La nota de Mario De Casas
CONFUSIONES Y
CLAUDICACIONES
Desde que la derecha extrema apareció en la
escena nacional, y sobre todo desde que alcanzara el gobierno, se han sucedido
apreciaciones acerca de su caracterización político-ideológica: si se inscribe
o no en la estela del fascismo histórico, si es o no la primera experiencia de
anarco-capitalismo en el mundo, etc. Es indudable que ciertos rasgos de los
discursos, las formas y acciones de gobierno de Javier Milei y Victoria
Villarruel –con sus diferencias, contradicciones secundarias que les dicen–
permiten ubicarlos dentro del amplio abanico de lo que distintos autores han
denominado neo-fascismo, que tiene un aire de familia con el fascismo europeo
del siglo pasado pero también diferencias fundamentales; por otra parte, es
verosímil que Milei tenga convicciones anarco-capitalistas.
Esto no es lo importante para definir la
identidad política del gobierno que asumió el último 10 de diciembre; y ésta no
es una cuestión meramente teórica, tiene importancia práctica aquí y ahora. El
gobierno de Milei no es otra cosa que la profundización hasta las últimas
consecuencias del programa económico del neo-liberalismo, un programa que los
argentinos hemos padecido y que, con distintas intensidades y salvo durante el
período 2003-
El fascismo europeo del siglo pasado fue
antagónico al liberalismo; el neo-fascismo actual, en cambio, es condición
necesaria del neo-liberalismo. El discurso catastrofista de Milei, los
arrebatos de violencia de Patricia Bullrich, la pretendida cesión de poderes
por parte del Congreso a través de la llamada ley Ómnibus y el DNU 70/2023,
configuran una especie de “estado de excepción” que no es fascista ni
anarco-capitalista, es neo-liberal: no busca el dominio del Estado ni su
desaparición, sino someterlo y ponerlo al servicio del poder económico. Para
lograrlo transforma al poder político en simple ejecutor de las iniciativas de
los poderes que dominan las economías global y local; es lo que celebra el
Fondo Monetario Internacional, no las excentricidades del hombre que ama los
perros; es lo que explica que el famoso DNU, el también famoso proyecto de ley
Ómnibus y su correspondiente dictamen “de mayoría” hayan sido redactados por
intelectuales orgánicos del neo-liberalismo y en ámbitos ajenos al Estado; y es
lo que explica que semejantes insultos a toda tradición republicana, a
Más aún, las grandes corporaciones –cuyas
conducciones se presentan como (neo) liberales– entienden el pacto con el
neo-fascismo, la aceptación de los desequilibrios emocionales del Presidente,
la tolerancia de su autoritarismo y de sus delirios “anarquistas” –con mis
disculpas a los anarquistas– como el precio que están dispuestas a pagar por la
derrota definitiva del movimiento nacional, popular y democrático.
Pero, eso sí, parece que hay un límite que
daría sentido a ciertas preocupaciones de los dueños: no debe producirse un
colapso social del tipo del de 2001, no vaya a ser que aparezca otro Néstor
Kirchner que produzca el quiebre de tan virtuoso proceso. El problema es que la
ocurrencia o no del colapso no depende de los modales y delirios
presidenciales, sino del proyecto en ejecución y su contracara: la paciencia
popular, que acaba de mostrar un incipiente agotamiento con la contundente
movilización del miércoles pasado en todo el país, que –por si fuera poco–
trascendió largamente las fronteras nacionales. En esta línea, no hay que olvidar
que el radical neoliberal Fernando de
Mientras tanto, los CEOs celebran la
criminalización de la protesta y promueven la represión de las luchas sociales
por los derechos que pretenden suprimir, para lo cual participan en el arte de
obtener defecciones de gobernadores y legisladores dispuestos a entregarse, ya
sea porque no resisten extorsiones mediático-judiciales, porque –en el mejor de
los casos– aceptan dádivas para sus provincias (el tacticismo del “yo me salvo”
o “salvo mi quintita”) sin comprender que la debacle nacional a la que
arrastraría el plan del gobierno no dejará títere con cabeza; o –en el peor–
porque reciben migajas para beneficio personal, algo que no puede descartarse después
del trámite obscuro que ha recorrido el proyecto de ley Ómnibus, con broche de
oro en el dictamen de Recoleta, reedición tal vez del célebre escándalo
conocido como “
He aquí una de las causas de la llegada
inesperada de Milei a
Los cuestionamientos a las concesiones de
quienes se auto-perciben y son percibidos por el poder como “moderados” tienen
un fundamento que excede lo electoral, aunque en buena medida lo determina:
cuando las opciones políticas que deberían canalizar la energía moral de los
segmentos progresistas de la sociedad aceptan los límites impuestos por los
sectores dominantes y sus sistemas mediáticos, y renuncian a concretar
transformaciones estructurales y coyunturales que cuanto menos mitiguen los
estragos que hunden las condiciones de vida de la mayoría; cuando los partidos
populares renuncian a terminar con las precariedades de la vida cotidiana de
millones, con las más grotescas desigualdades y la ausencia de perspectivas de
futuro; y cuando además lo hacen con un paradójico discurso que mezcla dosis
similares de impotencia –“no se puede, hemos tenido mala suerte con el
contexto”– y algo así como un falso triunfalismo –hacen poco pero aseguran que
están haciendo mucho–, facilitan la tarea de seducción reaccionaria, porque
aquellos millones, que no son idiotas, experimentan rechazo ante semejante
negación –adornada con palabras vacías– de una realidad que sufren, al mismo
tiempo que abren sus oídos a una de las pocas afirmaciones verosímiles –si no
la única– de la ultra derecha: la inoperancia de gobiernos que prometen pero no
realizan. “¿Por qué harían en un próximo gobierno lo que no han hecho ahora que
son gobierno?”, se preguntaba socarronamente la derecha en campaña.
Caído el mito que suponía que el peronismo
unido nunca sería vencido, es importante que considere aspectos como éste al
reorganizarse: definir un rumbo, un programa y una conducción.
(*) El Cohete a
28/1/024
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