La columna de economía de Alfredo Zaiat
Cuál es la razón de una inflación tan
elevada durante tantos años
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30
de abril de 2023 - 02:19
Existen dos ideas dominantes en el debate
político acerca de la explicación de una inflación elevada y persistente de la
economía argentina:
- El déficit fiscal y la expansión monetaria, visión que la ortodoxia considera como única y
excluyente de cualquier otra variable. Ofrece como solución un fuerte
ajuste del gasto público para alcanzar el superávit de las cuentas
públicas y, por lo tanto, define además una restricción firme de la
emisión de dinero. El concepto básico es que la inflación es un fenómeno
exclusivamente monetario.
- La concentración económica,
uno de los factores preferidos de ciertos sectores de la heterodoxia tuvo
respaldo político en la última exposición de Cristina Fernández de
Kirchner. Las compañías dominantes abusan de los consumidores subiendo los
precios en forma permanente. La solución se encontraría en un Estado que
estableciera multas y sanciones para limitarlos. A la vez que generara
condiciones de competencia o que directamente impulsara empresas estatales
de alimentos. El supuesto central es que la posición dominante de
monopolios o duopolios en mercados de insumos y de bienes de consumo
masivo es la causa principal de la inflación.
La propuesta extrema de la versión ortodoxa
considera además que como la moneda nacional se devalúa en forma permanente
tiene que ser sustituida directamente por el dólar, lo
que derivaría en un ajuste fiscal todavía más fuerte. Entrega a cambio la
promesa de una solución rápida como fue la convertibilidad para terminar con la
hiperinflación. No sólo se sabe cuál fue el desenlace dramático de esta
experiencia de bonanza ficticia y alivio inflacionario temporario, sino que la
dolarización sería peor porque encerraría la política económica en una jaula
para tirar la llave afuera. Sería un camino tortuoso de no retorno y un mazazo
fulminante al poder adquisitivo de la mayoría de la población.
Se probó
con casi todos los ingredientes y con sus opuestos para bajar la inflación
A lo largo de casi 50 años hubo de todo en
términos políticos y económicos y, salvo breves
períodos de cierta estabilidad de precios, la inflación ha sido el
factor dominante de la realidad económica:
Hubo gobiernos de dictaduras y de
democracia.
Hubo presidentes radicales, peronistas
y de derecha con Macri.
Se aplicó reducción y expansión del
gasto público en relación al Producto.
Se registró una mayor o menor
intensidad en la emisión monetaria respecto a la evolución de la actividad.
Se definieron congelamientos o aumentos
impresionantes de tarifas de los servicios públicos.
Hubo salarios reales altos y bajos en
pesos.
Endeudamiento externo descontrolado y
desendeudamiento pronunciado.
Estuvo y no estuvo el FMI auditando la
política económica doméstica.
Se anotaron el máximo y el mínimo
salario mínimo en dólares de Latinoamérica.
La economía tuvo tipo de cambio fijo y
otras veces administrado.
Hubo mercado de cambio libre y también
controlado.
En pocos momentos hubo tasas de interés
reales positivas y en gran parte hubo negativas.
Se registró un mayor y un menor grado
de concentración económica.
O sea, hubo de todo y para todos los gustos.
Se instrumentaron planes de estabilización con escaso éxito, y
aquellos que lo lograron fue por poco tiempo.
El desafío
de pensar un poco por fuera de los propios límites
Si en este extenso lapso hubo estas diferentes
y variadas características que abarcan a casi todo el abanico de
posibilidades, por qué la economía argentina transita por un muy largo
ciclo de subas de precios en un contexto mundial de inflación
reducida, con la excepción del que se está transitando a partir del año pasado
por el shock alcista en los precios internacionales de energía y alimentos con
la guerra OTAN (Ucrania)-Rusia, y la salida pospandemia con incremento en los
costos de logística y fletes.
Ante este cuadro intrigante, el amplio mundo
de economistas y políticos debería incorporar la particularidad de la
economía argentina para abordar un fenómeno al que no le encuentran la
forma de domar, como queda expuesto en las cifras anuales de tasa de inflación
de las últimas décadas.
La excepcionalidad del caso argentino es
que se trata de una economía bimonetaria de un país de ingresos medios, ubicado
en el octavo lugar en el ranking mundial de extensión territorial, con un
complejo entramado industrial, una posición destacada en el mercado mundial de
materias primas agropecuarias, un elogiado dispositivo científico-tecnológico,
con reconocidos recursos humanos, abundante riqueza en recursos naturales y una
estructura social dinámica y conflictiva.
En lugar de encerrarse en esquemas analíticos
que ya se han demostrado insuficientes para explicar y accionar sobre la
realidad de la inflación, el desafío es evaluar sin preconceptos qué
tipo de diseño debería tener un plan de estabilización específico–si esto fuera
posible- para la particular economía argentina.
Cuál es el
factor poco mencionado en el debate sobre la inflación argentina
En esta instancia aparece un aspecto medular
poco mencionado y que, en el transcurso de estas décadas, se ha revelado como
central aunque poco abordado en el análisis del fenómeno inflacionario: la
puja distributiva como base inflacionaria, además desplegada en una
economía bimonetaria.
Tiene como expresión visible la disputa de
agentes económicos alrededor del precio de cuatro variables
distributivas: el tipo de cambio, las tarifas, la tasa de interés y el
salario.
La puja distributiva está presente en
cualquier economía, no es una peculiaridad de la argentina, pero sí lo es la
intensidad de cómo se manifiesta.
Cuando irrumpe la discusión al interior de la
coalición de gobierno acerca de la existencia de crecimiento económico pero sin
una mejora sustancial en la distribución del ingreso adicional se refiere,
precisamente, a la forma de resolución de la actual etapa de la puja
distributiva.
Los datos duros reflejan que es cierto que en
la evaluación punta a punta anual el salario privado de trabajadores formales
en promedio empata, con una elevada heterogeneidad sectorial. Pero cuando la
tasa de inflación tiene una tendencia ascendente, los salarios
acordados en paritarias van corriendo detrás de los precios y sólo
algunos logran alcanzarlos. En esta carrera, los salarios del trabajador
informal quedan rezagados sin pausa en todo el período.
La
intensidad del conflicto distributivo
¿Cuál puede ser la explicación acerca de este
comportamiento de precios y salarios cuando hubo una economía creciendo con
disminución importante del desempleo?
Una respuesta –no excluyente- que elude las
consignas dominantes de unos y otros se encuentra en la resistencia del capital
a ceder la porción ganada del ingreso global durante el gobierno de Mauricio
Macri, cuando el salario fue podado en promedio el 20 por ciento.
La inflación en estos años,
con dinamismo en la negociación paritaria al disminuir plazos y reapertura de
los acuerdos, es la expresión de este tipo de puja distributiva.
Así fue también en otros períodos, aunque
ahora existen además factores inerciales y presiones al alza sobre los precios
básicos mencionados, además de impactos externos como una guerra o una crisis
financiera internacional, que influyen en el recorrido de la tasa de inflación.
A esta altura aparece el interrogante de cómo
dilucidar con este supuesto lo que sucedió durante los años de la
convertibilidad, donde se registró una inflación muy baja. Esto fue
así, precisamente, porque en ese período no hubo negociaciones
paritarias ni aumentos de las jubilaciones. Además del tipo de cambio fijo, el
salario fue el otro ancla antiinflacionario. Fueron dos anclas
fortísimas.
El grado de la puja distributiva entonces fue
disminuido hasta niveles mínimos con la complicidad de la mayoría de las
organizaciones sindicales y, como otro factor determinante, intervino el
disciplinamiento social y del mercado laboral provocado por el trauma de la
doble hiperinflación (Alfonsín y Menem) y de elevadas tasas de desempleo con
precariedad en los trabajos.
Cuándo
empezó el último ciclo de tasas de inflación de dos dígitos anuales
Otra evidencia para medir cómo influye el
grado de la puja distributiva se encuentra en el momento en que la tasa de
inflación inicia el sendero ascendente al final del gobierno de Néstor
Kirchner. En tres cuartas partes de su mandato la inflación fue de un
dígito anual, para pasar a dos en el 2007, el último de la gestión.
¿Cuál fue el elemento que permite identificar
el instante de la aceleración de precios? El salario privado formal se
había recuperado a mediados de 2007 del brutal ajuste de la recesión
iniciada en agosto de 1998 y estallido de la convertibilidad a fines de 2001
con una megadevaluación.
El veloz crecimiento de la economía en los
años posteriores y con más fuerza a partir del 2005 permitió una rápida
recomposición de los márgenes de ganancias y también del salario.
Cuando éste último alcanzó en el 2007 el nivel
previo de la recesión (agosto 1998) comenzó el ciclo de tasas de inflación de
dos dígitos porque hasta ese umbral el capital admitió la recomposición del
salario como parte de la distribución del ingreso adicional del crecimiento
económico. Desde ese punto empezaba a cuestionarse el nivel de la tasa de
ganancias.
La tasa de inflación se fue avivando en los
años siguientes a medida que las negociaciones paritarias adquirieron mayor
envergadura con impulso de los gobiernos de Cristina Fernández de
Kirchner. Esto último es una de las razones -no la única- de la tirria del
mundo empresarial hacia ella.
Por qué el
resto de los países de la región tiene poca inflación
Para evitar confusiones, existen otros
factores de carácter inflacionarios (inercia, shocks negativos internos y
externos, emisión y déficit fiscal sin financiamiento local y externo), pero la
base se encuentra en la puja distributiva y en las variables distributivas relevantes
que influyen en aquella, como el tipo de cambio y las tarifas. Esto significa
que el conflicto distributivo es determinante de cualquier dinámica
inflacionaria, aspecto que muchos economistas minimizan o directamente
ignoran.
En este marco conceptual resulta importante
evaluar, cuando se compara la economía argentina con otras, el marco histórico
y político institucional en el cual se desarrollan sindicatos, gobierno y
empresarios. Esto es fundamental cuando se menciona el "éxito" de
economías con baja inflación como Brasil, Chile, Colombia, Perú, México,
entre otros.
La principal diferencia entre la economía
argentina y otras de la región es la notable diferencia de la historia de
luchas políticas e intensidad y persistencia del conflicto distributivo, que
aquí deriva en crisis recurrentes a través de una de las principales variables
distributivas: la cotización del dólar.
Las devaluaciones bruscas han sido a lo largo
de los últimos 50 años el mecanismo de resolución final que encontró el capital
para inclinar la balanza del conflicto distributivo. Y cada una de estas crisis
derivadas de esta puja ha acentuado el carácter bimonetario de la economía.
Abordar el problema de la inflación en
una economía bimonetaria debe entonces invertir la secuencia lineal de
que la escasez de dólares y el consiguiente estrangulamiento de reservas
concluyen en un escenario de expectativas devaluacionistas o directamente de
una fuerte devaluación y posterior shock inflacionario. Así la resolución de
diferentes ciclos de pujas distributivas con devaluaciones han acentuado la
economía bimonetaria.
La economía bimonetaria inflacionaria se
reconoce en la singularidad de los persistentes conflictos distributivos y
de la incapacidad de definir un esquema consensuado en la distribución
del ingreso, como han logrado concretar países que padecían elevada
inflación (en general, domesticando la demanda de mejora del ingreso de los
trabajadores) y la redujeron con planes de estabilización que, en las actuales
relaciones políticas, se presenta aquí como una quimera.
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