La columna política de Vicente Massot
Nada nuevo bajo estos cielos
Pocas veces, si acaso alguna, una institución financiera debe
haber redactado un informe tan lapidario sobre la situación de un determinado
sujeto de crédito como el que acaba de hacer público el Fondo Monetario
Internacional respecto de nuestro país. No sólo sostuvo que el plan del
gobierno había descarrilado y que difícilmente podría cumplir las nuevas pautas
a las cuales se ha comprometido Sergio Massa, sino que además confirmó un dato
que aquí vinimos consignando pero que distintos economistas continuaban
poniendo en duda: el nivel negativo de reservas netas —un término que nació en
este mismo newsletter quince años atrás— que acusa el Banco Central. Las
reservas netas propias y líquidas se ubican hoy en U$14.000MM. Lo notable del
caso es que, después de ser tan terminante, Kristalina Giorgieva le extendió al
gobierno kirchnerista los U$7.500 MM que éste venía reclamando no sin marcadas
muestras de desesperación.
Nada que mueva a sorpresa. Desde hace por lo menos un año era un
secreto a voces que el FMI obraría como garante de última instancia de los
desbarajustes producidos por el populismo nativo. No importa que tantas veces
incumpliese éste sus compromisos y hasta qué punto se desviase del rumbo
fijado, de todas maneras el directorio del organismo —siguiendo las
instrucciones de la administración demócrata norteamericana— le prestaría a
Para el ministro–candidato y para
A medida que los efectos de la devaluación sin plan puesta en
marcha luego de la derrota sufrida en las PASO se hacen más y más evidentes, el
sueño de Massa de generar un milagro en las urnas se ha desvanecido por
completo. Cualquier beneficio que hubiera podido producir la modificación del
tipo de cambio ordenada por el titular de la cartera de Hacienda, fue licuado
por el notorio e inmediato aumento de los precios. La caída del consumo se hace
sentir por razones obvias y en agosto, septiembre y octubre el índice de
inflación será de dos dígitos. Bastan los datos precedentes para darse cuenta
de que la posibilidad de que el justicialismo, por vez primera desde 1945, no
compita en una final presidencial, no representa una especulación. Está a punto
de convertirse en una certeza sin que el bono de $60.000, extendido a todos los
sueldos inferiores a los $ 400.000 —el beneficio, que incluye a trabajadores
tanto estatales como del sector privado, ya despierta rebeliones entre
gobernadores e intendentes del propio oficialismo— ni el congelamiento de
cuotas de la medicina prepaga —entre otras medidas manifiestamente
desesperadas— reviertan su precaria situación electoral. Son simples manotazos
de ahogado.
Quien frecuente a los intendentes del primer y segundo cordón de
la provincia de Buenos Aires, se habrá percatado hace rato de qué tan pocas
esperanzas de ganar existen en las unidades básicas de esos municipios. En
cuanto a los estados del interior del país, por algo quince gobernadores que
supuestamente deberían responder como un solo hombre al oficialismo nacional,
desdoblaron sus comicios. En cuanto a Cristina Fernández, su súbito mutismo y
desaparición sin aviso de los lugares que solía frecuentar, hablan por sí
solos.
Discutir a esta altura si el calificativo que corresponde
aplicarle a los ataques enderezados en contra de distintos supermercados en las
provincias de Neuquén, Mendoza, Santa Fe y en el conurbano bonaerense, es el de
saqueo o el de robo, se parece mucho a la discusión de aquellos teólogos
bizantinos que, a punto de caer Constantinopla en manos de los turcos,
discutían acerca del sexo de las figuras angélicas como si nada de mayor
importancia sucediera, en ese preciso momento, delante de sus narices. Hay un
caldo de cultivo, fruto de la desastrosa situación social, que convierte a
extensas zonas de la periferia de las grandes ciudades, en verdaderos
polvorines. Una chispa puede —en un abrir y cerrar de ojos— quemar toda una
pradera sin que Sergio Berni, Aníbal Fernández ni Axel Kicillof se hallen
capacitados para reaccionar exitosamente en tiempo y forma. Las condiciones
están dadas para que hechos de ese tipo se repitan, más porque la plata no
alcanza y la miseria arrecia que por efecto de un plan desestabilizador de
grupos piqueteros, narcotraficantes, políticos o de otra naturaleza.
Los aparatos electorales que pueblan la inmensa geografía peronista
se han dado por vencidos. Por supuesto, sus responsables no lo dicen en público
y, a los efectos de salvar las formas y no parecer traidores, vocean su apoyo a
Massa en cuanta oportunidad tienen. Pero, a la hora de la acción, mueven apenas
un dedo y siempre a las cansadas. Los problemas que suma el candidato
oficialista se acumulan, pues, sin que ninguno tenga solución rápida: carece de
espacio y tiempo para bajar la inflación; no está en condiciones de darle un
corte definitivo a la creciente ola de inseguridad; no puede convencer a
Cristina Fernández de que lo apoye abiertamente en la campaña; le falta poder
para ordenar a los gobernadores; polemizar con Milei está visto que no le
ofrece ningún resultado positivo; buena parte de los empresarios que hasta las
PASO lo habían apoyado, ahora viran en dirección del líder libertario, y por
último, su figura no genera entusiasmo ni mística ninguna.
El desafío excluyente con el que se toparon hace dos domingos
Patricia Bullrich y Sergio Massa sigue en pie y todavía ninguno de ellos ha
sido capaz de hacer una movida en la dirección correcta. No saben bien cómo
recuperar los votos que se les escurrieron o les dieron la espalda en las PASO.
Mientras la representante de Juntos por el Cambio apela al timbreo domiciliario
y convoca de urgencia a Carlos Melconian con el propósito de dar señales de
claridad económica, el ministro de Economía reparte $500.000 MM entre algunos
de los sectores más postergados de la población. Por ese camino no llegarán muy
lejos. En rigor, el envite que están obligados a realizar requiere una dosis
conjunta de imaginación, suerte, carisma y poder de seducción que, de momento,
brilla por su ausencia.
Prensa Republicana
Director: Nicolás Márquez
19 horas atrás
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