La columna de economía de Claudio Scaletta
El patrón de la ideología en la nueva distopía
El Destape
31/12/023
La nueva etapa política tiene a los interesados en la cosa
pública abocados a desentrañar los insólitos paquetes de decretos y leyes con los que el nuevo presidente intenta
cambiar de raíz las relaciones económicas, supuestamente llenas de privilegios
y prebendas para los sectores medios y bajos, pero no para el
gran capital.
Para algunos el programa de Milei sería un
“plan de negocios”. Hay razones para afirmarlo. Muchas de
las modificaciones legislativas parecen tener en letra indeleble el nombre y
apellido de sus beneficiarios inmediatos hasta el punto del escándalo, si es
que escandalizarse todavía existe. A ello se le suma la interpretación de que
son una forma de comprar apoyos entre los sectores dominantes. Una segunda
interpretación tiene que ver con tiempos y capacidades. El
ex columnista televisivo devenido jefe de Estado carecía de cuadros técnicos y
del tiempo necesario para formalizar la magnitud de las reformas que hoy
emprende. Es evidente que le llevaron el paquete y, en el vértigo de haber
llegado a la presidencia, lo compró llave en mano por razones de afinidad
ideológica. Hasta en el video que difundió el “ministro sin cartera” Federico
Sturzenegger el día del anuncio del mega decreto puede escucharse que le estaba
mandando el bodoque a “Patricia”. En síntesis, había equipos del poder
económico trabajando desde hace tiempo en el “plan permanente en busca de
ejecutor”. No hay clase con más conciencia de clase en
En una segunda línea de críticas se encuentran los reparos
de quienes también se escandalizan por la dimensión formal, por la conducta
desaprensiva del nuevo autócrata que, literalmente, intenta pasar por encima de
Ambas visiones críticas, la del plan de negocios de la clase
dominante, es decir la lucha de clases y las transferencias de ingresos, y la
del antirrepublicanismo son atendibles, pero también insuficientes. Las dos
variables están presentes, pero el patrón común de las acciones de la nueva
administración está en otra parte: en la “híper ideologización”. En este punto no existen
disonancias entre el Milei columnista televisivo y el Milei presidente. El
atisbo de pragmatismo que el Milei candidato al bolotaje mostró después de las
elecciones generales, cuando hasta “se rebajó” en asistir al domicilio del
líder del PRO para sellar la alianza que le daría el triunfo, parece haber
desaparecido por completo.
Del análisis general del programa de gobierno solo surge
como dato dominante una creencia absoluta y casi infantil en que la completa
desregulación de la economía, la retirada del Estado, y el alineamiento servil
a los intereses internacionales de Estados Unidos funcionarán de llaves para el
bienestar económico. Salvo que el destino del programa sea una genialidad
sorpresa guardada bajo siete llaves, no parece haber nada más que una extrema
ideologización. No existe hilo alguno entre jorobar a una suma de
profesiones liberales y el rechazo a sumarse a los BRICS, ni entre limitar el
derecho de huelga y disciplinar a los trabajadores y tratar de complacer a la
ultraderecha israelí. Tampoco hay relación entre el libre
blanqueo de capitales hasta para familiares de funcionarios y la hostilidad
hacia el Mercosur. Y a un nivel más general, más allá de la creencia en las
virtudes de la liberalización, tampoco hay señales de estabilización para la
macroeconomía. Combatir la inflación con una disparada inflacionaria que ya en
marzo se habrá comido el shock devaluatorio, pero habiendo licuado salarios y
jubilaciones parece más bien una fuente de inestabilidad de alto impacto. Si
hay algo que no está claro es hacia dónde va el plan del gobierno.
La convertibilidad de los ’90, admirada por el neomenemismo
mileísta, se sostuvo en la entrada de capitales, primero por las
privatizaciones y luego por endeudamiento externo, y no por recursos propios
del comercio exterior. La estabilidad que logró conseguir por algunos años
ahogó los efectos negativos de la mayor desigualdad y la exclusión de una
porción creciente de la población. Hoy no está claro que el patrimonio público privatizable alcance
para el mismo fin, a lo que se suma que la vía de un mayor endeudamiento parece
vedada. No debe olvidarse también que pronto finalizarán los
períodos de gracia en los pagos de capital conseguidos por Martín Guzmán en las
renegociaciones con privados y organismos internacionales. Resulta probable que
un nuevo acuerdo con el FMI refinancie vencimientos, pero menos que aporte
recursos nuevos.
En este escenario, las proyecciones del gobierno parecen
estar en la normalización de las exportaciones del agro tras la sequía y en la
promoción de la explotación de los recursos naturales, desde los hidrocarburos
a la minería, una tarea tan necesaria como urgente, pero que demanda tiempo,
inversiones, un sector público eficiente y dinámico y, un detalle nada menor y
todavía no asegurado: paz social y confianza de los mercados en un escenario de
estabilidad. Por ahora solo el agro, si acepta liquidar al dólar del próximo
abril, será una fuente segura de divisas. El gran interrogante de mediano plazo
es sí con la híper ideologización se come, se cura y se educa. Para estabilizar
seguro no alcanza.
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