El recuerdo histórico de Adrián Pignatelli
La trama secreta del
renunciamiento de Eva Perón, la
conspiración militar y la idea de
darle armas
al pueblo
Juan Domingo
Perón no había
estado de acuerdo con el acto que se llamó el cabildo abierto, realizado el 22
de agosto de 1951, en la que se le ofrecería la candidatura de vicepresidente a
su esposa. Sabía que estaba muy enferma y además sus camaradas militares no
permitirían el avance de esa iniciativa. Pero como la maquinaria partidaria ya
estaba en marcha, no tuvo más remedio que dejar hacer. Por eso, esa noche, a
pesar de la presión de la multitud para que la mujer se pronunciase
afirmativamente, fue él quien dio por terminado el acto en la avenida 9
de Julio, sin que se produjese ninguna definición sobre si Eva lo
acompañaría en la fórmula presidencial.
Desde 1945 se le cuestionaba a Perón su relación con Eva, en tiempos en que no estaban casados y ya convivían. Fueron años de sordos cuestionamientos que también alcanzaba a la familia de la mujer. En charlas en confianza con el ya presidente, en el que intercedieron viejos compañeros de armas se intentó, vanamente, de que entrase en razones. Se pretendió convencerlo de quitar a su esposa del lugar que ocupaba. Pero no hubo caso.
El ambiente
estaba caldeado en los cuarteles. Los militares se habían opuesto al artículo de
El humor castrense se agravó cuando se barajó la posibilidad de que Eva Perón fuera candidata a vicepresidente. Resultaba inadmisible que, ante la muerte del presidente, una mujer lo sucediera y además se convertiría en comandante de las fuerzas armadas.
En febrero de
1951, en un acto del partido peronista femenino, se lanzó la
candidatura de Evita. Fue el puntapié inicial de una serie de
iniciativas que culminaron con el Cabildo Abierto del 22 de agosto.
La candidatura
que no fue
Al día siguiente
del acto en la 9 de Julio, José Espejo, secretario general de
La maquinaria militar no se quedó quieta. El 27 de agosto Eduardo Lonardi, uno de los generales opositores a Perón, pidió su relevo. Preparaba junto al general Benjamín Menéndez el terreno para lanzar al ejército a la calle. Cuatro días después una noticia lo descolocaría.
El viernes 31 de
agosto, a las ocho de la noche, Evita leyó un mensaje por la cadena de
radiodifusión anunciando que no sería candidata: “Quiero comunicar
al pueblo mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que
los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron brindarme en el histórico
cabildo abierto del 22 de agosto. En primer lugar declaro que esta decisión
surge de lo más íntimo de mi conciencia, y por eso es totalmente libre y surge
de mi voluntad definitiva”.
Dijo que aquel
día “advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el Movimiento
Peronista por ningún otro puesto”.
Confesó que guardaba una sola ambición: “Que de mí se diga cuando se escriba este capítulo maravilloso que la historia seguramente dedicará a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al presidente las esperanzas del pueblo, que Perón convertía en hermosas realidades y que a esta mujer el pueblo la llamaba cariñosamente Evita. Nada más que eso.”
“Estoy segura que
el pueblo argentino y el Movimiento Peronista que me lleva en su
corazón, que me quiere y que me comprende, acepta mi decisión porque es
irrevocable y nace de mi corazón. Por eso ella es inquebrantable, indeclinable
y por eso me siento inmensamente feliz y a todos les dejo mi corazón.”
Lonardi decidió
no actuar. Sin embargo, Menéndez, junto otros militares retirados,
lanzaron un golpe militar el 28 de septiembre. Pero el gobierno estaba sobre
aviso, Menéndez se entregó arrestado y muchos de los complotados lograron
escapar.
Ese mismo día Evita estaba recibiendo una sesión de rayos y no se enteró de nada. Le extrañó que su marido no la fuera a visitar al mediodía. Para que no se alarme, dejaron fuera de su alcance las radios. Cuando Perón fue al atardecer, ella le preguntó qué era ese griterío que venía de la calle, no tuvo más remedio que contarle lo que había ocurrido. Quiso hablar por radio esa misma noche.
“El general Perón
acaba de enterarme de los acontecimientos producidos en el día de hoy, por eso
no he podido estar esta tarde con mis descamisados en Plaza de Mayo de nuestras
glorias (…) Les pido con todas las fuerzas de mi alma que sigan siendo felices
con Perón, como hoy, hasta la muerte, porque Perón se lo merece, se lo ha
ganado, y porque tenemos que pagarle con nuestro cariño las infamias de
sus enemigos que son los enemigos de la patria y del pueblo mismo”.
Armas y libro
Al día siguiente
convocó en su lecho de enferma a José Espejo, Florencio Soto e Isaías
Santín, todos dirigentes de
Tras la muerte de
Evita, Perón le preguntó al ministro de Economía Ramón Cereijo si
era cierto que la fundación Eva Perón había comprado las armas. Cereijo
respondió que si, que Eva había dado la orden y que eran para proteger
hospitales y proveedurías. Perón dijo que no hacían falta, y ese armamento terminaría
en Gendarmería.
Eva quería dejar
su testimonio. Por 1947 contrató a Manuel Penella de Silva, un
español que había viajado al país para conocerla. De ese encuentro surgió la
idea de un libro, que enseguida empezó a tomar forma. Hasta que Perón pidió los
originales y los cajoneó.
El proyecto se
retomó en ese año 1951 y Evita, sintiéndose enferma, le insistió a su marido
que quería tener el libro terminado. Pero Perón, en lugar de dárselo a Penella,
le encargó a sus ministros Raúl Mendé -quien le escribía sus artículos- y
Armando Méndez San Martín.
“La razón de
mi vida” apareció
en septiembre de 1951 y por una ley votada en el Congreso, se transformó en
lectura obligatoria en los colegios en todos los niveles, e incluso en la
universidad. Los de tapa dura se vendían a 16 pesos, y 9 los de tapa
blanda. Se llegaron a imprimir 1.300.000 ejemplares.
Perón decidió
dedicarle, a su esposa el 17 de octubre, una efeméride partidaria que era
feriado nacional y que celebraba como si fuera una fecha patria. Allí Espejo
dijo que “su renunciamiento tiene la grandeza de las actitudes de los
mártires y los santos, y por ello le otorgamos la distinción del
reconocimiento, de primera categoría, con exaltación de laureles”. Se le dio,
además, la gran medalla peronista en grado extraordinario.
Ella quiso
permanecer de pie, apoyándose en los brazos de su marido y de Espejo.
En el acto del 1
de mayo se refirió a los opositores: “Yo le pido a Dios que no permita a esos
insensatos levantar la mano contra Perón, porque, ¡guay de ese día! Ese día, mi
general, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del
pueblo, yo saldré con los descamisados de la patria, para no dejar
parado ningún ladrillo que no sea peronista”.
El 7 de mayo, día
de su cumpleaños, el congreso -que llamó al período legislativo de 1952 “Eva
Perón”- votó la ley que la ungió como Jefa Espiritual de
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