Para los lectores de El Informador Público
Wado de Pedro y la obediencia debida
IP-30/6/023
Infobae publicó el 18 de mayo una
entrevista de Diego Iglesias al ministro del Interior, Wado de Pedro, antes de
que Cristina bendijera en silencio su precandidatura presidencial. Parte de la
misma es la siguiente:
D.I.: “Si Cristina te lo pide,
¿serías candidato a vicepresidente de Sergio Massa?
W. de P.: Sí
D.I.: Si Cristina te lo pide, ¿serías
candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires?
W. de P.: Sí.
D.I.: Si Cristina te lo pide, ¿serías
candidato a senador por la provincia de Buenos Aires?
W. de P.: Sí.
D.I.: Si Cristina te lo pide,
¿encabezarías la lista de diputados nacionales?
W. de P.: Sí.
D.I.: ¿Qué no harías si te lo pidiera
Cristina?
W. de P.: Pero en lo que tiene que
ver con estrategia política es la dirigente de
Luego de leer esta entrevista me
acordé de lo que dijo hace un tiempo el actor Dady Brieva respecto al silencio
de Cristina sobre su candidatura a presidente. “Cristina, ¿qué mierda?, ¿por
qué no hablás? Decí algo, si ladramos o no ladramos, somos perros de Cristina,
pero no nos dice ni cáchele ni hágase el muerto”, se quejó con inocultable
amargura.
Tanto Wado de Pedro como Brieva han
puesto dramáticamente en evidencia la obediencia debida imperante en el
cristinismo. Para sus fieles seguidores Cristina siempre tiene razón. Cada
decisión que toma debe ser acatada sin chistar porque sus razones habrá tenido.
Semejante sumisión no hace más que aplastar lo más sagrado del ser humano: su
libertad, su capacidad para actuar de manera autónoma sin obedecer a ningún
jefe mesiánico. La obediencia debida no hace más que pulverizar la iniciativa,
esa bella cualidad que hace que el hombre sea una persona.
Recordemos lo que decía José
Ingenieros sobre la iniciativa en “Las fuerzas morales”. “Cuando se pierde la
libre iniciativa, desaparece el carácter, el hombre tórnase parásito de la
sociedad, obra por impulso ajeno, se marchita en la penumbra. Deja de ser él
mismo. No existe. Y no existiendo no sirve para su pueblo, no contribuye al
porvenir. Merece llamarse hombre libre el que tiene capacidad de iniciativa
frente a la coerción ajena (…) La dependencia pasiva es incompatible con la
dignidad. Los mansos y los ignorantes, por falta de confianza en sus propias
fuerzas, entregan su destino a la complicidad de los demás (…) Con tales
hombres nada progresa ni se renueva, sino con los que estudian, quieren y hacen
(…) Grandes naciones son aquellas cuyos ciudadanos tienen el hábito de la
iniciativa libre; ellos crean para los demás vida y cultura y riqueza, en vez
de envilecerse en el parasitismo social”.
En efecto, en materia política tanto
De Pedro como Brieva dejaron de ser ellos mismos. Incluso el ex Midachi
reconoció que los seguidores de Cristina no eran personas sino canes. Al aludir
al reportaje mencionado precedentemente Ernesto Tenembaum (¿Ya fue?, Infobae,
25/6/023) aconseja la lectura del capítulo 7 (El mecanismo de la identificación)
del clásico libro de Sigmund Freud “Psicología de las Masas y Análisis del Yo”,
para tratar de comprender la compleja relación que se establece entre el líder
y sus seguidores, en especial la conducta adoptada por éstos quienes no
trepidan en perder su personalidad con tal de congraciarse con el Mesías. Se
trata del mecanismo de la identificación.
Escribió el creador del
psicoanálisis:
“La identificación es conocida al
psicoanálisis como la manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra
persona, y desempeña un importante papel en la prehistoria del complejo de
Edipo. El niño manifiesta un especial interés por su padre; quisiera ser como
él y reemplazarlo en todo. Podemos, pues, decir, que hace, de su padre, su
ideal. Esta conducta no representa, en absoluto, una actitud pasiva o femenina
con respecto al padre (o al hombre en general), sino que es estrictamente
masculina y se concilia muy bien con el complejo de Edipo, a cuya preparación
contribuye. Simultáneamente a esta identificación con el padre o algo más
tarde, comienza el niño a tomar a su madre como objeto de sus instintos
libidinosos. Muestra, pues, dos órdenes de enlaces, psicológicamente
diferentes. Uno, francamente sexual a la madre, y una identificación con el
padre, al que considera como modelo que imitar. Estos dos enlaces coexisten
durante algún tiempo sin influirse ni estorbarse entre sí (...).
La identificación es, además, desde
un principio, ambivalente, y puede concretar, tanto en una exteriorización
cariñosa como en el deseo de supresión. Se comporta como una ramificación de la
primera fase, la fase oral, de la organización de la libido, durante la cual el
sujeto se incorporaba al objeto ansiado y estimado, comiéndoselo, y al hacerlo
así, lo destruía. Sabido es que el caníbal ha permanecido en esta fase: ama a
sus enemigos, esto es, gusta de ellos o los estima, para comérselos, y no se
come sino aquellos a quienes ama desde este punto de vista. Más tarde, perdemos
de vista los destinos de esta identificación con el padre. Puede suceder que el
complejo de Edipo experimente una inversión, o sea, que adoptando el sujeto una
actitud femenina, se convierta el padre en el objeto del cual esperan su
satisfacción los instintos sexuales directos, y en este caso, la identificación
con el padre constituye la fase preliminar de su conversión en objeto sexual (...).
Lo que ya resulta mucho más difícil
es construir una representación metapsicológica concreta de esta diferencia.
Todo lo que comprobamos es que la identificación aspira a conformar el propio
Yo análogamente al otro tomado como modelo. En un síntoma neurótico, la
identificación se enlaza a un conjunto más complejo. Supongamos el caso de que
la hija contrae el mismo síntoma patológico que atormenta a la madre, por
ejemplo una tos pertinaz. Pues bien, esta identificación puede resultar de dos
procesos distintos. Puede ser, primeramente, la misma del complejo de Edipo,
significando, por lo tanto, el deseo hostil de sustituir a la madre, y
entonces, el síntoma expresa la inclinación erótica hacia el padre y realiza la
sustitución deseada, pero bajo la influencia directa de la consciencia de la
culpabilidad: «¿No querías ser tu madre? Ya lo has conseguido. Por lo menos, ya
experimentas sus mismos sufrimientos». Tal es el mecanismo completo de la formación
de síntomas histéricos (...).
Sabemos ya que la identificación
representa la forma más temprana y primitiva del enlace afectivo. En las
condiciones que presiden la formación de síntomas, y, por lo tanto, la
represión, y bajo el régimen de los mecanismos de lo inconsciente, sucede, con
frecuencia, que la elección de objeto deviene de nuevo identificación,
absorbiendo el Yo las cualidades del objeto. Lo singular es, que en estas
identificaciones, copia el Yo unas veces a la persona no amada, y otras en cambio,
a la amada. Tiene que parecernos también extraño, que en ambos casos, la
identificación no es sino parcial y altamente limitada, contentándose con tomar
un solo rasgo de la persona-objeto. En un tercer caso, particularmente
frecuente y significativo, de formación de síntomas, la identificación se
efectúa independientemente de toda actitud libidinosa con respecto a la persona
copiada (...).
Las enseñanzas extraídas de estas
tres fuentes pueden resumirse en la forma que sigue: 1º, la identificación es
la forma primitiva del enlace afectivo de un objeto; 2º, siguiendo una
dirección regresiva, se convierte en sustitución de un enlace libidinoso a un
objeto, como por introyección del objeto en el Yo; y 3º, puede surgir siempre
que el sujeto descubre en sí, un rasgo común con otra persona que no es objeto
de sus instintos sexuales. Cuanto más importante sea tal comunidad, más
perfecta y completa podrá llegar a ser la identificación parcial y constituir
así el principio de un nuevo enlace. Sospechamos ya que el enlace recíproco de
los individuos de una masa es de la naturaleza de una tal identificación,
basada en una amplia comunidad afectiva, y podemos suponer que esta comunidad
reposa en la modalidad del enlace con el caudillo”.
No es fácil la lectura de Freud. Sin
embargo, me tomo el atrevimiento de intentar sacar provecho de sus enseñanzas
para comprender la sumisión de Wado de Pedro y Brieva. Al sentirse
identificados con Cristina, el ministro del Interior y el ex Midachi creen casi
religiosamente en la infalibilidad de quien fuera dos veces presidenta de la
nación. Si la jefa lo ordena, por algo será. Si Cristina dice “negro”, será
negro aunque nosotros no nos percatemos de ello. Ello es así porque la jefa se
maneja en un nivel superior al nuestro. Si Cristina le ordena a Wado
candidatearse a la presidencia de la república, la obedece sin chistar. Si a
posteriori le ordena bajarse de la candidatura, la obedece sin chistar. Wado de
Pedro actúa de esa manera porque así debe hacerlo, porque es su obligación
moral. Aunque la orden de Cristina colisione contra sus convicciones más
profundas, debe subordinarlas a la voluntad de la jefa que, conviene
recordarlo, siempre tiene razón. Por algo el ministro del Interior es un
soldado del Pingüino, tal como lo fueron los montoneros respecto a Juan Domingo
Perón (hasta que decidieron dejar de serlo).
La identificación de Wado de Pedro
con Cristina explica lo que acaba de suceder dentro de Unión por
En su artículo, Tenembaum se pregunta
si Cristina sentirá algo frente a la sumisión que les exige a sus subordinados.
Me parece que no siente absolutamente nada. Para la vicepresidenta lo único que
importa es el poder y si para conservarlo se ve obligada a sacrificar muchos
soldados del Pingüino, no dudará un segundo en hacerlo. Para todo líder
mesiánico los seguidores son meros números, meros objetos destinados a ser
sacrificados en aras de su interés. La historia universal se ha encargado de
demostrarlo hasta el cansancio. ¿O acaso Galtieri, por ejemplo, no estuvo
dispuesto a sacrificar a decenas de miles de conscriptos sin preparación
militar para intentar eternizarse en el poder? Cristina, en definitiva, es un
emblema de la realpolitik, de la razón de estado, del maquiavelismo en su
máxima pureza.
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