que se convirtió, en el transcurso de ese jueves fatal, en cambiaria— si hubiera un mando único, claro, aceptado en forma inequívoca por la totalidad de los responsables del área económica y de las empresas estatales, cuál era el de Domingo Cavallo, por ejemplo? —Ciertamente, no. Pero —al no existir unidad de mando— a un señor llamado Agustín Gerez, presidente de ENARSA, sin pedir permiso ni estudiar lo que iba a hacer, se le ocurrió ordenar al Fondo Carlos Pellegrini vender bonos CER para pagar barcos de energía. El batifondo que armó es harto conocido. No hubo una conspiración ni cosa parecida. Sencillamente hubo ineptitud y falta de una autoridad que controle las medidas estratégicas que se toman.

Menos traumático aunque tan disparatado como todo lo antes comentado fueron las declaraciones iniciales de Daniel Scioli. Muy suelto de cuerpo, nos hizo saber que en estas playas “no hay cepo cambiario ni super-cepo”. Alguien que no lo conociese e ignorase las costumbres criollas, hubiera pensado que se trataba de una broma. No. Hablaba en serio y es el ministro de la Producción. País generoso el nuestro.

Prensa republicana

Director: Nicolás Márquez

23/6/022

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