La pluma de Mario Vargas Llosa
Una realidad disminuida de la cabe
siempre dudar
8 de agosto de 2022
Antes de
Ahora bien, en tanto que desde el punto de vista oficial Viena florecía de manera genuina,
desde el punto de vista popular, la influencia del nazismo
vecino, sobre todo en el odio manifiesto a los judíos, causaba verdaderos
estragos y permitía a los oportunistas acaparar posiciones que tenían cada día
más afinidad con el orden político.
No cabe duda de que se trata de un fenómeno interesante. A la vez
que en la calle cada vez se hacía
más presente el prejuicio nazi contra los judíos, en la ciudad misma, un grupo
de científicos del más alto nivel discutía sobre una dimensión nueva de la vida
que hasta entonces no parecía tener la repercusión que tendría en los próximos
años; un orden nuevo, representado por el inconsciente, que escapaba a todo el
universo vital representado por todo lo conocido hasta entonces: un orden hecho
de sueños reprimidos y fantasías de sueños inconfesables y verdades
antojadizas; es decir, la realidad de ese inconsciente siempre inesperado, que
creaba una distancia radical entre la cultura oficial y un grupo casi
clandestino de médicos que reivindicaban, como una realidad central de la vida
individual y como hechos indiscutibles de la experiencia humana, teorías y
realidades de difícil comprobación.
Aunque los hechos culturales tengan siempre un origen relativo, no
es arbitrario decir que el fenómeno
psicoanalítico nació en Viena, de donde era oriundo el primer presidente de la
asociación que lo propugnaba, y donde, aunque no fueran de esa tierra la
mayoría de miembros de aquella asociación, es evidente que aquella realidad o
irrealidad representada por el inconsciente surgió al mismo tiempo que una
sociedad concreta estaba a punto de ceder políticamente a una doctrina fanática
y elemental hecha de prejuicios y falsificaciones de largo origen, la misma
sociedad en que las artes y ciencias habían prosperado extraordinariamente
gracias a una política oficial abierta y que ofrecía una oportunidad a las
voces e inventos nuevos.
Aunque hasta ahora haya científicos que ponen en duda su
existencia, sigue siendo su naturaleza algo
devastador que implica una realidad que no existe. En todo caso, aquella
frustración ha dejado de existir y, de hecho, su vigencia relativa forma parte
ya de nuestras vivencias. Se diría que quienes menos lo notaban en el pasado se
resignan a aceptar su evidencia aunque, en el fondo, duden de ella.
Lo cierto es que, aunque
nacido pese a la incomprensión de muchos científicos, el “inconsciente” está
allí, junto a nosotros, y buena parte de
los ensayos más audaces de nuestro tiempo lo autorizan y suponen. La realidad
ha ido justificándolo y dándole una verdad, aunque todavía muchos científicos
se nieguen a darle su sentido, siempre que lo tenga, sea mucho, poco o nada.
¿Tuvo que ver su impreciso nacimiento con esa condición de realidad a medias
que es la suya? Seguramente, pero eso es un tema difícil y tanto, que muchos se
niegan todavía a tocarlo.
En todo caso, el hecho es que, nacido en un
momento difícil y controvertido, todavía existe sólo a medias, como una referencia, sin que su existencia convenza a muchos,
como la noche o el día, y esté solo aceptada a medias cuando no haya más
remedio y en casos siempre extremos como una verdad que se impone de manera
excepcional y siempre escurridiza. Su aceptación será siempre llamativa, como
si en ello jugara un papel importante el hecho de que naciera en circunstancias
discutibles, en un grupo que no acaba nunca de ser aceptado por todo el mundo,
ya que aquel grupo se dividió e incluso desapareció aunque dejara muchas
huellas de su célebre existencia.
¿Quién cree hoy en día que el inconsciente sea la secreta materia
de que están hechos los seres humanos,
que esa sea su realidad primera? Pocas personas, aunque buena parte de la
ciencia se subordine a ella y encuentre en ella su última justificación. ¿Tiene
que ver en ello su destino más íntimo? El hecho de que naciera en Viena en un
momento en que estaba llamado a desaparecer, barrido por un acontecimiento en
el que toda verdad científica era abolida por una realidad fanática y
excluyente condenada a morir al cabo de pocos años. Otra verdad menos visible
se impondría seguramente en su reemplazo. Si el “inconsciente” hubiera nacido
en Inglaterra o en Francia, no habría tantas dudas como por el hecho de que
naciera en Viena. Su existencia está condicionada por el lugar de su mismo
nacimiento.
La verdad es que, pese a todo, nadie se atreve a negarlo
abiertamente. El escepticismo que lo hostiga no
suele dar la cara, pues hay demasiados casos en que se justifica. En todo caso
está ahí, detrás de muchos aspectos de la vida que lo delatan o suponen, aunque
en otros aspectos plantee su existencia una duda integral, ya que no es tan
evidente como lo son las estrellas o las piedras, es decir, una cualidad en la
que otras realidades se imponen. Su verdad es oblicua y se avecina a la verdad
de manera indirecta como si dependiera de pronto, asida a otras realidades de
la cual fuera parte integrante. El “inconsciente” es así, una realidad de la
cabe siempre dudar, como si su remoto origen formara parte de ella y su
condición fuera siempre precaria.
Y, sin embargo, la verdad es que sin ella, la libertad de los seres humanos sería menos posible. Lo
extraordinario que hay en ella es que no
está en ninguna otra parte. ¿Somos eso que significa siempre indeterminación?
Sin duda, es posible, y lo es también que sea su nacimiento, en circunstancias
tan difíciles, lo que disimula su condición abierta y libre, en tanto que
alrededor de ella se daban todos los excesos de la barbarie, una cualidad que
Europa, negándose a sí misma, admiraba que tuviera padrinos de tan alto nivel.
La realidad del “inconsciente” es esa verdad que no es segura, y que, sin
embargo, estará allí siempre para recurrir a ella en última instancia, cuando
ya no quepa otra existencia que la suya.
Comentarios
Publicar un comentario