La columna política de James Neilson
Una crisis que no deja de profundizarse
Perfil
26/5/023
Nunca
ha sido un secreto que lo que más quiere Cristina de Kirchner es poder sin
responsabilidad. Quiere poder no sólo porque le permite dominar a quienes la
rodean, sino también porque es lo que hasta ahora la ha mantenido fuera del
alcance de la ley. Desde su punto de vista, la única desventaja del poder es
que en sociedades democráticas suele acarrear responsabilidades. Su forma de
solucionar este problema engorroso ha sido muy sencilla: se niega a asumirlas.
Si algo bueno ocurre, es gracias a su sabiduría: en cuanto a las desgracias, se
deben a la vileza ajena.
La vicepresidenta sabe mejor que nadie que la gestión del
gobierno que armó, y del que es la jefa indiscutida, ha sido atroz, pero
insiste en que los culpables del fracaso espectacular de su propia estrategia
son otros, entre ellos Alberto
Fernández, Mauricio Macri y, huelga decirlo, los odiados técnicos del Fondo Monetario
Internacional que no entienden nada de economía. Siempre ha actuado así,
alejándose sigilosamente del escenario del desastre de turno con la esperanza
de conservar la imagen rutilante que, con la colaboración entusiasta de sus
dependientes, ha logrado crear.
Es
lo que Cristina está haciendo ahora. Comprende que sería un auténtico milagro que lograra
imponerse en las elecciones venideras un candidato presidencial kirchnerista,
que en buena lógica tendría que ser ella misma porque ganaría una interna en su
“espacio” con tanta facilidad que no valdría la pena celebrar una. Aunque la experiencia de Macri debería de haberle mostrado que es posible
sobrevivir más o menos intacto a un traspié electoral, no se propone
sacrificarse ensayando una épica quijotesca. Con todo, aunque ha llegado
a la conclusión de que otra derrota humillante en el cuarto oscuro le sería aún
más costosa que la negativa a figurar en cualquier lista electiva -una decisión
que, para desesperación de sus fanáticos, confirmó una vez más la semana
pasada-, lo más probable es que se haya equivocado. Si bien es de suponer que
algunos militantes siempre le permanecerán leales, otros claramente se sienten
traicionados por una jefa que los ha abandonado en medio de una batalla
cruenta. No la perdonarán.
Así las cosas, el destino personal de la señora que encabeza el
movimiento que, a pesar del breve interregno macrista, desde hace veinte años
ha reinado sobre el país, dependerá de la reacción de los muchos que se sumaron
al kirchnerismo por entender que les resultaría provechoso hacerlo. Sin el
aporte de tales oportunistas que, desde luego, abundan en el mundillo político
tanto aquí como en el resto del planeta, Cristina y sus colaboradores nunca hubieran logrado
domesticar a los demás peronistas que, después de sopesar las ventajas e
inconvenientes de subordinarse a una mujer notoriamente mandona, decidieron que
les iría mejor si colaboraran por un rato con un proyecto que muchos creían
extravagante. De difundirse entre tales personas la sensación de que pueden
desobedecer las órdenes “de arriba” con impunidad, el poder informal que aún
retiene Cristina no tardará en evaporarse por completo.
Ahora bien, el relato barroco que improvisaron los seguidores de Néstor Kirchner primero y después, con mayor énfasis, los acólitos de
Cristina, es esencialmente escapista. Ofrece una alternativa al país real, una
en que el progreso no se mide por avances concretos sino por construcciones
meramente verbales y la asistencia popular a los actos callejeros que se
organizan. Durante mucho tiempo, dicho relato funcionó para que una parte
sustancial de la población se resistiera a prestar atención a la divergencia
creciente que se daba entre
No es que la mayoría se haya reconciliado con la realidad; por
el contrario, muchos están buscando refugio en otra fantasía voluntarista, la
predicada por Javier Milei que, con éxito notable, se ha apropiado
del rencor que siempre ha sido un ingrediente clave tanto del menjunje ideológico
kirchnerista como de otros que a través de los años han sido confeccionados por
distintas variantes del peronismo. A su modo, Milei es un producto más de
la mentalidad facilista que ha llevado el país a la peligrosísima situación en
que se encuentra. Su popularidad creciente no se debe a sus ideas y propuestas
sino a la iracundia furiosa que ha patentado.
Muchos están convencidos de que la renuncia -heroica, ejemplar,
engañosa o miserable, lo mismo da- de Cristina significa el fin de una era y
por lo tanto el inicio de otra, si bien nadie tiene la menor idea de cómo será.
¿Estamos por experimentar un cambio de paradigma o sólo será cuestión del
reemplazo de personajes determinados por otros que resulten ser igualmente
reacios a emprender aquellas temibles “reformas estructurales” que, a juicio de
virtualmente todos los especialistas en desarrollo socioeconómico que viven en
sociedades considerados avanzadas, tendrán que llevarse a cabo para que
Es un interrogante que muchos están planteándose. Si una vez más
triunfe el gatopardismo, según el que todo tiene que cambiar para que no cambie
nada, carecería de importancia el desastre electoral kirchnerista previsto por
Cristina cuando alude al riesgo de que el oficialismo se vea superado por los
ultras de Milei para que su eventual candidato ni siquiera llegue a participar
del ballotage que a esta altura parece inevitable. En cambio, si de resultas de
las elecciones el país consigue dotarse de un gobierno genuino que, para
sorpresa de los escépticos, se las arregle para consolidarse, sería por lo
menos posible que logre liberarse de la vocación suicida que desde hace tanto
tiempo le ha impedido progresar.
Por sus propios motivos, muchos están preparándose para frustrar
cualquier esfuerzo por derribar las barreras culturales que mantienen a
De más está decir que los kirchneristas, los ultraconservadores
de la izquierda trotskista y los impúdicamente comprometidos con el feudalismo
provincial están aguardando con impaciencia la llegada de un gobierno de otro
signo; confían en que les brindará un sinfín de pretextos para alzarse en
rebelión contra él en nombre de la justicia social, la lucha contra el
capitalismo salvaje, la derecha o lo que fuera. Los piqueteros ya están
entrenándose para las grandes batallas que ven acercándose, ocupando
esporádicamente zonas de
Antes de saltar Milei al cuadrilátero político, Horacio
Rodríguez Larreta y otros optimistas soñaban con la victoria de una coalición
electoral que sería tan amplia que el gobierno resultante, blindado por el
apoyo de setenta por ciento o más de los votantes, estaría en condiciones de
hacer frente a los resueltos a defender el viejo modelo populista.
Desgraciadamente para los persuadidos de que la gestión calamitosa de Alberto,
Cristina y Sergio Massa provocaría una reacción saludable, en la actualidad se
habla de un “triple empate” en que el triunfador habrá alcanzado el ballotage
con a lo sumo la mitad de los votos que, el año pasado, se consideraba
necesarios para que un gobierno reformista disfrutara de autoridad suficiente
como para llevar a cabo el programa que tenían en mente los líderes de Juntos
por el Cambio.
Y, como si esto ya no fuera más que suficiente como para
ensombrecer las perspectivas ante el país, todo hace temer que, merced a la
combinación nefasta de una sequía brutal y la conducta irracional de un
gobierno agrietado presa de pánico, en los meses próximos la crisis económica
se haga mucho peor de lo que parecía probable hace menos de un año y que por lo
tanto se requeriría un ajuste que sea mucho más severo que el previsto por
quienes aún esperan ser convocados para hacerse cargo, dentro de relativamente
poco, de la maltrecha economía nacional.
Desde hace décadas, algunos han jugado con la idea de que para
salir de la nube populista que lo ofuscaba, el país tendría que sufrir una
catástrofe socioeconómica aún más destructiva que las ya experimentadas, razón
por la cual sería mejor dejar que gobiernos como el de Isabelita o,
últimamente, el de la dupla Alberto-Cristina, hicieran lo suyo hasta que todo
se viniera abajo. Si no hubiera más de dos vías de escape concebibles, sería razonable
suponer que, luego de convencerse de que una no era transitable, casi todos
elegirían la otra, pero sucede que quienes se han visto beneficiados por el
orden populista están resueltos a ir a cualquier extremo para perpetuarlo sin
que les preocupe en absoluto lo que se les suceda a los demás.
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