La columna de economía de Claudio Scaletta
Degenerados de la deuda
El Destape
30/3/025
A veces es necesario barajar y dar de nuevo. Empezar el
análisis desde cero, desde lo más obvio. Uno de los problemas centrales de
la economía local es que no tiene moneda.
Es decir, existe una moneda transaccional, pero que no es reserva de valor y se
le complica su función como unidad de cuenta. Ello obliga a utilizar una tercera moneda para
cumplir las funciones ausentes, abrumadoramente el dólar, una imposición de
hecho que agrava el problema estructural de la escasez de divisas, comerciales
y financieras. Reformulando, la economía local no tiene moneda, su productividad es baja, sus
exportaciones no alcanzan y, para completar, necesita transformar una parte
de su valor agregado en dólares como reserva de valor.
Si estas características no se subsanan se está frente
a una
economía insustentable, cualquiera sea el signo del gobierno. Y
la insustentabilidad se expresa, continua o cíclicamente, en dos agregados
macroeconómicos relevantes, la inflación y el crecimiento. Así lo atestiguan
los recurrentes shocks inflacionarios, el continuo aumento del endeudamiento
externo y, como calculó el economista Juan Manuel Telechea, trece años
ininterrumpidos de caída tendencial del PIB per cápita, el que a fines de 2024 se encontraba
14 por ciento por debajo del pico de 2011. Deténgase un momento
en el número, lector: en promedio los argentinos son hoy 14 por ciento más pobres que hace
tres lustros. Y no hubo ninguna guerra.
Acerquémonos al problema. La pregunta de fondo es por qué la moneda propia no
cumple sus funciones. La respuesta obvia es “por los largos y
persistentes períodos de alta inflación” desde hace medio siglo, lo que
traslada la pregunta a las causas de la inflación, cuya respuesta demanda
romper la lógica binaria, en tanto existen dos abordajes para el problema que
no deberían oponerse.
Desde una mirada ortodoxa la respuesta es
que existió
un Estado que gastaba más de lo que recaudaba, lo que
significaba incurrir en un déficit fiscal que se financiaba con la creación de
dinero. Dicho de otra manera, el déficit se monetizaba y ello daba lugar a la
suba generalizada de precios. Desde una perspectiva heterodoxa, o menos ortodoxa, la
respuesta es que el verdadero problema no era el déficit interno, sino el
externo. Cuando la economía crece, las importaciones crecen más
rápido que las exportaciones, aparece el estrangulamiento externo, los dólares
no alcanzan, aumenta su precio en pesos y ello se derrama al conjunto de la
economía.
Las dos posturas suelen combatirse mutuamente en una suerte
de River - Boca teórico con contendientes que se ponen las camisetas. La tendencia de la
heterodoxia es a minimizar el déficit interno y la de la ortodoxia es a
minimizar el externo. El debate entre ambas posturas fue
abordado en este espacio muchas veces y ya aburre un poco.
No se persigue aquí encontrar un punto de equilibrio entre
ambas posturas, sino entender que ambas visiones no son excluyentes. Ambos déficits,
el interno y el externo, son sumamente problemáticos. El problema del déficit
interno, el fiscal, suele ser abordado por la heterodoxia local como si la
economía vernácula fuese igual a la de un país normal, es decir a la de un país
que tiene moneda y mercado de crédito en moneda propia y, en consecuencia,
puede financiar el déficit fiscal en su propio mercado.
Pero el déficit presupuestario no funciona
igual en un país sin moneda que en uno con moneda. Y tampoco funciona igual en un
país con restricción externa y sin reservas internacionales. La
presentación de gráficos comparativos entre el déficit local y el de los países
más desarrollados con el objetivo de mostrar que el déficit fiscal no es
problemático simplemente denota incomprensión sobre el funcionamiento de la
economía local. Sí, CFK en sus clases magistrales y en sus cartas estuvo
horriblemente asesorada.
El problema de los déficits fiscales en una economía que no tiene
moneda, mal caracterizada como “bimonetaria”,
no es que el déficit se monetiza, sino que se dolariza, lo que consecuentemente
impacta sobre el déficit externo. Es por ello que los gobiernos ortodoxos dicen
que toman deuda externa para financiar el déficit interno, algo
que desde el punto de vista de la teoría está mal, en tanto no se necesitan
dólares para pagar deudas en pesos. Pero de nuevo, son todos mecanismos que
funcionan en economías que tienen moneda.
Lo que sucede en una economía sin moneda es que el déficit termina siempre,
antes o después, en aumento de la demanda de divisas y, como
al mismo tiempo ello profundiza el déficit externo, el resultado es que se
producen devaluaciones permanentes y procesos inflacionarios más o menos intensos.
No solamente porque aumentó la cantidad de dinero, sino porque al mismo tiempo
no aumentó la provisión de dólares. La primera conclusión provisoria no es en
absoluto novedosa. No hay salida para la economía local si no se reconstruye la
moneda al mismo tiempo que se aumenta la provisión de divisas genuinas,
lo que corre para cualquier tipo de gobierno.
Ahora bien, si en una economía sin moneda el déficit fiscal
se dolariza, parece evidente que el equilibrio fiscal, combatir el déficit
interno, es una condición necesaria indispensable como
mínimo hasta que se recupere la función de reserva de valor de la moneda. Esta
afirmación debería ser un axioma grabado a fuego para cualquiera que aspire a
conducir la economía local. Pero este equilibrio fiscal no es una condición suficiente,
en paralelo se debe evitar también el déficit externo. O se aumenta la
provisión de divisas o se reducen las importaciones. La combinación de equilibrio
fiscal y déficit externo también es inflacionaria y también es insostenible. Es lo que sucede en el
presente.
Aquí vamos a repetir algo que fue escrito muchas veces.
Cualquier gobierno tiene la posibilidad de decidir en qué nivel quiere mantener
el tipo de cambio, el precio del dólar, pero para ello tiene que tener con qué.
La administración de Javier Milei logró a rajatabla equilibrio fiscal por la vía de una
potente reducción del gasto que recayó fundamentalmente
sobre las espaldas de los jubilados y de la obra pública, es
decir sobre el progresivo deterioro de la infraestructura, con lo cual
consiguió la condición necesaria de que el déficit interno no se transforme en
demanda de divisas, pero al mismo tiempo insiste en mantener un tipo de cambio
atrasado como ancla inflacionaria, lo que se traduce
en aumento
de las importaciones y desaliento a las exportaciones, y lo
que profundiza
el déficit de la cuenta corriente del balance de pagos.
Como la economía, si alguna vez lo logra vía el desarrollo
de la explotación de los recursos naturales, tardará muchos años en generar los
dólares necesarios para financiar el desbalance implícito en el actual nivel del
tipo de cambio, la única alternativa es encontrar fuentes alternativas para la
provisión de divisas. El gobierno intentó primero generar un shock de ingreso de capitales
con el RIGI, no funcionó, luego el mago del endeudamiento, Luis
Caputo, sacó de la galera el exitoso blanqueo de capitales que
ingresó 23
mil millones de dólares, lo que le permitió al modelo
libertario seguir respirando unos meses más. Desde fines de 2024 y comienzos
de este año, todas las expectativas pasaron al pulmotor de
tomar más
deuda externa. Como la sobretasa de riesgo de la economía local
impide endeudarse en los mercados voluntarios, la única opción es recurrir a
los organismos multilaterales.
El FMI está empernado con
El resultado a la vista es el inicio de un proceso
devaluatorio y el cambio de tendencia del ciclo de baja relativa de la
inflación. Pero la cuestión de fondo es que seguir tomando
deuda extra dejará como saldo principal el agravamiento de la situación externa
de largo plazo. En adelante el improbable Nobel de economía y experto en crecimiento no tendrá
prácticamente nada para mostrar y seducir a sus votantes. Los
mandriles estarán en otra parte.
La segunda conclusión preliminar y la lección para cualquier
futuro plan económico es que no alcanza solamente con no ser degenerados fiscales,
tampoco hay que ser degenerados externos, es decir degenerados tomadores de
deuda en divisas.
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