El enfoque de Pablo Mendelevich
Chubut y el papel de Macri
29 de
febrero de 2024
La última
configuración de la casta, el aborrecible culpable de todos los males según
Milei, exhibe algunas complejidades del anarcocapitalismo rioplatense. Se
suponía que casta eran los otros, el club de malvados que habitaba la vereda de
enfrente, pero ahora resulta que los
propios también pueden ser enemigos y, en consecuencia, así merecen ser
tratados. Aparte del Presidente, nadie está a salvo.
Después de
insultar a Ricardo López Murphy, un político respetado a quien muchos ubicaban
ideológicamente como cercano a los libertarios, Milei escaló la pelea con los
gobernadores a niveles infrecuentes en tiempos de paz. De repente los libros de
texto sobre federalismo se pusieron viejos y hubo que vaciar ese estante de la
biblioteca. Antiguamente era común que los problemas del poder central con los
gobiernos provinciales desalineados, que se originaban en elecciones locales,
fraude, sucesiones, desacatos, sublevaciones, distintos tipos de crisis
internas, terminaran en intervenciones federales. Al reciente enojo de Milei
con los gobernadores, en cambio, lo disparó un tropiezo parlamentario, la insuficiencia de diputados nacionales dispuestos a aprobar la
letra chica de su ley ómnibus. Milei consiguió que la mayoría de
los diputados se la aprobara en general, cree él que gracias a los acuerdos que
había hecho antes con los gobernadores. Pero esos acuerdos se le deshilacharon
durante el tratamiento en particular, cosa rara, y el gobierno decidió mandar
todo su esfuerzo legislativo a pérdida con música de inmolación heroica.
Sobre este
disgusto presidencial, la supuesta traición de los gobernadores, estalló el
litigio altisonante por los fondos provinciales, que desde luego era
prexistente. Se trata en realidad de un
conflicto eterno originado en la incapacidad del sistema político para tener
una ley de coparticipación. Cumplir la orden constitucional de
1994 de confeccionar y aprobar esa ley estructural requeriría de grandes
acuerdos entre las provincias y de éstas con
¿Y
mientras tanto? La coparticipación es lo que hay, un entretejido precario,
complejo y controversial que incita a purgar, según la sabiduría popular, los favoritismos ideológicos del poder central. En
Pero
resulta que Milei el desconcertante utiliza otras fórmulas para todo. Como
puede apreciarse con mayor facilidad en su tabla semanal de insultos él no
divide el ecosistema político en propios y extraños. Utiliza criterios
dinámicos más o menos impredecibles. La constante, sí, es su extraordinaria
determinación, que por distintos motivos mantiene cautivada a la mayoría de los
argentinos, de consabido poco interés en detalles de procedimiento.
Como se
sabe, el gobernador que ahora se rebeló contra los manejos administrativos del
presidente, el treintañero Ignacio Agustín Torres, pertenece al Pro, que es el
partido más afín al oficialista
El Pro ya
forma parte del gobierno, sólo que al estilo de las coaliciones argentinas:
está en negro. Sin papeles, sin organicidad. No existe una asociación reglada,
es de hecho. Patricia Bullrich, la líder de un ala del partido, está de
ministra “a título personal”, se repite siempre, mientras Mauricio Macri
practica un tipo de participación por demás ambiguo, que él prefiere no
rotular, al que con cuidada imprecisión describe así: “con Milei hablamos
seguido”.
La materia
gris del DNU de la discordia y de la ley ómnibus, Federico Sturzenegger, es un
hombre del Pro. Hay otro ministro, el de Defensa, y varios funcionarios de
segunda línea. Si el Pro también actúa en el Congreso como aliado numérico del
oficialismo, ¿cuál sería el paso tan meneado de una próxima asociación entre el
macrismo y el mileísmo? ¿Más cuadros técnicos? ¿Y eso requiere de un acuerdo
estratégico de cúpulas? Las formalidades están vinculadas con las
responsabilidades políticas, con el compromiso. Pero a veces se cree que si no hay formalidad será más fácil salir
indemne en caso de naufragio.
Había
ocurrido ya en la historia argentina que un político fuera ministro de un
gobierno ajeno, como Bullrich, sin aval partidario, pero lo del Pro con Milei
es más original: sendas cabezas del mismo partido aportan su sapiencia al mismo
presidente y los dos aportantes se manifiestan discordantes entre sí. Un juego
de paradojas: la primera diferencia que los
agita, además, se refiere a cómo formar parte del gobierno.
Luego de
que Bullrich desistió sabiamente de aparecer disputando internas, Macri se
apresta a reasumir la presidencia del partido, pero nadie explicó hasta ahora
de qué manera esa novedad impactará en el triángulo que conforman con Milei. El
lunes Bullrich amonestó públicamente a Macri por no definirse respecto de la
rebelión del gobernador Torres. Casi lo desafió a un dilema moral: ¿apoya Macri
al gobernador propio que dijo que le cortaría el petróleo y el gas al país si a
la provincia no le pagan o está del lado del presidente con el que “habla
seguido” y que le pisó los fondos al gobernador?
Si bien es
hoy uno de los partidos con mayor funcionamiento orgánico, el Pro tal vez no terminó de extraer todas las enseñanzas de la
fallida coalición oficial que integró con el radicalismo y
Algunos
politólogos consideran que el movimientismo peronista, una respuesta de Perón a
la partidocracia que en los comienzos detestaba, fue lo que contribuyó a
resquebrajar el sistema de partidos. Se usa desde hace años una palabra
ambivalente, deliberadamente laxa para llamar a los partidos: se les dice
espacios. No así en las leyes electorales, ninguna de las cuales habla de
espacios, todas se refieren a partidos.
La ruidosa
y taquillera idea de la casta no permitió saber todavía cómo piensa Milei que
se debería segmentar la sociedad según las representaciones políticas que
elija. No es un tema de diseño sino que hace al procesamiento de los
conflictos, a la posibilidad de hacer acuerdos y canalizar civilizadamente los
desacuerdos.
La gran pregunta sigue siendo cómo se va a compaginar lo que hay
con lo que a Milei le gustaría que hubiera.
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