El recuerdo histórico de Alberto Amato
Murió a los 100 años Henry
Kissinger, alma y cerebro clave
de
la política exterior de Estados
Unidos
durante la Guerra Fría
Durante más de
medio siglo fue el artífice de la política exterior de Estados Unidos a la que le imprimió su sello.
Alternó el rol de negociador fino y moderado con el de matón de barrio, como lo
calificaron sus críticos; si buscó, o intentó hallar, la paz en Medio Oriente y
en Vietnam, si es verdad que en los años 70 abrió las relaciones americanas con
China y de alguna forma puso a ese gigante en el mapa del mundo para
contrarrestar la creciente influencia soviética; si en el ya avanzado otoño de
su vida hizo exactamente lo contrario, y si también es verdad que se reveló
como un estratega que impuso su sello a más de medio siglo de convulsiones
políticas, sociales y militares, también es cierto que, en cambio y con un
inexplicable desprecio, alentó, avaló, justificó y hasta aplaudió las más
violentas y sangrientas dictaduras en América Latina, un continente que puso y
dejó en manos de
Su muerte, seis
meses después de haber complido 100 años, fue anunciada la noche de este
miércoles por su firma consultora en un escueto comunicado sin mayores
detalles: “El Dr. Henry Kissinger, un respetado académico y
estadista estadounidense, murió hoy en su residencia en Connecticut”.
Fue hijo dilecto
de la familia Rockefeller, que fue la que costeó su carrera universitaria en
Harvard, y a la que supo rendir tributo: fue bajo el influjo de Kissinger que
Nelson Rockefeller llegó a ser vicepresidente de los Estados Unidos entre 1974
y 1977. Como secretario de Estado, hasta su llegada a ese cargo, fue asesor de
Seguridad Nacional del gobierno de Richard Nixon, concibió un mundo
equilibrado, pero con Estados Unidos como potencia regente de ese equilibrio; a
su modo, ayudó a hacer un poco menos peligrosos y duros los ya de por
sí duros años de
Fue el
poder detrás del poder, un estadista frío y calculador, de profundos
odios personales como el que expresó siempre hacia el socialista
chileno Salvador Allende, al que contribuyó a derrocar y que mantuvo aun
después de la muerte de Allende en el Palacio de
Todo lo hizo
Henry Kissinger con el aura clandestina de un espía, la discreción
reservada de un sacerdote y el sigilo sosegado de un diplomático ávido y
calculador. Su centenario, los cumplió el pasado 27 de mayo, estuvo
coronado por un retiro discreto. A su cuenta y riesgo, intentó aconsejar, si
eso era posible, a Donald Trump. Como un prestidigitador, Kissinger dio vuelta
su galera que había favorecido a China en los años 70: si entonces había
recurrido a a Mao Tse Tung para alterar el potencial de
Nació como Heinz
Alfred Kissinger en Fürth, Baviera, Alemania, el 27 de mayo de 1923,
en una familia de judíos alemanes y en plena descomposición de la experiencia
socialista de
A sus quince
años, ya con Adolfo Hitler encaramado en el poder como canciller del Reich, con
el nazismo en pleno apogeo, con la persecución a los judíos amparada por las
leyes raciales y con las sombras de otra guerra en el horizonte europeo, los
Kissinger se mudaron a Nueva York. El joven Heinz estudió en el City
College y se metió de lleno en Harvard para estudiar Ciencias
Políticas. Pero en
En 1952 se graduó
con una tesis que anticipaba su futuro: “Paz, Legitimidad y
Equilibrio”. Permaneció en Harvard como director de Estudios
Especiales, un programa inventado por el mismo Kissinger que sustentaba
Nixon lo hizo Consejero de Seguridad Nacional y lo convirtió en su alter ego ni bien asumió como presidente, en enero de 1969. Kissinger unió así en una sola sus dos vocaciones, la seguridad y la diplomacia, y se convirtió en el súper ministro de la administración Nixon. Fue el hombre que sobrevivió a todas las purgas que desató la compleja personalidad del presidente y quien contuvo y administró su constante paranoia, un mal que iba a terminar con su mandato y con su carrera polítca.
Bajo el puño de
Kissinger, ya convertido en el poder detrás del trono, la política
exterior de Estados Unidos pasó a ser más dura y dominante. Nixon había
asumido con la promesa de terminar con la impopular Guerra de Vietnam, pero no
quería pasar a la historia como el primer presidente de Estados Unidos en
perder una guerra. Buscó entonces a través de Kissinger lo que encerraba una
frase de circunstancia que enmascaraba la catástrofe militar: una “paz
con honor”, capricho que alargó en vano aquella matanza.
El gobierno de
Estados Unidos propuso la “vietnamización” del conflicto: retirar a las tropas
americanas y dejar la guerra en manos de los vietnamitas. Pese a esa decisión,
antes de emprender conversaciones de paz con los comunistas de Vietnam del
Norte, y aun durante ellas, Nixon, con la asistencia y guía de Kissinger,
ordenó feroces bombardeos a Laos y Camboya, fronterizos con Vietnam, para
cortar los suministros de alimentos y armas que llegaban al Vietcong a través
de la llamada “Ruta de Ho Chi Minh”: una campaña en la que murieron
centenares de miles de civiles.
Las
conversaciones de paz sobre Vietnam, desarrolladas en París, adonde Kissinger
viajó muchas veces en secreto, llegaron a acordar un cese del fuego, que sería
el primero de los pasos hacia una posterior e inmediata retirada de las tropas
americanas de Vietnam. Por ese logro, Kissinger y su par vietnamita Le Duc
Tho ganaron el Nobel de
Para entonces, y
luego de otros tantos viajes secretos a Pekín, el secretario de Estado ya se movía
con los hábitos de un espía y con una cautela que hoy sería casi imposible de
mantener, Kissinger abrió la puerta de las relaciones diplomáticas y
comerciales con
Kissinger vio en
China un gigantesco cliente para los productos de Estados Unidos y un
contrapeso para el poderío de
La noche anterior
a la renuncia, Kissinger tuvo que lidiar con un presidente alcoholizado y con
el jefe de personal de
Esa misma noche,
Nixon quiso reunirse con Kissinger. El Secretario de Estado lo encontró
sollozando y bebido, con un vaso de whisky en la mano. Mantuvieron un largo
diálogo reconstruido en su libro “The Final Days - Los días finales” por los
periodistas del Washington Post, Bob Woddward y Carl Bernstein, que habían
revelado la trama del Caso Watergate. En el tramo final de esa dramática
conversación, Nixon dijo a Kissinger: “Henry, vos no sos un judío ortodoxo y yo
no soy un cuáquero ortodoxo. Necesitamos rezar”. Ambos se arrodillaron en la
alfombra azul de
Los éxitos
diplomáticos de Kissinger en Oriente y, de alguna forma, también en Europa, no
tuvieron correlato con su política para América Latina. En 1970, según
revelaron las conversaciones telefónicas desclasificadas entre Nixon y
Kissinger, por entonces secretario de Seguridad, ambos conspiraron para
impedir la asunción del socialista Salvador Allende, electo ese año en Chile, y
para derrocarlo tres años después. A través del embajador americano en
Santiago, Edward Korry, y de agentes de
Con cierta
candidez, y no era un hombre cándido, Kissinger confesó en sus memorias que
luego, Nixon había destinado cuarenta millones de dólares de aquellos años para
“hacer crujir la economía chilena”, que de verdad crujió en los años
siguientes. Con un lenguaje más formal, Kissinger firmó el ya famoso “Memorándum
93″ sobre Seguridad Nacional, titulado “Política respecto a Chile”. En
las copias secretas enviadas a
El memo detallaba
una serie de medidas económicas diseñadas para apoyar el esfuerzo de Estados
Unidos en “hacer saltar la economía” de Chile, como había pedido Nixon y como
recuerda el historiador Peter Kornbluh en su “Pinochet - Los Archivos
secretos”. Kornbluh también revela que el diálogo entre presidente y secretario
de Estado podía ser más descuidado, más basto y ramplón; más “nixoniano”, si
cabe. Narra Kornbluh que al final de una de las reuniones en las que se decidió
el golpe contra Allende, Nixon instruyó a Kissinger: “En Chile vale
todo. Patéenles el culo”. “De acuerdo”, fue la respuesta. Doce días después
del sangriento golpe militar que el 11 de septiembre de 1973 derrocó a Allende,
que se quitó la vida en
En esta parte del
continente, sacudida en esos años por la violencia política, por el accionar en
varios países de grupos guerrilleros de izquierda y de grupos paramilitares y
parapoliciales, Kissinger respaldó las más violentas dictaduras
militares. Sus detractores lo responsabilizan si no en el diseño, sí
en la tolerancia del Plan Cóndor, el trabajo en común de varios
servicios de inteligencia y de grupos paramilitares que secuestraron y
asesinaron a miles de militantes y simpatizantes de izquierda en Argentina,
Chile, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Brasil. La central de inteligencia de Estados
Unidos actuó en decenas de operativos encubiertos con la aprobación del llamado
“Comité 40″, que presidía Kissinger, y que reunía a ejecutivos y jefes
militares del Departamento de Estado, de
El 10 de junio de
1976, dos meses y medio después del golpe militar en
Los términos de
aquella charla, de aquel acuerdo tácito, fueron renovados entre ambos cuatro
meses después, el 7 de octubre de ese mismo año, en la suite de Kissinger en el
Waldorf Astoria de New York. Acompañaron entonces a Guzzetti el embajador
argentino en Estados Unidos, Arnoldo Musich y el representante
en Naciones Unidas, Carlos Ortiz de Rosas. La transcripción de la
segunda conversación entre ambos evidencia la información detallada que la
dictadura argentina daba a Kissinger, y el conocimiento pleno de los
entretelones de la llamada “guerra sucia” que tenía el Secretario de Estado.
El que sigue es un fragmento de esa charla:
Guzzetti: -”(…)
Eso no es demasiado. Señor Secretario, voy a hablar en español. Usted recordará
nuestro encuentro en Santiago. Quiero hablarle sobre los hechos en
Kissinger:
-”¿Cuándo vencerán? ¿La próxima primavera?”
Guzzetti: -”No,
hacia fines de este año”
Dos años después,
retirado ya de los cargos públicos, Kissinger visitó
El camino
político de Kissinger estuvo signado por tres palabras: “Equilibrio de
poder”. Con matices, por cierto. Su tesis doctoral, “A World Restored – Un
mundo restaurado”, analizó la política europea diseñada, y tallada a martillo y
cincel, por el austríaco Klemens von Metternich y el británico Robert Stewart,
vizconde de Castlereagh, empeñados ambos en trazar en el siglo XIX las nuevas
fronteras de Europa, estremecidas por el huracán desatado por Napoleón. De esos
pozos, en especial de Metternich, bebió Kissinger para diseñar su propio
equilibrio de poder: un mundo regido por las grandes potencias, a cuyos
intereses deben adherir los demás estados, vigilados si se quiere, conducidos
si se prefiere, con realismo y sin concesiones: “Nosotros establecemos
los límites de la diversidad”, susurró Kissinger a Nixon cuando el triunfo
electoral de Allende en Chile, en 1970.
Una bonita
historia revela el carácter de Kissinger, el ejercicio de la ironía feroz,
revestida de cierto humor corrosivo y, tal vez traza también un esbozo del
material con el que estuvo tallado su mundo interior. La reveló hace ya años el
periodista francés Jean Daniel -murió en 2020-, fundador de “Le Nouvel
Observateur” y testigo de hechos vitales de la historia contemporánea. Cuenta
Daniel que una noche, otro periodista famoso, Pierre Salinger, que había sido
jefe de prensa y vocero del presidente John Kennedy, reunió en su casa parisina
de
En un momento del
intenso intercambio verbal en casa de Salinger, Arón le dijo a Kissinger:
“Henry, yo no hubiese sido capaz de ordenar los bombardeos a Camboya y después
irme a dormir tan tranquilo”.
Y la respuesta de
Kissinger fue: “Querido Raymond, a nadie se le hubiese ocurrido
encargarle a usted semejante misión”.
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