La columna política de Mónica Gutiérrez
Son de manual
Corren tiempos de gente
basada, “ultra basada” para ser más precisos.
Los términos “basada” o “ultra
basada” provienen del inglés “based,” y se utilizan en el slang de internet
para describir a alguien que expresa de manera muy firme sus convicciones sin
dejarse influir por la presión social o lo que es políticamente correcto.
“Ultra basada” es simplemente
una intensificación del término, sugiriendo que la persona es aún más firme o
radical en sus creencias o acciones. La expresión “basado” comenzó a
popularizarse en internet en la década de 2010, especialmente en foros y redes
sociales como 4chan, Reddit y Twitter.
Fue inicialmente usada por el
rapero estadounidense Lil B (“The BasedGod”), quien la popularizó en sus
canciones. Para Lil B, “based” significaba ser auténtico, ser uno mismo
sin importar las críticas externas.
Con el tiempo, “basado” se
convirtió en una expresión común en español, usada principalmente en contextos
de internet para elogiar a alguien por su autenticidad o por hacer o decir
algo considerado valiente o sin filtros.
La adopción de la expresión por
parte de grupos y comunidades en línea que se identifican con ideologías
extremas, políticamente incorrectas o radicalizadas le imprimió una connotación
negativa.
La calificación de una persona
o grupo de “basado” se asocia hoy con posturas polémicas o con la glorificación
de ideas que pueden ser vistas como intolerantes, racistas, sexistas, o
simplemente insensibles en orden a confrontar de manera provocadora e
incendiaria.
La gente “basada” dispone de un
plexo de convicciones que no admite fisuras. Los basados no dudan. Tampoco
hacen lugar a disensos. Adscriben a un contrato de adhesión. Es todo o nada.
Las posturas de los “basados” son rígidas, inflexibles, consolidadas. No hay
margen alguno para grisuras, para tibiezas.
El ecosistema comunicacional se
constituye con una creciente fragmentación de audiencias. Las voces que giran
en el entorno digital se multiplican. La comunicación corre horizontal a
velocidades nunca vistas. La conversación pública es una Torre de Babel en la
que todos tienen voz. Solo que para ser escuchados por una mayoría se
impone recurrir a impostura, gritos, incorrecciones, salvajismo.
Ocupar la agenda no es para
tibios. Se demanda audacia, violencia simbólica, carga verbal. No es con
palabras bonitas que se ocupa la centralidad mediática. La convergencia entre
redes sociales y medios convencionales deviene explosiva.
El clima de época no admite
debate de ideas, profundidades intelectuales. El momento mediático se nutre de
posiciones irreductibles, de conceptos cerrados, herméticos.
Las ideas no se debaten,
tampoco se comparten. Las ideas se imponen.
Estás a favor o estás en
contra. Es al 100x100.
La embestida digital contra
los periodistas se inscribe en esa lógica. Sacar de escena al periodismo profesional para otorgar excluyente
centralidad y legitimidad a la movida en redes.
La conversación pública que hicieron posible las redes permitiendo la expresión de todos termina arrastrada por el caos que genera la perversa instrumentación política de las campañas en el espacio digital.
Son de manual. Los ataques a
los que asistimos en los últimas semanas, exponencialmente más violentas y
brutales, replican los instructivos usados por populismos de izquierda
y de derecha en otras partes del mundo con objetivos bien precisos en
orden a dañar, desacreditar o neutralizar a opositores, periodistas o todo
aquel que presente resistencia a sus intereses.
La instrumentación de “patotas
digitales” se ordena en operaciones, usando técnicas agresivas y
manipuladores. Suelen estar coordinadas por líderes que las guían hacia
un determinado objetivo.
La organización se ejecuta
desde plataformas privadas como WhatsApp o Telegram. Los líderes generan o
distribuyen contenidos que luego los miembros del grupo se encargan de
viralizar. Estos contenidos pueden ser memes, videos, o simples mensajes
diseñados para difamar, ridiculizar o intimidar a la persona objetivo.
Los ataques suelen incluir
insultos, amenazas, y acoso constante, tanto público como privado. El objetivo
es silenciar o desestabilizar emocionalmente a la persona atacada.
Las patotas digitales a menudo
emplean bots y perfiles falsos. Los bots automatizan la publicación de mensajes
y la interacción con otros usuarios, mientras que los perfiles falsos permiten
crear la ilusión de un apoyo masivo o simular la “opinión pública”.
Las estrategias digitales de
persecución y neutralización de personas o grupos de una determinada identidad
profesional, política, étnica o religiosa escalan de manera peligrosa cuando
las patotas digitales se organizan en convergencia con los servicios de
inteligencia.
Estos servicios pueden
proporcionar recursos, orientación y estrategias a los líderes de las patotas
digitales como parte de operaciones psicológicas (PSYOPS). Algunos miembros de
patotas digitales pueden ser reclutados directamente por servicios de
inteligencia o entrenados en técnicas de manipulación de la información, ciberacoso,
y otras estrategias de influencia digital.
En Venezuela, desde
el gobierno de Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro, se ha denunciado la
existencia de brigadas digitales organizadas por el gobierno,
conocidas como “guerreros del teclado” o “tropa”. En India, el
partido Bharatiya Janata Party (BJP), liderado por Narendra Modi, ha sido
acusado de utilizar “IT cells”. Jair Bolsonaro y su equipo fueron
acusados de utilizar redes de apoyo digital conocidas como “gabinete del
odio”.
Entre nosotros, las golpizas
digitales fueron usadas por el kirchnerismo para apalancar sus agresiones en
campañas perfectamente organizadas. El discurso del odio y la recurrente
descalificación de periodistas y medios fue un caballito de batalla del
cristinismo empeñado en reivindicar la desintermediación. No faltaron métodos
un tanto más burdos y analógicos como los escupitajos a las imágenes de los
periodistas más conocidos en
La instrumentación de estas
técnicas desde lo más alto del poder político es una práctica peligrosamente
antidemocrática. El compromiso directo de un gobierno, sin límites ni pruritos,
en la elaboración de los contenidos y la viralización de los mismos marca una
escalada con escasos precedentes.
La naturalización de estos métodos
implica riesgos graves. Al limitar la libertad de expresión y
distorsionar el debate público socavan gravemente la democracia fomentando la
polarización y el odio.
La utilización exacerbada de
estos dispositivos, no obstante, empieza a perder eficacia. Convertir la línea
de X en una cloaca pone en retirada a los usuarios genuinos y
debilita la consistencia de la red.
En Brasil, la red
social X (anteriormente Twitter) y su propietario, Elon Musk,
están enfrentando varios cargos y acusaciones por parte del Tribunal Supremo
Federal (STF), específicamente bajo la supervisión del ministro Alexandre de
Moraes.
Elon Musk cerró su oficina
de X en Brasil. Resiste la decisión de uno de los jueces de
El magistrado dice que la ley
brasileña requiere que las empresas de tecnología tengan un representante legal
en el país. El magnate, quién compró Twitter en 2022 con el objetivo de
convertirlo en un lugar de comunicación libre y abierta, está ahora siendo
investigado bajo los cargos de obstrucción de
Se investiga a X por
permitir la difusión de contenido que podría incitar a la violencia o que esté
relacionado con actividades criminales organizadas. Estas acusaciones están vinculadas a la inacción de
la plataforma frente a cuentas que difunden desinformación y mensajes de odio.
La situación es crítica, ya que X ha dejado de cumplir con las
órdenes judiciales, lo que ha generado una confrontación directa con el sistema
judicial brasileño.
Entre nosotros, la
virulencia discursiva se ha acelerado de manera exponencial. Las
posibilidades del debate de ideas imprescindible se alejan. La utilización de
narrativas divisivas, acusaciones generalizadas y la animalización de los
oponentes como parte del discurso presidencial permea al resto de la dirigencia
y se potencia en el día a día minando la confianza comunitaria.
“Al periodismo
pautero y mala leche le digo que deje de buscar titulares y dedíquense
a informar sin hacer amarillismo…El periodismo que inventa es una de las
razones por las que la gente se cansó y votó a Milei…basta de tomarnos el pelo
a los argentinos”.
En una semana signada por los
escándalos en el interior de
No puede decirse que Mariano
Cúneo Libarona sea precisamente un “basado”. Sus convicciones parecen
ir y venir al compás de lo que le piden. Probablemente impelido a hacer buena
letra con lo más revulsivo del discurso del libertarianismo derrapó mal en su
presentación en Diputados.
El ministro de Justicia de
Perdido en la lectura de un
paper que seguramente no escribió ni leyó, antes le susurró a su asistente
“Boludo, es textual de Milei” sin reparar que estaba microfoneado. Papelonazo.
Las golpizas digitales se
pretenden correctivos de los librepensadores.Y se ensañan especialmente con los
propios. Esta semana la emprendieron contra el senador Francisco
Paoltroni que terminó expulsado del paraíso por expresarse en contra
de la designación de Ariel Lijo para integrar
Mauricio Macri sufrió una paliza memorable mientras comía la pasada
semana milanesas en Olivos. De manera casi simultánea, las angelicales fuerzas
del cielo digitales lo masacraban mientras supuestos agentes de inteligencia
pedían pista en Comodoro Py para interesarse en causas que lo involucran.
Después de que le aplicaran el
operativo de ablandamiento, esta semana el ex presidente volvió a cenar en
Olivos. De la golpiza a los mimitos. Visto desde afuera parece una relación un
tanto tóxica. Por el momento los dos se cubren los moretones. Solo el tiempo
dirá cuál es la verdad de la milanesa.
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