La
rememoración de Telma Luzzani
noviembre 09, 2019
¿Qué nos dejó el evento? (*)
Parecía
ser un jueves cualquiera, pero aquel 9 de noviembre de 1989 la historia del
siglo XX iba a cambiar para siempre.
En
Berlín, faltaban pocos minutos para las siete de la tarde cuando Günter
Schabowski, funcionario del Partido Comunista de la República Democrática de
Alemania (RDA), terminó de leer un comunicado significativo, pero al no ser de
aplicación inmediata, carecía de espectacularidad.
Hacía
meses que los países del bloque comunista en Europa Oriental venían tomando
medidas de distensión y en ese marco Schabowski anunció un cambio: los alemanes
de la RDA podrían
viajar a la Alemania capitalista
“sin trámite previo”. De repente un periodista preguntó “¿A partir de cuándo?”.
El funcionario que no había leído previamente el texto completo del decreto
titubeó. Primero buscó atolondradamente los datos y, como no los encontró,
respondió: “Enseguida”.
Aún sin
celulares ni conectividad global, la noticia atravesó el mundo como un rayo:
“¡Cayó el Muro de Berlín!”. Uno de los lugares más peligrosos del planeta; la
frontera donde capitalismo y comunismo habían confrontado durante décadas por
la hegemonía mundial y, por eso mismo, estaba siempre al borde del estallido
nuclear, había dejado de existir.
Esa noche,
cientos de alemanes de uno y otro lado escalaron ese muro que durante 28 años
había separado Berlín oriental y occidental, ese símbolo de la Guerra Fría largamente
citado en las novelas de espionaje de John Le Carré o Ian Fleming y que
aparecía en películas memorables como Octopussy (1983), con
Roger Moore interpretando a James Bond, el personaje de Fleming o El
espía que vino del frío (1965), basada en una novela de Le Carré) y
actuada por Richard Burton.
A partir
de la noticia, familias enteras pasaron de uno al otro lado de la Puerta de
Brandenburgo. Algunos rompían pedazos de hormigón y se los llevaban de
recuerdo. Los ossies (como se denominaba despectivamente a los
berlineses orientales) que llegaban a la RFA recibía 100 marcos de regalo (50 dólares
de la época) pero pronto descubrieron que Berlín Occidental estaba bien
aprovisionado, pero era carísimo y con ese dinero no se podía adquirir casi
nada. En cambio, los occidentales que también cruzaron el muro para curiosear
Berlín Oriental compraban libros, discos y muchas otras cosas, a menos de la
tercera parte de lo que pagaban en el sector capitalista.
Aquel 9
de noviembre de 1989 se cerró un ciclo abierto en 1945, cuando la Alemania nazi,
derrotada, fue dividida y ocupada por los vencedores. El sector oriental estaba
controlado por la
Unión Soviética y el occidental por Estados Unidos,
Francia y Reino Unido. Berlín tenía una situación particular ya que estaba
situada dentro de la zona de ocupación soviética, pero internamente reproducía
el mismo esquema Este /Oeste. En agosto de 1961 el gobierno de la RDA erigió una pared
entre ambos, con el argumento de que, desde Berlín occidental, se incitaba a
sus ciudadanos a la fuga. El muro se extendió unos 120 kilómetros y
tenía 3,60 metros de altura, una nimiedad si se piensa en el que
levantó Estados Unidos contra México de 3.180 kilómetros y una altura
que va de 5,5 a 9,1 metros. En cuanto al muro entre Israel y
territorios palestinos, mide unos 800 kilómetros con un promedio
de 7 metros de altura y características altamente
inexpugnables.
También
las cifras de muertos por estos “muros de la vergüenza” estremecen. En plena
Guerra Fría, muchos alemanes orientales intentaron llegar al oeste de formas
muy osadas: hubo quienes cruzaron a nado por los ríos que bordeaban la pared;
otros intentaron burlar la prohibición viajando en globos aerostáticos o dentro
del baúl camuflado de un auto. En 28 años, 41.000 personas lograron llegar a
Berlín Occidental y 136 perdieron la vida en el intento. En cambio, en la frontera
méxico-norteamericana en un solo año (2017) murieron tres veces más: 412
personas según la Organización Internacional de Migraciones. Y
el número va en aumento, sin contar con el sufrimiento de hijos pequeños
separados de sus padres y otras violaciones a los derechos humanos.
El cambio
en el orden mundial que significó la caída del muro todavía hoy sigue
impactando. Paulatinamente medio siglo de Estado de Bienestar entró en su
ocaso. Desde los ámbitos académicos y mediático se instaló la idea de que el Estado
era un obstáculo y la iniciativa privada una panacea. Creció el poder de las
multinacionales y la injerencia de lo económico/financiero por sobre lo
político y lo productivo.
Dos años
después, con el colapso de la
URSS, un acervo importante de teorías, valores e ideas
defendido durante décadas por una parte importante de la sociedad del siglo XX
quedó, como mínimo descalificado. Las utopías de transformar colectivamente la
realidad para alcanzar un mundo igualitario, sin hambre ni explotación, más justo
y pacífico fue reemplazado por un discurso de individualismo impiadoso, por la
teoría del crecimiento indefinido y por la compulsión al consumo.
Hoy, 30
años después, vemos la cara descarnada de aquellas esperanzas. Hay muchas
preguntas, pero basta una: aquel “mundo libre” que se prometía ¿era éste donde
26 millonarios tienen la misma riqueza que 3.800 millones de personas?
* Autora
de “Todo lo que necesitás saber sobre la Guerra Fría” Editorial
Paidós.
(*) Página/12
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