La columna política de Vicente Massot

 


Nada nuevo bajo estos cielos

Pocas veces, si acaso alguna, una institución financiera debe haber redactado un informe tan lapidario sobre la situación de un determinado sujeto de crédito como el que acaba de hacer público el Fondo Monetario Internacional respecto de nuestro país. No sólo sostuvo que el plan del gobierno había descarrilado y que difícilmente podría cumplir las nuevas pautas a las cuales se ha comprometido Sergio Massa, sino que además confirmó un dato que aquí vinimos consignando pero que distintos economistas continuaban poniendo en duda: el nivel negativo de reservas netas —un término que nació en este mismo newsletter quince años atrás— que acusa el Banco Central. Las reservas netas propias y líquidas se ubican hoy en U$14.000MM. Lo notable del caso es que, después de ser tan terminante, Kristalina Giorgieva le extendió al gobierno kirchnerista los U$7.500 MM que éste venía reclamando no sin marcadas muestras de desesperación.

Nada que mueva a sorpresa. Desde hace por lo menos un año era un secreto a voces que el FMI obraría como garante de última instancia de los desbarajustes producidos por el populismo nativo. No importa que tantas veces incumpliese éste sus compromisos y hasta qué punto se desviase del rumbo fijado, de todas maneras el directorio del organismo —siguiendo las instrucciones de la administración demócrata norteamericana— le prestaría a la Argentina el auxilio que requiriese. Trump le tiró a Macri hace cuatro años el salvavidas que hoy, en un escenario semejante, Biden le extendió a Massa.

Para el ministro–candidato y para la Casa Rosada, como así también para la vicepresidente, Cristina Fernández, fue la única novedad que festejar en el curso de los últimos meses. De no haber contado con la generosidad de Washington en la materia, las probabilidades de llegar a los comicios de octubre en medio de una hecatombe económica, habrían crecido de forma exponencial. Está claro que, por lo mismo que los republicanos no pudieron —a pesar de su espaldarazo— obrar el triunfo de Cambiemos en el 2019, tampoco podrá Biden convertir a Massa en el presidente de los argentinos. En términos electorales la suerte del peronismo está echada hace rato.

A medida que los efectos de la devaluación sin plan puesta en marcha luego de la derrota sufrida en las PASO se hacen más y más evidentes, el sueño de Massa de generar un milagro en las urnas se ha desvanecido por completo. Cualquier beneficio que hubiera podido producir la modificación del tipo de cambio ordenada por el titular de la cartera de Hacienda, fue licuado por el notorio e inmediato aumento de los precios. La caída del consumo se hace sentir por razones obvias y en agosto, septiembre y octubre el índice de inflación será de dos dígitos. Bastan los datos precedentes para darse cuenta de que la posibilidad de que el justicialismo, por vez primera desde 1945, no compita en una final presidencial, no representa una especulación. Está a punto de convertirse en una certeza sin que el bono de $60.000, extendido a todos los sueldos inferiores a los $ 400.000 —el beneficio, que incluye a trabajadores tanto estatales como del sector privado, ya despierta rebeliones entre gobernadores e intendentes del propio oficialismo— ni el congelamiento de cuotas de la medicina prepaga —entre otras medidas manifiestamente desesperadas— reviertan su precaria situación electoral. Son simples manotazos de ahogado.

Quien frecuente a los intendentes del primer y segundo cordón de la provincia de Buenos Aires, se habrá percatado hace rato de qué tan pocas esperanzas de ganar existen en las unidades básicas de esos municipios. En cuanto a los estados del interior del país, por algo quince gobernadores que supuestamente deberían responder como un solo hombre al oficialismo nacional, desdoblaron sus comicios. En cuanto a Cristina Fernández, su súbito mutismo y desaparición sin aviso de los lugares que solía frecuentar, hablan por sí solos.

Discutir a esta altura si el calificativo que corresponde aplicarle a los ataques enderezados en contra de distintos supermercados en las provincias de Neuquén, Mendoza, Santa Fe y en el conurbano bonaerense, es el de saqueo o el de robo, se parece mucho a la discusión de aquellos teólogos bizantinos que, a punto de caer Constantinopla en manos de los turcos, discutían acerca del sexo de las figuras angélicas como si nada de mayor importancia sucediera, en ese preciso momento, delante de sus narices. Hay un caldo de cultivo, fruto de la desastrosa situación social, que convierte a extensas zonas de la periferia de las grandes ciudades, en verdaderos polvorines. Una chispa puede —en un abrir y cerrar de ojos— quemar toda una pradera sin que Sergio Berni, Aníbal Fernández ni Axel Kicillof se hallen capacitados para reaccionar exitosamente en tiempo y forma. Las condiciones están dadas para que hechos de ese tipo se repitan, más porque la plata no alcanza y la miseria arrecia que por efecto de un plan desestabilizador de grupos piqueteros, narcotraficantes, políticos o de otra naturaleza.

Los aparatos electorales que pueblan la inmensa geografía peronista se han dado por vencidos. Por supuesto, sus responsables no lo dicen en público y, a los efectos de salvar las formas y no parecer traidores, vocean su apoyo a Massa en cuanta oportunidad tienen. Pero, a la hora de la acción, mueven apenas un dedo y siempre a las cansadas. Los problemas que suma el candidato oficialista se acumulan, pues, sin que ninguno tenga solución rápida: carece de espacio y tiempo para bajar la inflación; no está en condiciones de darle un corte definitivo a la creciente ola de inseguridad; no puede convencer a Cristina Fernández de que lo apoye abiertamente en la campaña; le falta poder para ordenar a los gobernadores; polemizar con Milei está visto que no le ofrece ningún resultado positivo; buena parte de los empresarios que hasta las PASO lo habían apoyado, ahora viran en dirección del líder libertario, y por último, su figura no genera entusiasmo ni mística ninguna.

El desafío excluyente con el que se toparon hace dos domingos Patricia Bullrich y Sergio Massa sigue en pie y todavía ninguno de ellos ha sido capaz de hacer una movida en la dirección correcta. No saben bien cómo recuperar los votos que se les escurrieron o les dieron la espalda en las PASO. Mientras la representante de Juntos por el Cambio apela al timbreo domiciliario y convoca de urgencia a Carlos Melconian con el propósito de dar señales de claridad económica, el ministro de Economía reparte $500.000 MM entre algunos de los sectores más postergados de la población. Por ese camino no llegarán muy lejos. En rigor, el envite que están obligados a realizar requiere una dosis conjunta de imaginación, suerte, carisma y poder de seducción que, de momento, brilla por su ausencia.

Prensa Republicana

Director: Nicolás Márquez

19 horas atrás

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