La columna política de Edgardo Mocca
La aguda crisis del gobierno y las perspectivas del campo
popular
El Destape
30/3/025
El ascenso de Milei a la presidencia es mucho
más un episodio del marketing político que un punto en el desarrollo de
la crisis
argentina. No tienen ninguna importancia las apelaciones a
tradiciones gloriosas del liberalismo argentino ni la defensa ultramontana de
la “libertad
económica”: la construcción artística del personaje es, claro,
un asunto de mucha importancia: tanto como que fue factor decisivo del voto que
lo llevó a la presidencia de la nación. A lo que estamos asistiendo es al viejo
tema del choque entre los dogmas y las situaciones reales de la política. ¿Es el mismo Milei el que dijo
que el Papa era un enviado del “maligno” y el que rindió pleitesía a Francisco
en el encuentro protocolar?
La política necesita agentes que -más allá de su ideología-,
hablen con autoridad al alma de sus pueblos. Pero ahí interfiere un
problema: el de la verdad. La verdad es el gran problema de la política.
Porque el
político, más allá de las demandas del pragmatismo extremo, está obligado a
llevar su ser político a las exigencias más intensas. En otras
palabras, qué tiene que hacer un político cuando sus convicciones morales
más intensas y sinceras se encuentran con la dura realidad de los hechos
(cambiantes y contradictorios como son) y cuando hay que
elegir entre dos caminos contradictorios y de riesgosas consecuencias. Milei emergió
en la política argentina enunciando una complicada mezcolanza entre principios
éticos o ético-religiosos (como tales supuestamente inconmovibles por las
circunstancias concretas en el tiempo y el espacio). “O sea, yo soy un liberal
extremo y para llevar al mundo al liberalismo extremo tengo, al mismo tiempo
que dialogar con quienes reniegan del neoliberalismo, porque necesito su apoyo,
su acompañamiento…sus votos.
El presidente trata de ascender hacia la cumbre por un
camino que, como todos, es extraño, zigzagueante y cuya suerte no depende de
los sabios de la tribu sino de la tribu en su conjunto. Este problema del cruce
entre los ideales y la historia viva ha sido muy crítico para las izquierdas y
las fuerzas populares. Perón fue, acaso, el líder político-práctico
que dejó una herencia reflexiva más rica sobre la cuestión; decía "prefiero al malo
antes que el bruto, porque el malo puede llegar a hacerse bueno, pero el bruto
nunca llegará a ser bueno". El tono pícaro es el recurso
de Perón para hablar de uno de los problemas centrales de la historia
política: la de la relación entre la política y la moral.
¿Tiene todo esto algo que ver con nuestra
realidad actual? Maquiavelo meditó sobre este problema más que
ningún pensador a través de los tiempos. Y fue quien pudo ensayar un modo de
encararlo que más allá de pretensiones teóricas pueda aportar a la
reflexión. La moral de la política, sugería, no está en la moral individual
de quien la practica, está en la subordinación de cualquier
objetivo individual del político a la grandeza de su propio estado. La patria primero, después el
“movimiento”, al final los hombres (y, claro está, también las mujeres).
El tiempo actual de nuestra historia es el posterior, el que sigue al declive de la
principal experiencia nacional-popular posterior al peronismo inaugural. Desde
2001-2003 hasta acá la vena nacional-popular recuperó prestigio,
atractivo…recuperó pasión. El peronismo volvió
a ocupar el lugar simbólico del nacionalismo popular, enriquecido, como lo fue,
por la confluencia de culturas de izquierda, igualmente indispensables a la
hora de pensar el horizonte político- ideológico popular.
Entramos en tiempos electorales, de modo que es poco
aconsejable hablar de estos temas haciendo abstracción de la disputa, de la
lucha -que es, en el fondo, el contenido de la política. De lo que habrá que conversar
es sobre el modo de derrotar -del modo más contundente posible- a la oleada
neoliberal que, dicho sea de paso, atraviesa una etapa crítica.
Fracasó en la satisfacción de demandas socioeconómicas, tanto como en la
creación de un clima de convivencia política civilizada. Construyó una mirada
retrospectiva de nuestra historia que consagra a los terroristas de estado y
estigmatiza a los luchadores sociales. Una mirada absolutamente
esclava de la mirada del gobierno de los Estados Unidos. Una
mirada que renuncia a nuestra identidad nacional y reniega de nuestra
pertenencia a la patria chica latinoamericana.
Es desde esta perspectiva latinoamericana y desde esta convicción democrática y
popular que podemos impulsar la más amplia unidad. Una unidad
capaz de superar legítimas diferencias, en la conciencia de que es el camino
para abrir camino a mejores tiempos.
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