La postura de Jorge Liotti
El futuro
del dólar. Milei, ante el momento más decisivo de su gobierno
Fuente:
(*) Notiar.com.ar
30/3/025
Los
días de otoño se le están haciendo eternos al Gobierno. Cada ronda de los
mercados exhibe mayor incertidumbre, y la espera de la oficialización del
acuerdo con el Fondo Monetario Internacional se le hace interminable. La
inquietud tuvo un pico el miércoles a la noche, tras la novena jornada
consecutiva de pérdida de reservas, y terminó con Luis Caputo llamando a
Kristalina Georgieva para pedirle que lo autorice a difundir la cifra del
acuerdo, con el objetivo de moderar la incertidumbre.
Para
el jueves se armó el operativo contención. Antes de que abrieran los mercados,
el ministro de Economía salió a decir que
Todas
manifestaciones de la urgencia por dar señales de sosiego, ganar tiempo y
llegar hasta la reunión del directorio del Fondo. Dicen que hubo otra gestión
para que el viernes el FMI confirmara el monto del paquete de ayuda. Pero los
mercados a veces no escuchan las palabras, sino que ven los gestos, y lo que
terminaron percibiendo de toda la secuencia fue confusión e imprecisión.
En
la reunión de gabinete de ese mismo jueves y en charlas reservadas durante la
semana, Caputo transmitió que el acuerdo ya está cerrado pero que el problema
es que hay esperar la próxima reunión del board para dar todos los detalles. De
hecho el adelantamiento de la cifra fue una licencia no habitual. En esas
conversaciones en la cima del poder el ministro y el Presidente dejaron
trascender algunos datos que son clave para el futuro del modelo económico.
Precisaron
que el programa que se está conversando va implicar una salida del crawling peg
para pasar a un esquema de flotación cambiaria administrada, con un cronograma
determinado, que en un plazo fijado concluya en una flotación libre sin
intervención del Banco Central. “No va a ser un ‘vamos viendo’, va a ser un
proceso diseñado”, aclaran quienes los escucharon.
En
paralelo, se procederá al levantamiento gradual de las restricciones
cambiarias, que no se postergará para después de las elecciones como se había
especulado. “Nos imaginamos una salida rápida del cepo. No vemos razones para
que haya un salto brusco porque vamos a tener US$50.000 millones para una base
monetaria de US$26.000 millones, que se va a mantener constante. Vamos a un
esquema de neoconvertibilidad”, se entusiasman en
En
una exposición esta semana el economista Ricardo Arriazu, muy respetado en el
universo libertario, dijo que “no alcanza para salir del cepo” el monto
prometido con el Fondo porque serían necesarios US$35.000 millones, y exhibió
sus dudas sobre el éxito de una flotación “si la gente sigue considerando al
dólar como unidad de cuenta. Este programa se basa en que la gente quiera pesos
y que no se emita. Y eso no está pasando ahora”.
En
el Gobierno asumen que los US$20.000 millones del acuerdo serán “de libre
disponibilidad”. Este es un punto crucial y aún genera muchas dudas. Según
fuentes con acceso al FMI, la burocracia del organismo lo máximo que podría
aceptar serían US$6.000 millones frescos, más US$14.000 millones para pagar
vencimientos, con lo cual salir del cepo sería muy difícil.
Por
eso durante su última visita a Washington Caputo, Santiago Bausili y José Luis
Daza habrían intentado convencer al secretario del Tesoro, Scott Bessent, de
ampliar el monto de fondos frescos hasta US$20.000 millones, más los US$14.000
millones para vencimientos, una idea que el funcionario no habría desechado,
pero que exigiría una intervención política de Donald Trump. En
El
Presidente se aproxima al momento más decisivo de toda su gestión, al test
definitivo de su programa económico, que hasta ahora funcionó a partir de una
fuerte convicción fiscal y un régimen monetario austero, pero que ahora
requiere dar el paso final hacia la liberación cambiaria. Se van a poner en
juego los principales postulados de Milei y de Caputo: si pueden salir del cepo
sin que se devalúe la moneda, si efectivamente no hay pesos suficientes para
que una corrida se lleve puesto todos los dólares y, finalmente, si se puede
encontrar un valor de equilibrio que permita estabilizar definitivamente la
economía sin afectar la producción local.
Desde
la mirada oficial, este desafío hubiese sido deseable afrontarlo después de las
elecciones de octubre, pero los hechos se precipitaron. En parte, por los
efectos globales de las medidas arancelarias de Trump, pero también porque el
crawling peg estaba exhibiendo agotamiento. Algunos aseguran que Caputo había
propuesto a principio de año no bajarlo a 1%, cuando varias monedas del mundo
se devaluaron, pero que al final primó la necesidad de anclar expectativas
inflacionarias, con vistas justamente a las elecciones. Ahora el riesgo es
mucho mayor porque están en un punto de no retorno. Si el Gobierno atraviesa
con éxito este Rubicón, tendrá allanado no sólo el camino hacia octubre sino de
cara a las reformas estructurales que aspira a hacer. Si no, entrará en una
dimensión desconocida.
Nueva etapa
El
segundo año de la gestión de Milei se inició, políticamente hablando, con su
discurso en Davos. Hasta ese 23 de enero continuaba la inercia triunfal del
2024, donde la estabilidad económica y la centralidad política le daban al
Presidente una holgura inesperada cuando llegó al poder. Hoy el escenario es
más complejo. Y en ese contexto hay dos interrogantes que rodean a la
estrategia oficial, durante mucho tiempo incuestionable. El primero: si las
mismas lógicas (económicas, políticas, comunicacionales) que resultaron
exitosas en el primer tramo, mantienen su vigencia en este nuevo escenario. En
el entorno presidencial las respuestas son contundentes: “No vemos ninguna
razón para cambiar. No hay replanteos; al contrario, vamos a profundizar lo que
venimos haciendo”.
El
politólogo Andrés Malamud disiente con esta visión por entender que “la segunda
etapa no requiere de los mismos instrumentos que la primera. Hay enunciadores
que están desgastados, pero sobre todo se desgastó la palabra del gobierno. Un
gobierno vive del orden y en la actualidad los candidatos necesitan caos. Este
es un gobierno que llega con las mejores estrategias electorales alimentándose
del caos, pero una vez que llegaron arriba, necesitan lo contrario a lo que lo
llevó al poder. Al principio consiguieron conciliar ambos conceptos, pero eso
se acabó”.
Rodrigo
Martínez, de la consultora Isonomía, resalta dentro de este marco de referencia
que haber cumplido, al menos temporalmente, con la demanda de bajar la
inflación somete al Gobierno al desafío de encontrar nuevos ejes discursivos.
“La inflación dejó de ser un problema de la realidad (bajó 35 puntos como
principal inquietud) y pasó a ser un problema de percepción. Por eso ahora
crecen demandas vinculadas con el metro cuadrado de cada ciudadano, como
empleo, seguridad, poder adquisitivo. Y eso se expresa en un dato de nuestras encuestas:
el 50% dice que Milei soluciona ‘los problemas de
El
segundo interrogante es si le resulta funcional al Gobierno correrse de los
tres ejes principales del mandato social recibido (economía/inflación;
seguridad/orden; anticasta/antisistema) para explorar agendas más amplias y
diversas. En definitiva, si la “batalla cultural” le rinde en términos de
consolidación de su proyecto. Milei no tiene dudas y lo enfatizó esta semana
cuando señaló que “se puede hacer un gobierno maravilloso y si no se da la
batalla cultural después te llevan puesto”. Es decir, es una condición
ineludible para darle sustentabilidad a las reformas que promueve.
Malamud
hace una distinción en ese sentido, al plantear que “el discurso antiwoke es
efectivo donde el gobierno es fuerte, en el interior, donde prevalece una
cosmovisión y una sensibilidad más conservadora. Pero al mismo tiempo lo
desperfila en el AMBA y en los mercados, que se preocupa cuando el Gobierno se
pone a dar batallas que considera secundarias”.
Este
aspecto es políticamente crucial cuando el cierre de listas porteñas preanuncia
la primera gran prueba electoral del Gobierno. Una contienda históricamente
irrelevante, adquirió una envergadura nacional por el hecho de haber sido
desdoblada y porque expone la competencia entre LLA y Pro. La ciudad fue la
cuna de Milei, aunque nunca le dio el mismo nivel de apoyo que le brindó el
interior. También es el origen y el bastión del macrismo. Buenos Aires se
transformó en
Entre
ellos habrá una compulsa de candidatos muy identificados con cada espacio,
Silvia Lospennato y Manuel Adorni, pero también una puja de agendas. El Pro
buscará hablar de la ciudad y de su gestión de 17 años. LLA del modelo
libertario y de cómo adaptar la motosierra a lo vecinal. Ambos tendrán sus
respectivos spoilers, Horacio Rodríguez Larreta y Ramiro Marra. ¿Qué harán en
campaña? ¿Lospennato criticará al Gobierno al que varias veces acompañó en el
Congreso? ¿Adorni hablará de la suciedad en las calles aunque nunca fue parte
de su agenda? ¿Marra cuestionará a Milei o a Jorge Macri? ¿Larreta peleará
contra sus excompañeros o irá a la pesca de votos más progresistas?
Pero
de fondo hay una dinámica más importante a descubrir en la elección porteña, y
es si la disputa libertaria-macrista se transforma en el foco de atracción y
potencia a ambos espacios, o si por el contrario los encierra en una pelea de
gallinero y le libera el camino al radical-peronista Leandro Santoro, quien
emerge como el único oponente con chances ciertas ante el astillamiento de la
derecha. La sociedad parece observar este espectáculo con distancia y todavía
sin entusiasmo. Se sorprende con la excitación de la dirigencia.
La fractura de la clase media
La
diferencia de clima político y social entre el AMBA y el interior es abordado
en un interesante trabajo de la consultora de Fernando Moiguer, en el que se
plantea que
Este
crecimiento desparejo marcará un desafío especialmente para el conglomerado
urbano de Buenos Aires. “Desde la década del 70, el excedente que generaba el
agro terminaba en la industria, a partir de un rol de redistribución del
Estado. Ahora el excedente minero y energético, no se va a redistribuir, y eso
va a generar nuevos enclaves y nuevos conurbanos. El GBA va a pagar el costo en
términos de empleo y la ciudad se quedará sin proyecto de desarrollo”, explica
Moiguer.
A
partir de ese diagnóstico, el trabajo se corre de la variable geográfica y se
enfoca en la dimensión social que tiene este crecimiento heterogéneo. Lo hace a
partir de identificar una ruptura en la conformación de la tradicional clase
media argentina, a la que representa como “desdibujada” (en 2004 el 91% se
identificaba como tal y ahora sólo lo hace el 47%) y “desparametrizada” (no
sabe cómo medirse, perdió poder adquisitivo, y conceptos culturales como nivel
educativo o acceso al trabajo formal no funcionan más como factor de progreso e
identificación). Un proceso que fue germinando a lo largo de los últimos años.
En
consecuencia, se produjo un desacople profundo entre una angostada clase media
clásica que se sigue identificando como tal (un 18%) y una clase media en
retroceso, que se siente cada más parecida a la clase baja (un 26%). Sus
consumos, su estructura de vida y su dinámica cultural y educativa se aproximan
cada vez más a la base de la pirámide, y se aleja definitivamente del
aspiracional de volver a pertenecer al tronco central de la estructura social.
Rodrigo Martínez los define como “los últimos caídos”. Esto da como resultante
una fractura en el sector que históricamente funcionó como amalgama social,
como factor de identidad nacional y como símbolo de progreso social. Es una
división entre dos argentinas cada vez más marcadas.
Así
como en su momento la clase media era la que explicaba las dinámicas dominantes
del país, ahora el sujeto social definitorio es la clase media-baja. Es la que
queda debajo de la línea de pobreza si sube la inflación, pero también la que
más rápido capitaliza la reactivación económica.
Allí
también anidan muchos votantes del Milei 2023 que volverán a ser interpelados y
que hoy oscilan entre mantener la expectativa y un nuevo desencanto. El
Presidente debe convencer a los mercados y a la clase media-baja al mismo
tiempo. Un desafío desmesurado.
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