La postura de Loris Zanatta
Sociedad abierta o sociedad tribal:
la historia cambia, el dilema no
18 de octubre de 2022
Si fueran consecuentes, los peronistas gritarían
:”¡Rusos, go home!” frente a la embajada de Moscú; los kirchneristas desfilarían
con pañuelos blancos bajo sus balcones. ¿No son guardianes de la “soberanía
nacional”, campeones de los “derechos humanos”? ¿Hay soberanía más negada que
la ucraniana, derechos humanos más violados que los ucranianos? Detalles
espantosos emergen de los territorios liberados de la ocupación rusa: matanzas,
torturas, violaciones. En tiempos en que se invoca el “diálogo”, sería un buen
mensaje: sobre los “fundamentos”, sobre la dignidad humana y la democracia,
todos estamos de acuerdo. Pero no, eso no pasará, el embajador ruso puede
dormir tranquilo. Siempre tan locuaces, indigenistas y curas villeros,
sindicalistas y colectivos estudiantiles, militantes ecologistas y grupos
feministas callan: cada uno, a su jardín; ¡ay de mirar en el del vecino!
Siempre listos para marchas y tomas, misas de desagravio y feriados por
decreto, ante estos temas no hay nadie que se indigne, exija, proteste. ¿Por
qué?
Porque no creen en ello ni han creído nunca, dirán algunos. Comprensible. Invocar valores universales en defensa de intereses
particulares es el deporte más antiguo del
mundo: mi soberanía nacional es sagrada, la de los demás depende; los derechos
humanos son inviolables, si no los viola un amigo; la paz primero, según el
caso; viva la democracia, si me conviene. ¿Cuántos “héroes” humanitarios hemos
visto abrazar a odiosos tiranos? ¿Cuántos “pacifistas” aclamar a íconos
violentos? ¡Cuántos sofismas para defender lo indefendible, justificar lo
injustificable, tratar como verdugo a la víctima! Déjà-vu. Abanderado de los “oprimidos”,
Fidel Castro celebró la invasión soviética de Checoslovaquia. ¿Qué importa? La
fe es más fuerte que la vergüenza, digiere mejor que los avestruces, se levanta
siempre pura de sus miserias.
La verdad, sin embargo, nos guste o no, es que muchos creen en
ello, creen en serio defender la
soberanía y los derechos humanos ensañándose contra Ucrania, que resiste, y justificando a Rusia, que agrede. Lo que es
peor, mucho peor, porque si el cínico puede en algún momento tomar nota de la
realidad, el creyente siempre la doblegará a la fe, a costa de prostituir las
palabras, de llamar libertad al fascismo, democracia al comunismo, derecho al
abuso y progreso a la peor nostalgia reaccionaria. Así fue entre las dos
guerras, así es hoy. Al fin y al cabo, ¿qué es un siglo de diferencia ?
Arreciaban entonces como arrecian hoy frenesíes identitarios y tormentas patrióticas,
catastrofismos anticapitalistas y cruzadas
antiliberales, reacciones antiglobalistas y anuncios apocalípticos. El
“populismo de derecha” era nacionalista; el “populismo de izquierda”,
comunista. El arquetipo del primero era el fascismo; el del segundo, el
estalinismo. Como los populismos de hoy, los populismos antiguos se odiaban,
pero sabemos que ninguna pasión es más cercana al amor que el odio: palabra de
Molotov, palabra de Ribbentrop. Lázaro Cárdenas se inspiró en ambos para
consolidar la “dictadura perfecta” mexicana: corporativismo político y
estatismo económico. Desde Bolivia hasta Cuba, desde Chile hasta Brasil,
¡cuántos corazones latían por el Eje, cuántos por el Ejército Rojo! Veinte años
después palpitaron por Castro, luego por Chávez, incluso por Ahmadinejad. ¿Por
qué no por Putin? ¿Derecha? ¿Izquierda? Nadie lo explicó mejor que el padre
Benítez, mentor de Eva Perón: el peronismo es “un comunismo de derecha”; lo que
es como decir un “fascismo de izquierda”.
Como hoy, entonces los unía el enemigo común, el “enemigo eterno”:
“plutocracia demoliberal”, la llamaban,
“oligarquía neoliberal”, la llaman. El lenguaje refleja las genealogías
históricas de quien lo usa. En suma, el “enemigo” fue y es el Occidente laico y
racionalista, la civilización burguesa e individualista, son sus admiradores en
el mundo, sus predicadores que atacan la “pureza” de los “pueblos” y sus
“culturas”. Hija de Juan Calvino y de John Locke, tronaba un célebre jesuita
porteño, esa civilización es culpable de haber destruido el orden cristiano
medieval, jerárquico y corporativo; un pueblo, una fe, un líder: ¡ese sí que
era bueno! De ahí el anticuerpo populista: la cruz habitual del habitual Estado
ético, la espada habitual del habitual colectivismo. Así, a la “derecha” se
unen, como antaño, nación y religión, y a la “izquierda” se unen nación y
“pueblo”. “Pueblo” que, huérfano de la “clase”, se volvió “etnia”; la etnia,
“cultura”; la cultura, “religión”. ¿Serán tan diferentes entre sí? ¿Serán tan
diferentes a los de entonces? ¡Se entiende que a todos los cautive tanto Putin!
¿Lo admira más Evo Morales o Nayib Bukele? ¿Jair Bolsonaro o Lula da Silva? De
Orban a Podemos, de Vox a Grillo, de Meloni al Papa, no hay quien no lo haya
cultivado y cortejado, halagado y alentado; algunos por pusilánimes, otros por
cómplices.
Ante una crisis similar a la de
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