La mirada de Luis Américo Illuminatti
La absolución
imposible de Cristina
IP-29/2/024
Se expidió Villar. Asociación ilícita
es la calificación legal correcta. El Fiscal Mario Villar argumentó ante los
jueces Gustavo Hornos, que preside la sala, Mariano Borinsky y Diego
Barroetaveña en una audiencia ante
Argumento irrebatible
Villar criticó a los jueces del
Tribunal Oral Nro. 2 por la escala penal que impuso a los encartados. Dijo al
respecto: “¿Qué le diremos a los funcionarios que asuman el cargo en el futuro?
Si al arrancar en la función cometen muchos delitos se los considerará uno
solo. ¡Qué [mal] ejemplo que estamos dando!” Incontestable. Nada de lo que diga
o haga Cretina cambiará su destino de chorra, corrupta, mitómana y peligrosa
sociópata.
El pasquín pro-kirchnerista Pág.12, tituló ayer: «Volvió el
show persecutorio de Vialidad contra Cristina Kirchner», nota de un tal Raúl
Kollmann, escriba que le hace honor a su apellido: colman la paciencia. Dice
Kollmann: «El recurso ante
Recordemos que la expresidenta y el
empresario Báez resultaron condenados a 6 años de prisión por administración
fraudulenta pero los fiscales del juicio oral Diego Luciani y Sergio Mola
habían reclamado doce años al incluir la “asociación ilícita”. Villar reclamó
que se condene a la expresidenta como “jefa de asociación ilícita” y se le fije
una pena de 12 años de prisión, en base a lo reclamado durante el juicio en la
causa “Vialidad”.
Por su parte, la defensa de la
acusada presentó recusaciones contra un juez de
Insólitamente, los abogados de Cristina
alegan -no tienen de dónde agarrarse- que el fiscal Mario Villar expuso el
lunes último una posición contradictoria con otra que el ministerio Público
Fiscal sostuvo en otra causa, y arguyen que el juez Diego Barroetaveña habría
adelantado opinión sobre este expediente al intervenir en otro (?)
El fiscal Villar inequívoca y
claramente sostuvo que durante el gobierno de Cristina Kirchner hubo “una
verdadera asociación criminal” integrada por funcionarios del Estado Nacional,
quienes decidieron “desviar fondos hacia ellos mismos” y agregó: “Cada ministro
es responsable de los actos que legaliza”, es decir “que tiene responsabilidad
por las resoluciones de su competencia”.
Sostuvo Villar que las empresas de
Lázaro Báez se adjudicaron 51 licitaciones entre 2003 y 2015 cuando
“funcionarios en las estructuras formales del Estado crearon una asociación
ilícita para el desvío de los fondos del Estado” hacia el dueño de Austral
Construcciones. Báez “se convirtió en uno de los participantes, quien recibiría
el dinero por la supuesta obra pública. Se necesitaba un empresario que
estuviera dispuesto”.
Al final de su exposición, Villar
remarcó que para lograr “el fin delictivo” se “construyó un esquema de
corrupción para manipulación de la obra pública en Santa Cruz” y el Tribunal
Oral Federal 2 incurrió en un “razonamiento arbitrario” al descartar la
asociación ilícita “a los cinco miembros”. Estamos totalmente de acuerdo, tal
como lo hemos mantenido en este sitio y en otros. No en vano hemos trabajado 37
años en
Fenomenología de la avaricia
Aunque el término «avaricia» se
refiere propiamente al apego a las cosas en general, de hecho, ha sido
considerado el «amor por la plata», reconociendo en el dinero el elemento
representativo de todo lo que puede ser útil y servir en cualquier
circunstancia. Quien ha reflexionado sobre este vicio advierte que no es la
necesidad lo que mueve al avaro, sino el poder -como es el caso del finado
Néstor y su cónyuge supérstite Cristina Fernández, sus acólitos, epígonos y
corifeos- el avaro y codicioso espera que con la acumulación de riqueza pueda
disponer como quiera de su propia vida, ahuyentando la ansiedad de la
inseguridad y la dependencia de los demás, protegiéndose de los caprichos del
destino, de posibles calamidades estacionales y, en última instancia, incluso
de Dios. Con el tiempo, este vicio ciega y lleva a cometer las acciones más
horribles con tal de aumentar la propia riqueza, máxime cuando es por medios
fraudulentos. Por lo tanto, la avaricia resulta extremadamente difícil de
erradicar, porque penetra suavemente en lo más profundo del corazón humano,
generando otras disposiciones negativas. Es esta dinámica ramificada la que la
convierte en un vicio capital.
Según Santo Tomás, la avaricia es un mal muy difícil de curar, «debido a la condición del sujeto, ya que la vida humana está continuamente expuesta a la carencia; pero cada carencia impulsa hacia la avaricia: por eso, de hecho, se buscan los bienes temporales, para remediar la falta de la vida presente. El Bosco representa la avaricia en la figura de un juez corrupto que parece escuchar a un campesino que le pide justicia, pero toda la atención está concentrada en su mano izquierda que se prepara para recibir una pesada bolsa de monedas para emitir un juicio arreglado. El dinero se muestra capaz de realizar milagros al revés: hace ciego al que ve, sordo al que escucha y mudo al que habla.
La avaricia, un vicio del espíritu
Conforme a lo expuesto, la avaricia
no consiste esencialmente en poseer muchos bienes, ni tampoco puede
concebírsela como sinónimo de riqueza; más bien, es el deseo y la codicia de
posesión lo que endurece el corazón y conduce a la presunción de
autosuficiencia, de bastarse a sí mismo y de no necesitar nada. Esta es la
razón por la cual se la ha asociado estrechamente con el orgullo, la envidia y
la ira. Y de estar por encima de los jueces, sobre todo, de fiscales
incorruptibles como Nisman y Luciani.
Aquí radica el aspecto más
destructivo de la avaricia, porque el dinero proporciona la ilusión de ser
omnipotente: por su naturaleza, el dinero permite una autosuficiencia que
ningún otro objeto podría proporcionar. Para Péguy, es la única alternativa
verdaderamente atea a Dios, porque da la ilusión de poder obtenerlo todo, ya
que cualquier realidad puede convertirse en dinero, que a su vez permite
adquirir cualquier cosa, incluso comprar voluntades, especialmente los que
tienen que bajar el pequeño martillo, como apéndice y símbolo de los dos
platillos de la balanza.
La avaricia aparece entonces como una
forma mundana de consagración a un ídolo, algo a lo que se está dispuesto a
ofrecer toda la propia vida, sacrificando ante todo la propia libertad y
dignidad: Así como los perros de Pavlov están condicionado a segregar saliva no
ante la vista de la comida sino al sonido de la campana que la anuncia sin
realmente verla, así el avaro es atraído por el dinero y el ansia de poder. El
dinero, de hecho, lejos de tranquilizar, cuando se convierte en un fin en sí
mismo aumenta los temores: el miedo a perder lo que se ha ganado, el temor de
que un rival se adjudique el negocio deseado, el ser superado en la escala
social, haciendo vano el esfuerzo de toda una vida. Por un curioso mecanismo
psicológico, cuando se busca una seguridad excesiva, que el dinero debería
proporcionar, se obtiene el resultado exactamente opuesto: la ansiedad y la
inseguridad se difunden y prosperan con cada vez mayor intensidad. Este es
precisamente el estado de ánimo característico de los avaros: «Están siempre
inquietos, y su alma no tiene descanso. La preocupación por poseer lo que aún
no tienen hace que no consideren nada de lo que ya tienen. Por un lado, traman
con el temor de perder lo que ya han acumulado y, por otro, trabajan para
poseer otras cosas, lo que significa nuevos motivos de temor».
Un sentimiento típico del avaro es la
tristeza, ligada a la decepción de nunca poder encontrar plenamente lo que
anhela, sino sentirse cada vez más necesitado: «Como el mar nunca está sin
mareas y olas, de la misma manera el avaro nunca está sin tristeza». Su
tribulación recuerda el terrible castigo al que fue sometido el rey Midas, un
castigo que consiste precisamente en la realización de su voraz deseo. Hay una
especie de extraño masoquismo en este vicio, ya que lo que se considera la
única fuente de felicidad en realidad causa angustia, hasta arruinar sus vidas:
«Los avaros no solo se privan del gozo de lo que tienen y de lo que no se
atreven a usar a su antojo, sino también de aquello que nunca los saciará ni
calmará su sed: ¿puede haber algo más penoso?
Dante muestra el carácter peculiar del avaro con un golpe brillante; en el canto VII del Infierno subraya que los avaros resucitarán con el puño cerrado, simbolizando su forma de aproximarse a la vida, a los demás y a los bienes, que ahora se ha cristalizado para siempre. El avaro está esculpido por la eternidad en la actitud de quien quisiera aferrarse a todo, pero termina aferrando el vacío, sofocando y matando lo que lo rodea, comenzando consigo mismo. Para Dante, son el grupo más numeroso que se encuentra en el infierno, hasta el punto de que debería colocarse en la entrada el cartel fatídico: «Estamos llenos, no hay más lugar»: «Aquí vi gente en cantidad mayor que en otros lugares», dice con sarcasmo el poeta. Los pertenecientes a este vicio son tan numerosos y diversos que deben ser colocados en diferentes círculos del infierno: están los usureros y los simoníacos, respectivamente en el séptimo y octavo círculo; los avaros y los pródigos («la corta burla») que han basado su vida en la fortuna vana, y por la eternidad se reprochan mutuamente sus respectivos vicios, aunque inútilmente, ya que unos son incapaces de entender la actitud de los otros.
El avaro siempre muere solo
Dado que la avaricia está animada por
la mezquindad, muestra la pobreza de espíritu de quien la padece: es incapaz de
gestos generosos, de involucrarse en algo sin haber calculado primero cuánto
podrá ganar. Existe un vínculo estrecho entre la avaricia y la soledad: el
avaro solo se siente cómodo en compañía de las cosas, la única realidad en la
que puede confiar: «La imagen es la de un personaje triste, solitario,
abandonado por amigos, poco hablador, siempre sospechoso, a menudo brusco y
arrogante, en el mejor de los casos, maleducado», porque la avaricia embrutece
el alma, la vuelve grosera, superficial, infeliz, en una palabra, deshumana. El
avaro se ha fosilizado, convirtiéndose en una sola cosa con las riquezas que ha
acumulado, asumiendo la misma rigidez impersonal de las cosas, lo que es como
decir que ya está muerto. Aquellos que descubrieron el tesoro de Tutankamón
deben haber experimentado algo espeluznante. Imaginemos el cuerpo del faraón
sellado junto con sus riquezas durante todos estos siglos en una habitación
oscura y sin aire. Cuando se abrió, su cuerpo era todo podredumbre, pero el oro
y los alabastros habían conservado su forma y sustancia, y brillaban como
siempre. Lo que faltaba en todo esto era el faraón mismo.
Bibliografía: Giovanni Cucci, «La avaricia, un intento ilusorio
de poseer la vida»;
Comentarios
Publicar un comentario