La opinión de Luis Américo Illuminati
El cielo pasó factura a la morralla populista
IP-24/3/024
«Un paraguas es útil bajo una lluvia
normal como la que cayó el día de
La acción deletérea de C5N crea una
realidad virtual perversa
Culpar a otro de un hecho propio -de
comisión por omisión- es el «summum» de la bajeza y la peor hipocresía de un
canal de pacotilla y bulto, propiedad del fatídico régimen kirchnerista. Días
atrás este ignominioso medio de «desinformación y distorsión» difundía con el
mayor cinismo y descaro, desoladoras imágenes de las inundaciones y destrozos
que dejó el temporal en AMBA y en provincia de Buenos Aires, con titulares y
placas que decían: «Que Llueva, que Llueva, Milei está en
Casi apocalíptico
El doloroso drama de las inundaciones
se pudo ver en todos los canales de televisión del país y del extranjero, y las
escenas desgarradoras de los desastres meteorológicos parecían visiones casi
apocalípticas, y los rostros crispados de los damnificados -totalmente desamparados-
remiten a las pinturas de El Bosco. Totalmente trágico y desolador el paisaje
de todo el AMBA (
Simulacros y ruido de fondo
«Ruido de fondo” (1985) es una
película extravagante, a veces divertida, a veces insoportable, que busca a
través del humor negro generar una reflexión alrededor de la acuciante
necesidad de aturdimiento y escapismo de la realidad que necesita como una
droga el «homo argentus» -peronistas K y sus falsos líderes- quienes eluden
quedarse a solas con sus pensamientos y sus conciencias. Se considera ruido
ambiental o «ruido de fondo» cualquier sonido indeseado que se produce de forma
simultánea a la realización de una medida acústica, y que puede afectar al
resultado efectivo de la misma. En los casos domésticos, afecta la buena
comunicación y el diálogo fructífero como fuente de comprensión, contención y
armonía familiar.
Al igual que los personajes de Don DeLillo, el hombre-masa utiliza normalmente por imitación u ósmosis genética algún ruido de fondo (la música estridente, la televisión, estólida caja de Pandora, y las redes, escuela para bobos, además de tolerar los insoportables ruidos de las motocicletas con escapes que parecen turbinas de avión), ejercicios que realiza el alienado de la megalópolis -Ciudad Gótica, nombre éste que proviene del Estado que sufre de gota- donde pululan los Guasones-; la finalidad perseguida es anestesiar la conciencia y evitar la reflexión consigo mismo, sin que los opulentos sátrapas desde un facistol le llenen la cabeza. Abundan los insensibles sordos de espíritu -boliches que a la salida se convierten en un letal reñidero de gallos de riña exacerbados- que ponen tan alta la música que taladran los oídos de los vecinos de 10 cuadras a la redonda, otros ponen alguna aburrida y decadente serie de televisión mientras tratan de dormirse con pastillas. Ese fatal ruido de fondo, es parte de la manía del puro consumismo, la falsa religión que ayuda a erradicar el silencio y a evitar cualquier pensamiento sobre el trágico destino que les espera: entropía social irrefrenable catalizada por depredadores diurnos y nocturnos, sean públicos o privados. Son zombis que ya no tienen almas como en el filme «El amanecer de los muertos».
Posverdad
La decencia pública es la buena
disposición del alma de un país para adoptar la democracia como modo de vida
colectiva. La demagogia es a la democracia lo que el vinagre es al vino o, el
agua bendita del cielo a los líquidos cloacales. Para adulterar la democracia
en un país como
Conclusión
Aconsejaba Hipócrates que antes de
curar a alguien, hay que preguntarle si está dispuesto a renunciar a las cosas
que lo enfermaron. Si a este aforismo médico lo interpolamos al campo de la
antropología social y de la política, el candidato que se proponga llevar el
remedio al enfermo, debe persuadirlo primero que la consecuencia vital del
populismo es el marasmo y segundo, que hay mejores opciones que el suicidio
individual y colectivo que le han vendido en bandeja de plata como si fuera una
panacea o la piedra de toque que conduce a la recuperación del paraíso perdido.
En su libro «Finitud y culpabilidad»
Paul Ricoeur, aborda la culpa y la experiencia del mal humano, cuyo carácter
absurdo y opaco para la descripción esencial obliga a liberar la indagación del
paréntesis propio del análisis fenomenológico. Pero, más allá de la simple
descripción empírica de la voluntad, dicha indagación progresa hacia lo que
Paul Ricoeur llama una «mítica concreta» de la voluntad mala. A través de la lectura
del mito de la caída, la investigación conduce al reconocimiento de un lenguaje
más fundamental: el lenguaje de la confesión. La confesión no habla de la
mancilla, del pecado, de la culpabilidad en términos directos y propios, sino
en términos indirectos y figurados. Se trata de un lenguaje simbólico que
requiere una nueva hermenéutica, una «simbólica del mal». Pues se trata, para
el autor, no de pensar «tras» el símbolo, sino «a partir de él». El examen de
esta simbólica del mal apunta a rechazar lo que no constituya una visión ética
del mundo, para la que el hombre y su libertad constituyen el espacio donde
aparece subrepticiamente la manifestación del mal y otras veces
desembozadamente como en el caso del kirchnerismo, un lobo que se encubre bajo
piel de oveja cuando le conviene y cuando no, muestra sus largos y filosos
colmillos.
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