El enfoque de Ricardo Aronskind
El desquiciado es el
proyecto
El cohete a
¿En qué sentido Milei es diferente a los
experimentos neoliberales anteriores?
Una de las discusiones entre los
opositores en serio a este experimento neoliberal-neocolonial es en qué medida
la práctica política de este gobierno es diferente a otras gestiones que
reconocieron una inspiración similar, como la de la última dictadura
cívico-militar, el período menemista o el macrismo.
Algunos sostienen que no hay novedad
alguna, que sólo se retomó un conjunto de líneas estratégicas que ya estaban
prefiguradas en el discurso del 2 de abril de 1976 de Martínez de Hoz, mientras
que, en la otra punta, hay quienes ven un quiebre cualitativo en el tipo de
gobierno que tenemos a partir de diciembre de 2023.
La respuesta dependerá, entre otras
cosas, de qué factores se elijan ponderar, qué se privilegie en el análisis, si
la política, la economía, la situación social, la cultura o el discurso
gubernamental.
Por supuesto, siempre es posible
encontrar variaciones entre los períodos, porque incluso no fueron homogéneos
con relación a sí mismos.
Un gran autor británico, Perry Anderson,
analizó la función del Estado en el capitalismo contemporáneo, y estableció con
bastante claridad que tenía dos funciones relevantes: apoyar y promover en el
proceso de acumulación de capital —así funcionaba el capitalismo hasta hace un
tiempo— y realizar políticas públicas para favorecer la legitimación social del
sistema. No inventaba nada, sino que describía los cambios que habían ocurrido
en el Estado capitalista desde el surgimiento de la revolución industrial en
Inglaterra hasta el estado expandido del Reino Unido luego de
Milei representa un quiebre con relación
a anteriores gobiernos neoliberales, que, si bien fueron afectando la distribución
del ingreso y debilitando la capacidad estatal para proveer de bienes y
servicios necesarios a la población, no procedieron a atacar frontalmente
bastiones básicos de ciertos consensos argentinos: la salud pública, el acceso
masivo a la educación, la promoción de la cultura nacional, el financiamiento
de logros tecnológicos que nos ponían (parcialmente) en el club de los países
con alto desarrollo.
Todos los gobiernos neoliberales
anteriores preservaron ciertos pisos sociales básicos, tanto por preocupaciones
“antisubversivas” como por la necesidad en democracia de juntar mayorías
electorales y evitar conflictos sociales que pudieran tornarse violentos.
El menemismo cuidó de ciertos
equilibrios mientras implementaba puntillosamente las recetas neoliberales del
Consenso de Washington. Macri, en cambio, no tuvo tiempo para desarticular
plenamente las mejoras sociales verificadas en el período kirchnerista, aunque
el descalabro financiero y el acuerdo con el FMI lo llevaron a dañar claramente
los indicadores sociales. Pero la ayuda social masiva nunca fue abandonada.
Milei mantiene actualizadas las
transferencias monetarias hacia los sectores más vulnerables, pero arrasa con
todas las instituciones sociales construidas a lo largo de mucho tiempo,
encargadas de la protección de cuestiones elementales. Toda la salud pública
(hospitales, investigación, formación de profesionales), desfinanciada; las
instituciones como las jubilaciones y pensiones, reducidas; el suministro gratuito
de los medicamentos oncológicos, suprimido; las oficinas encargadas de la
vacunación masiva, desmanteladas, así como diezmados o eliminados todos los
organismos de regulación y control que tengan que ver con preservar la salud o
la vida de las personas.
No hay aquí intención de disimulo del
carácter destructivo de la gestión libertaria, ni de ofrecer una idea
fantasiosa de modernización como hicieron otras administraciones.
Milei, como Presidente imprevisto e
improvisado, no tuvo tiempo en su corta carrera, ni con su minúscula fuerza
política sin aparato ni medios propios, de instalar un discurso hegemónico para
explicar que “hay que esperar 35 años para ser Alemania”, o que eliminar áreas
del Estado vitales para la población generará prosperidad.
Alcanzó con encontrar sembradas las
semillas de la desconfianza en lo público, a partir de la degradación real de
ciertas instituciones que debían personificar al “Estado presente”, y convocar
al malestar acumulado con discursos populares no cumplidos, más la penetración
formidable del discurso anti-político de la derecha, que ya lleva décadas entre
nosotros.
Sólo los apaleamientos públicos de los
miércoles, frente al Congreso, generaron cierto malestar social porque se puede
ver la asimetría de poder entre los jubilados golpeados y el Estado represor
desplegando su aberrante potencia para el mal.
Vale la pena volver sobre este punto:
muchos de los gastos recortados no hacen ninguna diferencia presupuestaria.
Al contrario: visto en forma
estratégica, se está comprando una serie de problemas a futuro, vinculados al
costo de no atender oportunamente y prevenir enfermedades cuyos tratamientos
serán mucho más costosos.
Hoy, la alternativa a gastar como
corresponde es que la gente se enferme o muera innecesariamente, cosa que no es
un problema en el universo neoliberal. Los ricos, piensan ellos, no morirán por
falta de atención médica.
¿Pero si no es por el sagrado
“equilibrio presupuestario”, por qué, entonces, la destrucción de la salud
pública? El sector privado no está en condiciones de hacerse cargo de las masas
desprotegidas, y las mayorías abandonadas por el Estado no tienen ingresos para
convertirse en público rentable de las empresas de salud privadas.
¿Cuál es la idea que hay detrás del
desfinanciamiento salvaje del cuidado sanitario de la población?
Al menos hay tres factores que convergen
en el actual desastre sanitario:
1. Un
grupo de decisores políticos que llegó al poder sin la menor comprensión de lo
que significa conducir un país, sin las mínimas condiciones éticas y humanas
necesarias para ejercer esa función, y sumergido en delirios ideológicos
marginales, sin aplicación en países avanzados.
2. Una
parte de la población en estado de profunda desorientación política,
desinformada y despolitizada, que eligió apostar a una novedad que prometía
“romper todo” lo existente —que para ellos era lo suficientemente malo como
para aceptar su demolición—, y que suponían que para ellos no tendría costos.
3. Una
elite económica que no muestra ningún tipo de identificación con el país en el
que acumula su riqueza y que no tiene la más mínima preocupación por el destino
colectivo de la población. Concentrada en obtener grandes negocios en corto
tiempo, convalida desde su poder social cualquier salvajismo mientras se
promocione su agenda propia.
"EL CAMBIO": ESTAFA Y MANIPULACIÓN
Luego de concederle, insólitamente,
12.000 millones de dólares frescos al gobierno de Milei para que mantenga a
flote el esquema dólar quieto/inflación baja hasta las elecciones, la directora
gerente del FMI, Kristalina Georgieva, hizo declaraciones: “Domésticamente, el
país (
Georgieva nos da la oportunidad para
abordar la palabra “cambio”, tan usada por la derecha argentina en las últimas
décadas. “Cambiemos”, “Juntos por el cambio” ejemplifican la apropiación astuta
por parte de los sectores más conservadores de una palabra simpática, pero que
encubre la profunda intención antipopular del proyecto que la enmarca.
Para la derecha local, el “cambio” lo
empezó Martínez de Hoz, abriendo la economía, habilitando la timba financiera y
endeudando al Estado Nacional y a las grandes empresas públicas. Siguió con “el
cambio” Menem, privatizando, achicando el Estado, abriendo la economía a las
importaciones y debilitando la industria nacional.
Retomó “el cambio” Macri, tratando de
reformar el sistema jubilatorio, la legislación laboral y el sistema
impositivo. Como fracasó económicamente, se tuvo que conformar con reendeudar
al país con el FMI. Y ahora, en palabras de Georgieva, “el cambio” lo encarna
Milei.
En ese universo de ideas, el “cambio” se
traduce en un conjunto de “reformas”. Las “reformas”, nombre que podría ser
interesante, se transforman en medidas con una meta definida: el debilitamiento
del Estado, la pérdida de derechos sociales y laborales, la privatización de
las jubilaciones, la redistribución regresiva del ingreso, la extranjerización
económica y el fortalecimiento del poder de las corporaciones privadas a costa
del resto de la sociedad.
Ese es el “cambio” que propicia la
derecha local y mundial en
Es la jerga neoliberal: usan palabras
amables para los peores fines. Y todo pensado en función de cautivar al
auditorio.
“Cambio” lo usan para la gilada en
general. Cae bien y es la nada al mismo tiempo.
“Reformas”, en cambio, lo usan para un
público supuestamente más ilustrado: el mundo académico, las diversas
tecnocracias administrativas y los políticos dóciles que quieren adquirir
vocabulario “técnico” para parecer profundos. Hablan de “reformas” como si
todos supieran a qué se refieren y cuál es la lógica que las organiza.
La tercera palabra, la que expresa la
verdad programática del capitalismo rapaz actual, es la palabra no dicha. Es la
única que, a diferencia de las otras dos, no es ambigua: negocios.
Eso es lo que hay detrás de las reformas laborales, previsionales, impositivas, las desregulaciones y otras acciones promovidas por el actual gobierno. Negocios para las corporaciones, mayor rentabilidad para el capital, nuevas posibilidades de apropiar rentas y ganancias para la minoría que fija los lineamientos del capitalismo global. Eso es todo. Eso es lo que no debe descarrilar, según Georgieva y la elite de negocios doméstica.
TODOS SOMOS COMUNISTAS
La muerte del Papa Francisco impactó en
una parte importante de la opinión pública.
Ante su partida, surgieron una gran
cantidad de anécdotas sobre la especificidad de Francisco como un Papa que
intentó darle a
Francisco no logró modificar las grandes
líneas de inequidad e inhumanidad por las que viene discurriendo el planeta,
pero fue una figura que en el plano internacional funcionó a contrapelo
discursivo de patanes irresponsables como los financistas globales, los
empresarios convertidos en estrellas y los políticos de ultraderecha que se
presentan como reemplazos “alternativos” de la vieja partidocracia neoliberal
desvencijada.
Su consigna “Tierra, techo y trabajo” es
hoy absolutamente disruptiva del orden establecido, dado el corrimiento
estructural del capitalismo de su faz “social” de la posguerra a su faz
neoliberal con predominancia financiera, que se expresa en el malestar mundial
con las democracias impotentes para cambiar la realidad económica y social. En
esos barros surgen Trump, Bolsonaro y Milei.
La propia doctrina social de
Incluso la doctrina de la “igualdad de
oportunidades”, difundida ampliamente desde el capitalismo norteamericano en la
época de
Milei lo expresa nítidamente: “La
justicia social es una aberración”. Pero él no es el autor intelectual, sino un
empleado y un difusor social de estas ideas del capital concentrado, en esta
etapa de “acumulación por desposesión” de los otros.
En ese sentido, el discurso
anticomunista de Milei, que delirantemente engloba desde la centroderecha hasta
la izquierda dentro de la categoría de “zurdos”, es un fiel reflejo de esta
época de empresarios brutos y arrogantes, empoderados por el debilitamiento de
las otras fracciones sociales que les hacían de contrapeso tanto político como
discursivo.
Trump le endilga a todos sus enemigos
ideológicos el título de “radical left”, que sería algo así como
“izquierda radical”, un término equivalente al viejo “comunismo”. Así ha
llamado a quienes reclamaban medidas contra el cambio climático, a quienes
defendían al sistema de salud público o a quienes denunciaban aspectos de la
política exterior norteamericana.
Bolsonaro, a su vez, hizo su campaña en
la que resultó victorioso —gracias al encarcelamiento por parte del establishment de su gran
contendiente Lula— hablando contra el comunismo —irrelevante desde el punto de
vista partidario en su país—, en el cual se incluía a quienes defendían
estrategias activas de salud pública contra el COVID, a los sindicalistas en
general, a los defensores del Mato Grosso y de los pueblos originarios que
habitan el Amazonas, a activistas por la reforma agraria y a los miembros del
PT.
Milei no le teme a la exageración y
amplió sus salpicaduras verbales, acusando de comunistas hasta a figuras como
Rodríguez Larreta, además de a todas aquellas personas que defiendan una
sociedad donde se respete y cuide la vida humana. Por eso el odio a Francisco.
Para la figura que encabeza este régimen
neocolonial, sólo el capitalismo salvaje, sin restricciones ni limitaciones
humanas, es la libertad.
El resto somos la ancha avenida del comunismo.
CARRY TRADE PARA TODAS Y TODOS
Mientras se va viendo qué camino toma el
nuevo régimen cambiario y hacia dónde se mueven los precios después de las
medidas tomadas el viernes 11, para evitar el descarrilamiento, el discurso
oficial del mundo de los negocios local está haciendo la promoción masiva
del carry trade.
Así, el diario
Como se ve, el capitalismo realmente
existente en
Entretanto, el INDEC difundió
información sobre el movimiento turístico en el país. En marzo ingresaron
480.000 turistas, es decir, un 24% menos que en el mismo mes del año pasado. Y
salieron de nuestro país 1.300.000 turistas, prácticamente duplicaron a los que
salieron el año pasado. Para explicar este cambio violento de los flujos
turísticos, es fundamental considerar la sobrevaluación del peso argentino y el
consiguiente encarecimiento de los precios locales en dólares. Esa distorsión
acumulada implica un menor ingreso de dólares y euros, y una muy fuerte salida
de divisas ¡en un país que debería estar pensando en generar dólares propios
para no depender del crédito externo! Para eso vinieron también los 12.000
millones del FMI: para sostener este tipo de perfil financiero que debilita
estructuralmente al país.
Como dato irrelevante para la prensa de
negocios, pero de trascendencia estratégica para el país, cabe consignar que el
gobierno aceleró los trámites para “unificar” (léase degradar) al INTA y al
INTI, dos importantes entes públicos, cuya misión ha sido apoyar la difusión y
adopción de conocimientos y prácticas tecnológicas modernas tanto en el agro
como en la industria.
Nada bueno puede salir de reformas
hechas con criterios de ahorro de recursos irrelevantes para el erario público,
pero que dañan las posibilidades para encarar el despliegue de las capacidades
nacionales y promover la competitividad del mundo productivo. Un crimen
económico más.
No son Milei ni sus funcionarios el
problema. Es el proyecto económico y social que encarnan. Es el empresariado
fallido e irresponsable que los sostiene. Para que se termine el desquicio en
nuestro país, necesitamos visualizar sus raíces profundas. El desquiciado es el
proyecto.
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